Esa mujer de tez morena parecía
extranjera y mucho mayor que yo. Aligeré mis pasos. De vez en cuando miraba
hacia atrás para ver si me seguían. Me escabullí entre la gente y me escondí en
el primer portal que vi. Pasaron de largo y fue entonces cuando veo a una chica
guapísima corriendo por la calle llorando. Al rato Fede por los alrededores de la Sagrada Familia.
No sabía cómo acercarme por que el hombre de negro y la mujer de tez morena
pasaron en ese momento, cuando de repente, veo que una señora metidita en
carnes ajena a todo éste tinglado, empieza a hacer fotos con su móvil a todas
las personas que estaban por allí, sobre todo al hombre de negro acompañado de
la mujer de tez morena. Aquello parecía una película de espionaje. Salí
precipitadamente del portal y me agaché detrás de un coche para ver qué es lo
que estaba ocurriendo. No entendía nada. De repente veo a la mujer de tez
morena que se echa a llorar. El hombre vestido de negro la acompaña hasta unos
bancos de piedra que había por alrededor, por lo que pude salir de mi
escondite, cuando veo a Ernesto aparecer y se acerca a ellos. Se dirige al de
negro rogándole que se retire, tenía que hablar en privado con ella. Éste se
marcha y los deja solos. De repente se ponen a discutir sofocadamente. El
trataba por todos los medios de calmarla y de vez en cuando la abrazaba. Esto
clamaba al cielo. Ahora me daba cuenta de que Ernesto nunca fue sincero del
todo conmigo. No sé por qué se me ocurrió pensar que la mujer era la señora Z.
Tenía tanta curiosidad que arrastrándome casi pude acercarme justo detrás. Por
lo que pude oír, ella le increpaba echándole en cara que yo la había bloqueado
y que no podía seguirme como antes, además, le aseguraba, que la estaba
engañando conmigo. Ernesto le dio un pañuelo para que se secara las lágrimas,
al mismo tiempo que le decía que estaba equivocada y que conmigo no tenía nada
que ver, que tan sólo era un entretenimiento más de la red, además que hacía ya
más de una semana que lo habíamos dejado. Tan sólo la quería a ella. La señora
Z le amonestó gritando que llevaba muchos años aguantando sus líos de faldas y
que no le importaba compartirla con la otra, pero que conmigo no. Ya no podía
aguantar más, y le dio un ultimátum, que si no se iba con ella a vivir antes de
una semana, se iba de Barcelona y no la volvería a ver jamás. En esto que llega
la mujer del móvil y empieza a gritarle a los dos insultándolos de tal manera,
que la gente que pasaba se paraba para enterarse de todo. Ella ignoraba que la
señora Z y Ernesto sabían que se veía con ella cada sábado alternando los fines
de semana, y hasta ahora no se había percatado de lo tonta que había sido,
cayendo en la cuenta del por qué no se decidía a unirse a ella para el resto de
sus vidas, estando tanto el uno como el otro libres de compromisos, además
estaba muy bien situada. Yo no podía dar crédito a todo esto que estaba
ocurriendo y oyendo. Me preguntaba que cómo era posible que hubiera idealizado
tanto a Ernesto. Era un sinvergüenza, ¡Dios mío de mi vida! Pero, ¿en qué clase
de entramado me había metido? No quise seguir oyendo y salí huyendo lo más
rápido posible cuando veo al hombre vestido de negro agachado justo detrás de
mí, haciendo fotos y grabando toda la conversación. Se había hecho pasar por un
investigador privado contratado por la señora Z. Era un espía de Internet para
dar noticias de todos estos datos en el Chat. Los internautas se liaron a
chatear entre ellos. Todo el mundo se estaba dando cuenta de que Ernesto estaba
jugando con mis sentimientos o sepa Dios, cuántas más personas saldrían a
relucir en su lista de contacto. Con la única que había sido sincera era con la
señora Z, ya que con la otra mujer se mostraba tal cual. Incluso le daba a
entender que no estaba enamorado y pretendía que ella misma le diera la patada,
pero nada más. La pobre mujer se pensaba que como estaba tan bien situada,
tarde o temprano Ernesto sucumbiría por interés económico. ¡Qué equivocada
estaba! Ernesto necesitaba estar enamorado para decidirse a vivir el resto de
sus días con una mujer. Yo lo sabía y él también, aún así, seguía con la señora
Z por comodidad, por costumbre y por lástima, más o menos como yo, que lo único
que me ataba aquí, eran mis circunstancias. Me estaba poniendo muy nerviosa. No
quería oír más y salí huyendo. Corrí, corrí todo lo que mis piernas podían
cuando veo a Fede desde lejos haciéndome señas. No tenía ganas ni de verlo e
hice como si no lo hubiera visto. Me escondí y cuando pasó de largo volví a La Sagrada Familia.
Entré dentro. Estaba llena de turistas. Seguí andando y no sé cómo me veo en lo
más alto. Se veía toda Barcelona. Alcé los ojos hacia arriba y veo múltiples
hilos finos entrecruzados en el cielo. Parecía un mapa de líneas aéreas. Unas
veces las tenía frente a mis ojos. Otras abajo. Mirara donde mirara, allí que
aparecían las líneas reflejadas. Estaba en medio de una tela de araña. No sabía
qué hacer. Era como la tramoya de un gran teatro. Los ojos se me nublaron. Me
encaramé al borde del ventanuco y me deslicé por uno de los hilos. Parecía una
acróbata andando en la cuerda del trapecio. Ni siquiera llevaba una vara para
guardar el equilibrio. Estaba perdida en una red de mentiras donde yo,
solamente yo fui sincera desde un principio con Ernesto, poniéndole los puntos
sobre las íes. En una palabra, le dije lo que había. Lo tomas o lo dejas. Lo
tomó y nada más que por eso seguía confiando en él y no sabía por qué. Algo en
mi interior me decía que se había dejado llevar por las circunstancias y que no
sabía echar marcha atrás. Cuando se quiso dar cuenta, se había enamorado
locamente de mi alma, lo mismo que yo de la suya, al fin y al cabo éramos dos
almas gemelas buscando un hueco al auténtico amor. Ese amor de loco. Ese amor que
saben los enamorados que existe entre el deseo y la pasión. Me precipité al
vacío cuando mi cuerpo se quedó atrapado en la redes. No entendía qué me estaba
pasando. Cómo era posible que no me hubiera estrellado en el suelo. Algo o
alguien me estaban agarrando con fuerza. No sabía qué era, pero presentía que
había una persona velando por mí. Y entonces fue cuando la vi. Su rostro me era
muy familiar. Era una mujer que lloraba mucho. Sus lágrimas estaban clamando
justicia al viento. Y entonces caí en la cuenta de que la había visto antes,
era la chica guapísima que pasó corriendo por la calle llorando…
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