AVATARES EN LA RED.- 20º (JUEGOS EN LA RED)
Cuando
Ernesto acabó, me quedé sin saber qué pensar. No podía dar crédito a tanto
alboroto, parecía que me había contado una historia de ciencia ficción. Decidí
volver a la realidad refrescándome bajo la ducha, y mientras me secaba, llamé a
Ernesto con voz melosa para que me trajera la ropa interior. La había dejado
adrede encima de la cama. Se puso muy nervioso y no encontró más que el
sujetador. Le dije que el tanga estaba justo al lado y que mirara bien.- Cariño
date prisa que estoy muertita de frío.- Le dije insinuantemente.- Cuando por
fin lo encontró se acercó al baño diciéndome que había confundido el tanga con
un lazo para el pelo. Lo tenía todo previsto para llevármelo a mi terreno.
Saqué el brazo con la puerta entreabierta en pelota picada y frente al espejo,
de manera que me viera de arriba abajo. Me hice la despistada con toda la
intención de una gata salvaje, y cuando le miré a la cara, los ojos se le iban
a salir de las órbitas. Se dio la vuelta nerviosito perdido, y sabiéndolo yo,
me puse a tararear esa canción de Alejandro Fernández que últimamente está muy
de moda: Hoy tengo ganas de tiii…Vamos, blanco y en botella. Después salí para
vestirme delante de él. Utilicé todas mis armas de mujer. Coqueteé ante el
espejo poniendo posturitas de lo más provocadora, agachándome de vez en cuando
para que no se perdiera detalle del encaje que ribeteaba el filito de mi tanga.
Reconozco que me pasé siete pueblos poniéndolo a caldo. Pobre Ernesto, ya no
sabía si tirarse para mí o hacerse el loco. Loco lo estaba volviendo con tanta
carnaza que le puse para ver si de una vez se lanzaba en forma de leopardo. No
tuve compasión y de manera muy pícara le dije que se metiera en la ducha por
que se nos iba la hora y teníamos muchas cosas que hacer. Yo estaba radiante de
alegría, porque eso de que me miren con tanto fuego, me apasiona. Me enloquece,
no lo puedo remediar. Me encantan estos jueguecitos entre un hombre y una
mujer. Siempre he pensado que es lo más bello del mundo. Seguí con mis tretas
bailoteando alrededor de la cama, mientras Ernesto se iba transformando de tal
manera que se abalanzó sobre mí de forma arrebatadora. Me besó en la boca y me
encaramé a su cuerpo anudándolo con mis piernas alrededor de su cintura. Parecíamos
dos adolescentes disfrutando como locos, casi nos caemos con tantas acrobacias.
Me sugirió ducharnos juntos para darme con la esponja donde mis manos no
alcanzaba, y mirándolo de arriba abajo como loba enjaulada, le eché mano al
cuello y me lo llevé de nuevo al huerto. Y como aquello era tan pequeño y no
podíamos ni movernos, se me cayó el jabón al suelo y para qué os voy a contar
el desmadre que se lió. Parecíamos dos contorsionistas, y en plena faena de
nudos marineros, decidimos irnos a la cama como marido y esposa. Finalmente
tuve que ducharme otra vez y cuando Ernesto me vio salir se quedó de nuevo
sorprendido al admirar mis curvas. Yo le sonreí coqueta al verme observada con
ese brillo de fuego en su mirada.- Mi amor, empieza a arreglarte que se nos va
la mañana entre sábanas y tienes que guardar energías para nuestro último día.-
Ernesto se levantó precipitadamente y mientras se dirigía hacia el baño
cavilaba.- ¿Como es posible que no me haya dado cuenta antes de tanta belleza?
Quizás fue por la prisa que tuve anoche en hacer el amor con ella.- Se quedó un
momento dubitativo y estuvo a punto de sugerirme volver a la cama y saciar esos
deseos irrefrenables que sentía en aquel momento, pero cambió de idea pensando
que debía aprovechar el día. Teníamos previsto ir al Tibidabo. Perdernos por
las calles de Barcelona. Dar rienda suelta a mis deseos y disfrutar como dos
amantes en nuestro primer encuentro, con la ventaja de pasar desapercibidos
entre la gente y explotar al máximo el tiempo del que disponíamos. Con estos
planes en mente, Ernesto se dio una ducha rápida, se afeitó y se puso su
colonia favorita, esa que según él, nunca le fallaba. Esa que cuando iba por la
calle y se cruzaba con una mujer, ésta se giraba intentando ver el rostro de
ese hombre que desprendía ese aroma tan especial. Esa colonia le había dado muy
buenos resultados, gracias a ella había conseguido conquistar a más de una.
Ernesto era un tipo que sabia tratar a las mujeres, trataba siempre de adivinar
con qué sorprender. Éste hombre debía haber tenido muchas experiencias y no era
fácil engañarlo. Te miraba directamente a los ojos y penetraba en ti, de tal
manera que, ni por un momento querías contarle la más mínima mentira, con el
consiguiente riesgo de que te descubriera. Dejando éstos pensamientos atrás,
sin más dilación, abandonamos el hotel rumbo a la montaña mágica. Hacia un día
espléndido. Nada más salir a la calle, Ernesto me dijo que llevaba a su lado
una mujer de bandera. Casi me derrito, ¡me dio un subidón! ¡Me encanta que me
regalen el oído! Al momento advirtió que un hombre de mediana edad que venia de
frente, se paró y simulando encender un cigarrillo, desviaba sus ojos a mis
caderas y andares. Me había puesto un pantalón vaquero y una camiseta ceñida.
Iba deportivamente vestida y con una exuberancia sin igual. Ernesto volvió a
susurrarme que aparentaba tener diez años menos. ¡Más contenta todavía! No lo
puedo remediar, soy muy coqueta y él me hacía sentir como una princesa. Hacía
mucho tiempo que nadie me decía palabras tan bonitas junto a la oreja. Ernesto
se mordía los labios al darse cuenta que todavía era deseable para cualquier
hombre. Incluso algún jovencito se me quedaba mirando con descaro. Intuía que
era muy celoso y quería esconderme de esas miradas que le irritaban y al mismo
tiempo se enorgullecía al sentir su vanidad radiante. Así que, echó el alto a
un taxi... Fue un día inolvidable y electrizante... De aquí para allá. Risas,
juegos, carreras, besos a escondidas evitando las miradas. Ernesto me dijo que no
recordaba haber vivido un día tan completo. Estábamos extenuados. Cansados, muy
cansados. Él ya estaba deseando llegar al hotel y encontrarse a solas conmigo.
Ávido de amor, de deseo, de lujuria. Rumiaba pensando ahorrar energías para la
noche que le esperaba. Quería resarcirse del tiempo que llevaba sin amar de esa
manera. Tenia unos deseos lujuriosos cuando me miraba, se fijaba en mis senos,
más bien pequeños, pero bien puestos y pensaba que si yo había tenido muchas
experiencias con hombres, no se notaba. No paraba de echarme piropos y
continuamente me decía que estaba muy bien conservada para mi edad.- Mi
trabajito me cuesta Ernesto, que no paro de hacer deporte y a veces la pereza
me supera, lo que ocurre es que mis hijos y mis nietas me tienen bastante
ocupada, pero gracias a Dios que todavía puedo, ¿sabes mi amor? – Se paró
frente de mí y mirándome a los ojos, me acercó con sus manos el rostro y me dio
un besazo en los labios que me dejó extenuada.- Soy un hombre afortunado y un
privilegiado al haberte conocido tesoro mío.- ¡Guau!- Me dije para mis
adentros.- Y agarrados de las manos seguimos nuestro camino. Después regresamos
en silencio y muy callados. Algo le inquietaba y yo sabía lo que era...
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