miércoles, 24 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI.- GUATEQUE - Capítulo Cuarto.- Primera parte.-



                                                                    -  1  -



Todos los domingos por la tarde, Julia y yo nos íbamos a bailar a casa de alguna vecina. Eran los típicos guateques. Ya no era necesario que fuera solamente en su casa, y además a escondidas de mis padres. Por ese lado había ganado mucho y estaba muy contenta. La fiesta empezaba a las cinco y media y a las nueve de la noche, antes de que ellos volvieran dejábamos todo recogido y limpio para que estuvieran contentos, y nos dejaran el próximo domingo. Casi siempre era por que los padres no estaban. Por entonces, la gente solía visitarse los domingos llevando unos pastelitos para tomar con café. Después se dedicaban a jugar al bingo o a las briscas hasta que volvían.
La mayoría de los jóvenes del barrio acudían felices y contentos, pero eran tantos, que muchos se quedaban rabiosos perdidos en la calle. Julia y yo nos asomábamos al balcón, fumando y riéndonos a carcajadas para llamar su atención. A veces bailando con alguno cerca de la ventana para que nos vieran, ¡pobrecillos! No paraban de sisearnos para que le abriéramos la puerta. Y nosotras alrededor del picú, subiendo el tono de voz para que se oyera bien alto a Elvis Presley. A mí me encantaba bailar el Twist y el Charlestón.  Algunas chicas permanecían sentadas, las más timoratas, esperando que los chicos las sacaran a bailar, y ellos como siempre tan tímidos, temiendo una negativa por repuesta. No se daban cuenta de que estaban deseando. En cambio Julia y yo tomábamos la iniciativa para todo, y cuando sonaba “La bamba” nos transformábamos en dos auténticas cantantes, coreando a Ritchie Valens.
Muchas veces nos tacharon de libertinas y de chicas fáciles, sobre todo cuando nos veían bailar agarrado, oyendo a Jimmy Fontana cantar: “El mundo.” O aquella otra de Los Panchos: “Reloj no marques las horas…”  Ahí ponían los chicos unas caras que parecían que estaban empanados, vaya, una frase que se ha intercalado…
Siempre teníamos una cola para pedirnos el próximo baile. Julia bailaba con todos. Con los altos, con los bajos, hasta con los feos, y si era uno guapísimo, no lo soltaba en toda la santa tarde, arrimándose más de la cuenta, y cuando nos chocábamos bailando, me miraba haciendo gestos exagerados con las manos con los ojos y con la boca, dándome a entender que ese chico le gustaba un montón. Cuando terminaba la balada, enseguida me apartaba de todas las miradas y me decía muy bajito que le había besado en el cuello, en la oreja y casi, casi en los labios. También que se estaba enamorando y él le había pedido salir con ella. Después se tiraba toda la semana hablándome del chico, resaltando todas sus virtudes, o sea, que tenía unos ojos preciosos con una mirada subyugante, unos labios carnosos y abrasadores y una voz modulada y armoniosa. Además fumando, tenía un aspecto muy varonil. Yo era tan selectiva, que sólo bailaba con los que me gustaban. Siempre me he fijado en los chicos guapos, altos, moreno y anchos de hombros. A los bajitos los ignoraba, ¡no soportaba sacarles una cabeza! También me fijaba en su dentadura. Si tenía algún diente picado o era un dentón, ni los miraba, pero lo que peor llevaba, era que no supieran hablar bien. Por mucho que me gustara un chico, por muy guapo que fuera, si hablaba mal sufría tal desencanto, que enseguida me los quitaba de encima. ¡Cuántas veces he tenido que aguantar a un pesado! Tampoco podía soportar que le temblara la voz cuando conversaban conmigo, ni las manos cuando me daba fuego. Sentía verdadera aversión y me daba rabia ser así, pero no lo podía remediar. Otras cosas que tampoco me gustaba, era que cuando bailábamos pegados, quisiera arrimarse más de la cuenta, atrayéndome con sus manos, oyendo su entrecortada respiración junto a mi oreja, ¡uf, qué asco me daba! Continuamente tenía que despegarlos de mí y al final casi siempre me dolían los brazos de tanto como los apartaba. ¡No lo aguantaba! Sentía verdadero rechazo. Otra cosa que me desesperaba, era que tuviera cara de baboso, o sea, los ojos con mirada lasciva y esa sonrisa socarrona que tienen las hienas. Porque realmente lo que a mí me atraía, eran los hombres muy seguros de sí mismo, esos que te cogían por la cintura sin preguntar y te plantaba un besazo apasionado, lo mismo que en las películas, ¡me encantaban!

No hay comentarios:

Publicar un comentario