lunes, 13 de enero de 2014

AVATARES EN LA RED.-26º.- (LA TRAMOYA DE INTERNET)



Esa mujer de tez morena parecía extranjera y mucho mayor que yo. Aligeré mis pasos. De vez en cuando miraba hacia atrás para ver si me seguían. Me escabullí entre la gente y me escondí en el primer portal que vi. Pasaron de largo y fue entonces cuando veo a una chica guapísima corriendo por la calle llorando. Al rato Fede por los alrededores de la Sagrada Familia. No sabía cómo acercarme por que el hombre de negro y la mujer de tez morena pasaron en ese momento, cuando de repente, veo que una señora metidita en carnes ajena a todo éste tinglado, empieza a hacer fotos con su móvil a todas las personas que estaban por allí, sobre todo al hombre de negro acompañado de la mujer de tez morena. Aquello parecía una película de espionaje. Salí precipitadamente del portal y me agaché detrás de un coche para ver qué es lo que estaba ocurriendo. No entendía nada. De repente veo a la mujer de tez morena que se echa a llorar. El hombre vestido de negro la acompaña hasta unos bancos de piedra que había por alrededor, por lo que pude salir de mi escondite, cuando veo a Ernesto aparecer y se acerca a ellos. Se dirige al de negro rogándole que se retire, tenía que hablar en privado con ella. Éste se marcha y los deja solos. De repente se ponen a discutir sofocadamente. El trataba por todos los medios de calmarla y de vez en cuando la abrazaba. Esto clamaba al cielo. Ahora me daba cuenta de que Ernesto nunca fue sincero del todo conmigo. No sé por qué se me ocurrió pensar que la mujer era la señora Z. Tenía tanta curiosidad que arrastrándome casi pude acercarme justo detrás. Por lo que pude oír, ella le increpaba echándole en cara que yo la había bloqueado y que no podía seguirme como antes, además, le aseguraba, que la estaba engañando conmigo. Ernesto le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas, al mismo tiempo que le decía que estaba equivocada y que conmigo no tenía nada que ver, que tan sólo era un entretenimiento más de la red, además que hacía ya más de una semana que lo habíamos dejado. Tan sólo la quería a ella. La señora Z le amonestó gritando que llevaba muchos años aguantando sus líos de faldas y que no le importaba compartirla con la otra, pero que conmigo no. Ya no podía aguantar más, y le dio un ultimátum, que si no se iba con ella a vivir antes de una semana, se iba de Barcelona y no la volvería a ver jamás. En esto que llega la mujer del móvil y empieza a gritarle a los dos insultándolos de tal manera, que la gente que pasaba se paraba para enterarse de todo. Ella ignoraba que la señora Z y Ernesto sabían que se veía con ella cada sábado alternando los fines de semana, y hasta ahora no se había percatado de lo tonta que había sido, cayendo en la cuenta del por qué no se decidía a unirse a ella para el resto de sus vidas, estando tanto el uno como el otro libres de compromisos, además estaba muy bien situada. Yo no podía dar crédito a todo esto que estaba ocurriendo y oyendo. Me preguntaba que cómo era posible que hubiera idealizado tanto a Ernesto. Era un sinvergüenza, ¡Dios mío de mi vida! Pero, ¿en qué clase de entramado me había metido? No quise seguir oyendo y salí huyendo lo más rápido posible cuando veo al hombre vestido de negro agachado justo detrás de mí, haciendo fotos y grabando toda la conversación. Se había hecho pasar por un investigador privado contratado por la señora Z. Era un espía de Internet para dar noticias de todos estos datos en el Chat. Los internautas se liaron a chatear entre ellos. Todo el mundo se estaba dando cuenta de que Ernesto estaba jugando con mis sentimientos o sepa Dios, cuántas más personas saldrían a relucir en su lista de contacto. Con la única que había sido sincera era con la señora Z, ya que con la otra mujer se mostraba tal cual. Incluso le daba a entender que no estaba enamorado y pretendía que ella misma le diera la patada, pero nada más. La pobre mujer se pensaba que como estaba tan bien situada, tarde o temprano Ernesto sucumbiría por interés económico. ¡Qué equivocada estaba! Ernesto necesitaba estar enamorado para decidirse a vivir el resto de sus días con una mujer. Yo lo sabía y él también, aún así, seguía con la señora Z por comodidad, por costumbre y por lástima, más o menos como yo, que lo único que me ataba aquí, eran mis circunstancias. Me estaba poniendo muy nerviosa. No quería oír más y salí huyendo. Corrí, corrí todo lo que mis piernas podían cuando veo a Fede desde lejos haciéndome señas. No tenía ganas ni de verlo e hice como si no lo hubiera visto. Me escondí y cuando pasó de largo volví a La Sagrada Familia. Entré dentro. Estaba llena de turistas. Seguí andando y no sé cómo me veo en lo más alto. Se veía toda Barcelona. Alcé los ojos hacia arriba y veo múltiples hilos finos entrecruzados en el cielo. Parecía un mapa de líneas aéreas. Unas veces las tenía frente a mis ojos. Otras abajo. Mirara donde mirara, allí que aparecían las líneas reflejadas. Estaba en medio de una tela de araña. No sabía qué hacer. Era como la tramoya de un gran teatro. Los ojos se me nublaron. Me encaramé al borde del ventanuco y me deslicé por uno de los hilos. Parecía una acróbata andando en la cuerda del trapecio. Ni siquiera llevaba una vara para guardar el equilibrio. Estaba perdida en una red de mentiras donde yo, solamente yo fui sincera desde un principio con Ernesto, poniéndole los puntos sobre las íes. En una palabra, le dije lo que había. Lo tomas o lo dejas. Lo tomó y nada más que por eso seguía confiando en él y no sabía por qué. Algo en mi interior me decía que se había dejado llevar por las circunstancias y que no sabía echar marcha atrás. Cuando se quiso dar cuenta, se había enamorado locamente de mi alma, lo mismo que yo de la suya, al fin y al cabo éramos dos almas gemelas buscando un hueco al auténtico amor. Ese amor de loco. Ese amor que saben los enamorados que existe entre el deseo y la pasión. Me precipité al vacío cuando mi cuerpo se quedó atrapado en la redes. No entendía qué me estaba pasando. Cómo era posible que no me hubiera estrellado en el suelo. Algo o alguien me estaban agarrando con fuerza. No sabía qué era, pero presentía que había una persona velando por mí. Y entonces fue cuando la vi. Su rostro me era muy familiar. Era una mujer que lloraba mucho. Sus lágrimas estaban clamando justicia al viento. Y entonces caí en la cuenta de que la había visto antes, era la chica guapísima que pasó corriendo por la calle llorando…






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