viernes, 17 de enero de 2014

EPÍLOGO DE AVATARES.



Me sentía perdida en alta mar, a la deriva de las olas, cuando de pronto vi acercarse un velero remando al viento. Era mi Ernesto, el tipo de mi cuento que como yo, estaba buscando su caracola. Desde la misma cresta me divisó entre el vaivén de las embravecidas aguas, cuando oyó la voz de mi llamada gritando con todas las fuerzas de mi alma, que si no me ayudaba ese mismo día me ahogaba, y echándome el remo, me agarré a su cuello. Nos dejamos mecer por las olas como gaviotas al barlovento, encallando en la isla Perejil, donde más de mil besos le di. Después lo abracé como si fuera un niño perdido y lo arropé con mi cálido cuerpo alejándolo del frío, y para que no temiera la noche oscura le conté todas mis aventuras, le canté una nana y le dije cuánto lo quería, y cuando llegó la mañana me desperté sola y abandonada…
Es muy fácil caer en las redes sociales cuando una persona se encuentra en un momento débil. He escrito estos relatos para que vean hasta donde llega la osada humanidad. Todo lo aquí descrito es producto de mi imaginación, cualquier semejanza con la realidad es pura coincidencia.
                                                                                                    
                     Felicidad Hurtado Sánchez
 Con la colaboración especial de Ernesto                             

                      17 de enero de 2014- Córdoba

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