miércoles, 24 de abril de 2013

A TRAVÉS DE TI.- GUATEQUE.- Capítulo Cuarto.- Segunda Parte.-



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Cuando le comentaba estas cosas a Julia, me contestaba que las escenas de los besos esos tan bonitos, solamente existían en las películas, y que tenía muchos pajaritos en la cabeza. Tenía razón, pero así era yo. ¡Qué equivocada estaba, madre mía! Toda mi vida buscando a mi Príncipe Azul, y todavía lo estoy esperando, bueno ya no, porque ahora me parece que me estoy yendo hacia el otro lado y como no sea aquella luz que hay al final, no sé, pero tengo mucho miedo, porque recuerdo una historia que mi madre siempre me ha contado, y estaba tan convencida de ello que no sé si sería fruto de su imaginación, o del estado de delirio en el que se encontraba. Hace muchos, pero que muchos años, antes de nacer yo, estando embarazada de su segundo hijo, bebió agua en mal estado y cogió el tifus. Le dieron unas fiebres muy altas y abortó a los tres meses. Mi padre dice que era un feto casi hecho y lo metió en una cajita de zapatos y lo enterró en el cementerio de Algeciras. A mi madre se le cayó el pelo y se le llenó la cabeza de pupas con pus y ensangrentadas. Mi padre la curaba todos los días, pero a mi madre no le bajaba la fiebre, cada día se encontraba peor. A la pobre se le iba la vida, de tal manera que hizo llamar a un cura para que la confesara y le diera el Viático. Mi padre, con el rosario en la mano no paraba de llorar, entonces mi madre movió un poco los labios y le dijo que se acercara para decirle: “Me muero, me muero, por que estoy viendo una sábana blanca con el corazón de Jesús en el centro con una luz que me ilumina.” Mi padre para no contradecirla, le dijo que también la veía, ¡cuántas veces me han contado esa historia! Toda la vida de mi madre la sé de memoria. Siempre estaba relatando acontecimientos de su vida anterior, ya fueran tristes o alegres, el caso, es que disfrutaba narrándolos, y yo al escucharla… No sé qué sería lo que vio mi madre, el caso es que a partir de entonces empezó a encontrarse mejor. Sería fabuloso que a mi me ocurriera lo mismo, o al menos que tuviera un buen morir, porque lo que más temo es tener un mal morir, por eso se me ha ocurrido que mientras tanto, entre que me voy o me quedo, he decidido contar mi historia, y aunque estoy segura de que no tiene nada de particular, me viene de maravilla, ya que me entretiene y me olvido de este lugar tan estrafalario… Realmente no sé en qué lugar estoy. A veces creo que estoy en un gran salón de baile, donde casi todo el mundo está tranquilo y como esperando que alguien los saque a bailar o algo parecido. Yo tengo la sensación de estar pululando de flor en flor, igual que una mariposa, medio inconsciente, pero al mismo tiempo me encuentro muy relajada. Además, parece que estoy viendo una película. Si, la película de mi vida, por que algunas escenas parecen como si ya las hubiera vivido… Si, si, me son muy familiares…
En verano solíamos irnos de verbena. Los bailes al aire libre marcaron toda una época llena de alegría y esplendor. Los jóvenes solteros acudían entusiasmados, contagiando a las chicas, que ruborizadas no paraban de reír. Había una muy famosa, por San Juan, donde las grandes  hogueras iluminaban las noches en la orillita del mar, acudiendo todos los ceutíes. Mi padre me dejaba por que José venía conmigo y podía quedarme hasta las tantas de la madrugada. A Julia también la acompañaban sus hermanos. Yo me tiraba toda la santa noche al lado de Jaime por que estaba loquita por él, y cada vez que me rozaba me daba un vuelco el corazón. Cuando se iba a otra parte no paraba de observarle. No podía apartar la mirada de sus ojos, y en una de esas veces, nuestra mirada se encontraron, y se quedó tan fijamente mirándome que me ruboricé tanto que no sabía ni qué pensar, pero estuve el resto de la noche con un cosquilleo en medio del pecho que ahora, su recuerdo me reaviva el corazón de tal manera que aún sigue latiendo…
Después de San Juan, pillé a Jaime más de una vez mirándome fijamente y no apartaba la mirada de mis ojos hasta que yo bajaba la mía. Otras veces me sonreía con mucha ironía. Al cabo de un año empezamos a frecuentar los bailes que todos los sábados por la noche daban en el casino militar en invierno o en la hípica donde tan sólo los oficiales podían entrar, y como su hermano Jaime era mayor de edad, y además su padre era un pez gordo, lo dejaban, así que le pidió a mi padre si me podía acompañar, ¡por supuesto que sí! Allá que nos marchamos los tres. Acababa de cumplir diecisiete años y más feliz que nunca me fui a mi primer baile de salón.         

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