- 1 -
Cuando Jaime se declaró me convertí en la mujer más feliz del mundo. Me
pidió ser su novia formal, y aunque estoy segura de que a mis padres les habría
caído bien, no se lo dijimos ni a los suyos ni a los mío. Tan sólo lo sabía
Julia, que pasó una buena temporadita de carabina con nosotros. Íbamos a todas
partes juntos para no levantar sospechas. Más tarde se nos unió Esteban, un muchacho
de la pandilla que a ella le hacía mucho tilín, ¡menos mal! Porque últimamente
coqueteaba con todos.
Pasamos el mejor veraneo de nuestra juventud. Para mí, único, y ahora,
en éste momento de incertidumbre, lo vuelvo a revivir llenándome de alegría y paz.
Nunca podré olvidar aquellos chapuzones en la playa, y menos el primer
día que me vio en bañador. A mi me daba tanta vergüenza de quitarme el vestido
que esperé hasta última hora, muertita de calor. Julia, que era tan descarada
para todo, enseguida se desprendió del suyo y salió corriendo hasta la orilla,
y de un salto se lanzó a la primera ola. Al rato salió con los brazos hacia
arriba loquita de contenta, diciendo que el agua estaba buenísima. En un
descuido de Jaime, me quité el vestido, pidiendo a todos los santos del mundo
que le gustara. Cuando éste giró la cabeza, me miró boquiabierto y con un
silbido, me lo dijo todo. Al momento me fui al agua, estaba asada.
Jaime me siguió, y empezó a nadar junto a mí. Cuando me rozaba alguna parte del
cuerpo, o cuando me agarraba por la cintura para tirarme al agua, yo sentía una
mezcla de emociones que no sabría ni definir, pero que en estos momentos de mi
poca vida, o mucha muerte, es lo que me hace vibrar de alegría. Esos roces me volvían
loquita perdida. También andando por la calle, cuando no pasaba nadie, me cogía
de la mano. Pero lo mejor era cuando nos sentábamos de noche en los bancos de
los jardines. Jaime me besaba en la boca y yo le correspondía. Fueron mis
primeros besos, los más ardientes y apasionados de mi vida. Y cuando me
despedía en el portal de mi casa, nos abrazábamos como si fuera la última vez,
pegados como lapas. Eran besos interminables. A veces me dejaba unas señales en el cuello, que después tenía que taparme
con el pelo para que mis padres no las vieran.
Los domingos en el cine nos sentábamos en la última fila si había
sitio, porque la mayoría estaban ocupados por parejas de novios, como nosotros.
Aquello era pura pasión, y las manos por todas partes del cuerpo. Nos dábamos
unos lotes enormes, aunque nunca llegábamos a más, por que yo estaba educada de
manera que una tenía que llegar al altar virgen. Algunas veces Jaime se
enfadaba conmigo por que decía que no ponía ningún interés en buscar un lugar
para acostarse conmigo, llegando incluso a decirme que me iba a dejar, por que
según él, era un hombre y los hombres necesitaban deshogarse. A mí estas cosas
me daban mucha vergüenza, pues aunque hoy en día es lo más natural del mundo,
en la época que yo vivía, las mujeres éramos así de recatadas. Una podía hacer
de todo, menos entregar su más preciado tesoro. Eso estaba guardado para la
noche de bodas, además, nosotras las chicas hablábamos poco, y de ese tema con
muchísima cautela. Las más atrevidas, decían que eso dolía muchísimo, o sea,
una barbaridad, y tenía un miedo horroroso, sobre todo, porque según ellas, se
sangraba mucho, no por que lo hubieran hecho ellas, recalcaban con énfasis, si
no por que se decía por ahí... Así, que verdaderamente tenía miedo. Cuando le
comentaba esto a Julia, me decía que no le hiciera caso a ninguna, que eran
unas envidiosas de que ningún chico las mirara de gordas y feas, y que si en
vez de yo, fuera ella, otro gallo cantaría, por que estaba deseando de hacer el
amor. Que yo era una tonta por desperdiciar una oportunidad maravillosa, ya que
pensaba que el amor es lo más bello del mundo y que cuando una está enamorada
no hay nada mejor y placentero en el mundo que hacer el amor con tu hombre. Y
es que Julia era la leche, ¡Jesús! Esta expresión, de verdad, de verdad que se
ha cruzado con mi aliento. Seguro que la acaba de soltar el chico que acaban de
entrar en camilla, por que acaban de decir por el altavoz que despejaran los
pasillos, por que el pobre motorista había saltado por los aires al chocar
contra un camión, y mira por donde no llevaba el casco puesto...
Cuando Jaime se enteró por Julia lo de mis miedos, me dijo que no me
preocupara de nada, y que cuando estuviera preparada, tendría mucho cuidado. Al
principio me enfadé con ella por contarle nuestras confidencias a su hermano,
pero luego me convenció diciéndome, que tenían mucha confianza y que eso no
tenía importancia para ellos. Julia era muy natural en todo. Yo francamente,
estaba deseando de hacer el amor, ¡tenía una curiosidad imperiosa! y como estaba
completamente enamorada y ciega de amor, una tarde cualquiera de ese mismo año,
que sus padres y su hermano Luis no estaban en casa, nos metimos en la cama,
mientras Julia vigilaba por la ventana.
A partir de aquél día, aprovechábamos cualquier lugar para tener una
relación sexual, y si no podíamos, él se molestaba y discutíamos cada dos por
tres, estando casi toda la tarde sin hablarnos. ¡Cuántas caminatas sin
rechistar! Aún puedo recordarlo, y rememorando aquellos paseos interminables, siento
ese gusanillo del amor cosquilleándome todos los sentidos de mi vida carnal,
revitalizando hasta éste último aliento del sin vivir que padezco.
Al cabo de un año, Jaime le pidió permiso a mi padre para poder entrar
en casa, lo cual nos vino bien a todo el mundo por que así ya no tendría que
vernos más a escondida, pero lo primero que me dijo mi madre es que no se me
ocurriera venir con una barriga, y que tenía que casarme de blanco, si no la
gente me criticaría mucho y estaríamos en boca de todos, dejándolos en muy mal
lugar, tanto a ellos como a sus padres. Mi madre, la pobre, se creía que yo
seguía siendo virgen, bueno, eso era la impresión que a mí me daba, porque
ahora me doy cuenta de que seguramente es que se hacía la loca, como todas
hacemos...
Estuvimos dos años de novios formales, y en ese transcurso de tiempo pasamos
de los celos al enfado, de las discusiones a los abrazos. De los días encerrada
en casa llorando como una magdalena, a los que te quiero y que te amo. Que no
puedo vivir sin ti y perdóname vida mía. A los bailes al aire libre de noche y
con orquesta, al cine y a las verbenas de los barrios con lucecitas de colores
y el Dúo Dinámico.
No hay comentarios:
Publicar un comentario