viernes, 6 de diciembre de 2013

AVATARES EN LA RED.- 6º (LOS ECOS DEL PARADIGMA)





Ernesto y yo éramos paisanos. Nos habíamos criado en la misma ciudad y en la misma época, por lo tanto coincidíamos en muchas cosas. Sepa Dios cuántas veces nos habríamos cruzado por la calle y nunca nos dirigimos una palabra amiga. Ahora me daba cuenta por qué, desde un principio me encontraba tan cómoda chateando con él por Internet. Parecía que nuestros destinos ya estaban  marcados desde el mismo día de nuestro nacimiento. Era ese Hilo Rojo que nos tenía enganchados el uno al otro. Entonces le dije que tendríamos que tener una cita a ciegas en nuestra Ceuta y como en aquellos momentos era casi imposible, tuve que ingeniármelas para hacerlas realidad, ya que el conocerlo se estaba convirtiendo en un verdadero reto para mí. Anhelaba ese encuentro con todas las fuerzas de mi ser. Yo sabía que éstos de las redes sociales tenía una fuerza enorme y por menos que cantaba un gallo, se te colaba una de esas internautas ávidas de emparejarse con hombres solitarios, y temía que alguna se entrometiera y me eliminara. Además cada vez que veía un cartelito de esos de frases sugerentes como pidiendo contestación rápida y al momento, me enfurecía un montón. Ernesto se había convertido en el hombre de mi vida y ya no quería renunciar a él. Me gustaba mucho. Me había enamorado de su voz y de sus románticas palabras. De los vídeos musicales tan preciosos donde sus letras encandilaban a la más fría de las mujeres y cada vez que veía un me gusta femenino bajo él, me entraba una rabia descontrolada pensando que se estaba mofando de tres o cuatro mujeres a la vez. No sé por qué pero la desconfianza se estaba instalando en mi ser por que no lo tenía al alcance de mi mano, nada más que a través de éste medio de comunicación tan fuerte y poderoso a la vez, que sin querer, consiguió que dos personas ajenas, una de la otra, se conocieran después de haber vivido en la misma tierra que los vio nacer. Y pensando yo en esa poderosa razón de algo tan universal como eran en aquellos momentos del siglo las redes sociales, que no tienen alma, ni sienten, ni padecen, se me ocurrió que un ser humano, como yo, o sea una mujer sola ante el peligro, con dos piernas, dos brazos y una cabeza llenita de letras, podría llegar a tener una verdadera cita a ciegas con la fuerza de la palabra, pues como bien dice el nombre, es la dueña de la vida ya sea hablada o escrita. Se me ocurrió un plan descomunal. Pues si Internet había tenido la oportunidad de darnos a conocer por medio de ella, ¿por qué no lo iba a llevar yo a cabo por medio de un relato? Estaba segura de que podría encontrarme con Ernesto en el futuro, escribiendo mi presente inmediato desde el pasado. Así que sin más preámbulo le puse una zancadilla al tiempo echando manos del los recuerdos, de tal manera que sin darme cuenta tuvimos esa cita a ciegas donde nuestro besos y abrazos se enredaron como si verdaderamente los estuviera viviendo. Me encontraba en un mar de emociones donde las exclamaciones eufóricas saltaban por el aire como los cohetes de mi tierra, cuando llegaba la feria, pintando de múltiples colores los cielos oscuros del puerto, cayendo sobre las teclas de mi ordenador como lluvia de cometas mensajeras, volviendo locos de dicha y entusiasmo a todos los avatares que rondaban por las redes sociales. Me sentía en la misma boca del volcán donde me salpicaban las chispas de fuego, como si fuera el eco de mis sentimientos, llevándoselo lejos muy lejos, a otra dimensión del tiempo atravesando las leyes del universo, más allá del horizonte, donde la fantasía no tenía límites, transgrediendo todos los cánones del intelecto humano. Y fue así cuando acordamos una cita en nuestra Ceuta querida. Quedamos en el barco para nuestro primer encontronazo de amor y mientras me componía en el camarote, mis pensamientos se reflejaron en el espejo de mi cuerpo que a la edad tardía de mis sesentas y un año aclamaba con tanto deseo sus abrazos y sus besos. Parecía como si fuera el último vestigio del amor que sentía por Ernesto, pensando si fuera cierto que él me amaría como me iba diciendo en el cruce de nuestros mensajes del chateo. Éramos como dos almas perdidas a la merced del tiempo reclamando venganza por no habernos conocido en aquellos años de la infancia, o en nuestra adolescencia donde cada mirada era un halo de implicaciones mutuas del juego del primer amor. ¿Dónde estarán aquellos besos tan hermosos que nunca nos pudimos dar? Se quedaron en los años mozos de la pubertad, ¡pues no me conformo, que en mi boca los quiero todos! Y acordándome de mi madre cuando tocaba el piano, pinté un gran pentagrama en el cielo donde la clave de sol era nuestro amor, llenando las nubes de notas musicales, en las cuales el tiempo pasado de mi niñez entonaba un recorrido imaginario escrito con letras de mi avatar diario, dejándolas volar en cada pedazo de un futuro no muy lejano,  ¡tenía en el poder de mis manos! Y de esa manera me encontré reflejada en la sombra de la luz de una luna iluminada, cuando dos bocas se besaban en el jardín aquél, mientras mi hermana la mayor me cuidaba…Éramos tu y yo, Ernesto de mi alma, que como dos enamorados nuestros labios se buscaron en El Jardín Primero de la Puerta del Campo…Lo mismo que en El Llano, bajo el balcón de mi casa, todas las niña de la vecindad, pegábamos cromos de colores con saliva en un pedazo de cristal roto, y lo enterrábamos para buscarlos, y por eso te encontré, amor mío, escondido tras la red de Internet… ¡Dame la mano tesoro mío y huyamos, que la puerta de madera está abierta…! ¡Corre, corre, corre! ¡Que nadie nos detenga! En aquellos momentos me sentí libre, ¡libre, libre como el viento! Igual que cuando de niña, escapamos corriendo hasta la gasolinera, donde una mezcolanza de algas marinas, nos atrapó bajo el puente con su inconfundible olor, ante la vista de lapas, cangrejos y erizos. Mil ojos diferentes fueron testigos de nuestros besos antes de llegar a la playa del Chorrillo…Inmediatamente llamé a Ernesto para decirle que podíamos quedar en El Puente de Cristo, por que la playa estaría llenito de chiquillos y trasgrediendo las leyes de la naturaleza, encaminé mis pasos hacia allí, donde de niña me arrodillaba en los reclinatorios mientras rezaba una oración, pidiéndole al crucifijo y a todos los santos del mundo que cuando Ernesto me viera diera un silbido de admiración. Lo mismo que aquellos soldados cuando veían pasar a las chicas guapas. Para sorpresa mía, al levantarme, ahí que estabas tu, cariño mío, vestido con el uniforme militar como si fueras un general… Andamos a lo largo del El Paseo de la Marina, parándonos en mitad del camino para ver las embestidas de las olas contra el murallón, sintiendo por momentos la presión de sus manos entrelazándome los dedos. Apenas podía seguir tecleando, cuando me besó frenéticamente antes de llegar a San Amaro, donde el Hacho se presentó majestuosamente, instándonos a subir la cuesta, lo mismo que en mi niñez, el día de La Mochila, pude sentir aquella sensación de alegría y ganas de vivir… Ernesto me arrastró a la tierra húmeda y fresca, toda rodeada de pinares verdes, ¡igualito que el color de mis pensamientos! Verdes, verdes… Nuestros alientos se mezclaron con el olor del viento, transportándonos a lugares donde la armonía entre la fantasía y la realidad caminaron juntas, atravesando las barreras del tiempo, de tal manera que el pasado y el futuro se fusionaron en el presente inmediato… La ciudad de Ceuta nos esperaba tan bella y hermosa como una perla perdida en medio del mar. Antes del atardecer llegamos a la Plaza de África, mientras los tañidos de las campanas de la Catedral lanzaban sus notas al viento llenando mi cuerpo de lindos sentimientos…Y como dos pececillos, Ernesto y yo, serpenteamos por los agujeros de las redes sociales…




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