Ese sentimiento mío tan bello y bonito, fogoso y fresco al
mismo tiempo, ese sentimiento era lo que yo más había anhelado sentir en mi
vida. Y con Ernesto empecé a tener tantas emociones controvertidas, que aún
sabiendo que ya no me contestaba con tanto deseo, a mí me importaba un bledo,
por que se convirtió en el hombre que yo más quería. Sentía una impotencia que
me dominaba, me amargaba y me irritaba de tal manera que hasta el alma se me
sublevaba. Era una rabia contenida que me embargaba de los pies a la cabeza
arrasándome toda entera. Me estaba fulminando con sus continuas evasivas cuando
le decía que era el amor de mi vida. Era como si aún no se lo creyera al verme
tan hermosa en mis fotografías. Últimamente le bombardeaba con ellas a ver si
así caía y me mandaba una del momento, pero ni con esas, siempre se hacía el
tonto, con lo cual se lo comenté a una amiga mía y me dijo que lo más seguro
era que se encontrara gordo viejo y calvo, cosa que para ser sincera, me echaba
para atrás, aún así yo sentía una pasión inaudita en mí por no poder tocar sus
manos, ni abrazarlo ni besarlo. Era como una enfermedad maldita que no sé por
qué me tocó vivirla a través de Internet, como si fuera una mala estrella que
hubiera nacido conmigo, sabiendo que algún día sucumbiría en sus brazos…Estaba
tan obsesionada con él, que tan sólo el pensar que estuviera chateándose con
alguna otra mujercita tonta como yo del foro, ya me daban ganas de tirarme para
su cuello y ahogarlo. Nada más que pensarlo, se me revolvía el estómago y los
demonios que llevaba dentro salían a través de las redes sociales como si
fueran avatares malignos. El caso es que cuantos más mensajes nos
intercambiábamos, más lo sentía dentro de mi corazón, embargándome el alma de tal
manera que me estaba quemando por dentro. ¡Ay Dios mío! Me decía para los
adentros, ¿me estaré volviendo loca? ¿Será que ya voy para mayor y las cabezas con
la edad se entontecen? No, no, para
nada, por que si fuera así no estaría tan cuerda cuando razono, ¡yo qué sé! Lo
único que tenía claro era que me había enamorado por Internet y que Ernesto
estaba en la otra punta y que no se entregaba como yo a él. Así que tuve que
volver a echar mano de mis dotes de estrategia y le escribí unas letras que
ardieron hasta las teclas.- Quisiera apagar éste fuego que me está quemando por
dentro…escríbeme tan sólo un beso, y te juro amor mío que te lo devolveré muy
lento, derramando todos mis sentimientos a golpes de versos.- Era tal el ímpetu
que yo ponía en mis frases que no tuvo más remedio que contestarme enseguida, y
cuando leí sus palabras, mi corazón empezó a latir tan fuerte que pensé que se
me iba a salir del pecho.- Quisiera darte todo eso que tú
ansias. Seria como llevar a cabo la obra maestra de mi vida... ¡Oh Dios,
cuántas cosas nos perdemos! ¿Y qué tenemos? Esta herramienta que nos comunica y
una mente soñadora, ávida de aventuras interminables... Soñar en la utopía,
pero, al menos tenemos eso. La capacidad para crear nuestra propia historia y
moldearla a nuestro antojo. ¿Quién nos va a privar de eso, quién? ¡Eh! Nadie.
Solos tú y yo, vulnerando todas las leyes del Universo. Por eso, te quiero mi
vida.- Me quedé sin aliento. Yo que pensaba que ya no le interesaba, que tan
sólo era un contacto más en su lista de amistades. ¡Qué contenta madre mía…! ¡Qué
felicidad más grande! A partir de entonces empecé a confiar un poco más en él y
seguimos compartiendo fotografías, pero como siempre, las de él del año
la nana. Yo ya no sabía cómo inducirle a que hiciera lo mismo que yo y lo
machaqué a fotazas mías a cuál más bonita. Para eso me repintaba, me arreglaba
y posaba como si fuera una verdadera modelo, siempre en la calle o con algún
amigo mío jovencito con los brazos echados por los hombros. No sé por qué, pero
lo único que yo quería darle a entender era que estaba de muy buen ver, en una
palabra, ¡muy buena! Una vez me dijo que tenía un cuerpo escultural y me dio
una alegría que sólo las mujeres maduritas sentimos en lo más profundo de
nuestro ser. Realmente no sé por qué tenía ese afán de que viera que no era un
espantajo, y lo único que conseguía era alejarlo más de mí, pues por sus
contestaciones tan huidizas, me di cuenta de que el pobre se sentía abrumado y
pensaría que yo estaba fuera de su alcance, ya que si era verdad que no se
gustaba en el espejo, estaría haciendo deporte a troche y moche para finalmente
quedarse echo un querubín y mostrarme lo tío cachas que estaba hecho o de lo
contrario, esperaba eclipsarme con sus sutilezas y apasionadas palabras, cosa que
era lo que realmente me había llegado al estado más puro de mi alma. Era tan
romántica e ilusa que me conformaba con soñar en aquellos instantes de mi vida.
Para ser sincera, había llegado a un momento crucial, en que me lo creía todo y
como tal, le contestaba yo con párrafos llenos de poesías. Así que seguimos con
lo nuestro y de vez en cuando se dejaba caer con otra foto, esta vez en
bañador, ¡vaya por Dios! Estaba rodeado de un grupito de amigos en la playa,
toda llenita de chinos gordos que me recordaron la de mi tierra, pero lo peor
no era eso, si no que estaba hecho un canijo perdido, más flaco que un gato
muerto hambre y encima parecía un pavipollo, ni era un niño ni un hombre, con
la cara llenita granos y un leve bigotillo, de esos que tanto coraje me daba
ver en los adolescentes de mi época, que todavía recuerdo de la academia
particular, cuando tenía catorce años, que para que nos diéramos cuenta las
chicas que ya se afeitaban llegaban a clase llenitos de tiritas, tirándose toda
la tarde con ellas colgando de un hilo con una manchita rosilla, por lo cual
deduje que tendría unos quince años, ¡me dieron ganas de mandarle una de mi
primera comunión! Claro que entonces se daría cuenta del trasfondo de mi
mensaje y para enmascarar el asunto le envié una del colegio donde aparecía
subida en una silla con el mapa de España detrás de mí, pues yo con mucha
gracia sonreía al fotógrafo, mientras que con el puntero señalaba una ciudad
que me había dicho el maestro. Entonces tendría unos cinco añitos. No sé si se
daría por aludido o no, el caso es que me envió una con unos veinticinco años
fumando y con el pecho al descubierto, el pelo todo revuelto y tenía una
sonrisa y una mirada llena de picardía que me perdió para siempre. Era de lo
míos, por que a mi me gustaban los hombres así de chulos, ¡madre mía lo que me
gustó! Me enamoró al momento y me dije a mí misma que tarde o temprano sería
mío para siempre, ¡no pensaba renunciar a él! ¡Éste ya no se me escapaba! Ahora
tenía en mente cómo atraparlo, ¡era un verdadero reto para mí! Se presentaba
una batalla difícil de ganar pues tendría que utilizar la palabra ya que era el
único medio de comunicación que teníamos, y como por experiencia sabía que
algunos hombres se les entra mejor por abajo que por arriba, utilicé el método
del apasionado objeto del deseo, ya que a la mayoría les gusta y se enredan de
tal manera que cuando quieren darse cuenta ya están ante el altar…Claro que ese
no era mi objetivo, por que en esos momentos de mi vida yo no era libre ni
tampoco la dueña de mi vida, pero si de mis actos y de mis palabras. Por eso y
nada más que por eso no volví a insistir en que me mandara fotos y por unos
días tan sólo chateábamos sin más, y poquito a poco me hice con el control de
sus emociones llevándole al terreno más sugerente de la palabra escrita con
arte y elegancia, pero con pizcas de chispas que saltaban hasta por las redes
sociales, saliendo los avatares descontrolados perdidos, pues ya se sabe que en
las conversaciones entre internautas, la frialdad es tan latente que congela la
más sólida de las relaciones humanas. Así que me dediqué a implicarle en la
situación barométrica de mi cuerpo, echando mano del tiempo ya que era invierno
y hacía un frío que pelaba. Cuando llegaba de la calle le escribía temblorosas
letras dejando entrever la doble intención de mis palabras, y de eso modo me lo
iba camelando. Más tarde utilicé una artimaña donde la coquetería femenina era
mi fuerte. Me hice una foto sentada con las piernas cruzadas, insinuando más
que mostrando, donde unos muslos demoledores lo elevaron a la cúspide del
cielo. Y estando yo tan contenta imaginando la cara que pondría al verme tan
hermosa, me contesta con una foto. Antes de abrir el mensaje estaba pensando
que por fin iba a ver su cara y su cuerpo del momento y ya me estaba regodeando
cuando me llevé la sorpresa más grande de mi vida. Era una foto de cuando hizo
la mili. ¡Madre mía, de cuando hizo la mili! Entonces era obligatoria. Éste
niño no tenía remedio, la verdad es que me estaba preocupando, ¡jolines! No
había forma de que se diera cuenta, así que de muy mala manera empecé a mirarla
por encima cuando algo me llamó la atención. Llevaba puesto el uniforme de
soldado color garbanzo, fajín verde, fez rojo y una capa blanca orlando al
viento. ¡Me dio un vuelco el corazón! ¡No podía dar crédito a mis ojos! Me puse
toda nerviosita perdida y las lágrimas inundaron mi rostro. Apenas podía ver el
teclado, hasta que empecé a llorar compulsivamente. Empecé a gritar con todas
mis fuerzas. Se enteraron todos los internautas conectados de lo que era un
desgarro de verdad. Se intercaló mi llanto paralizando hasta los quebrantos de
los gritos que estaba dando en el chateo con mi amado. Fueron tan eufóricas mis
exclamaciones que se interpolaron entre las teclas y se bloquearon todas las
redes sociales. Hubo un apagón universal y por momentos el pánico en el foro
fue mundial. Todos mis gritos llegaron a sus oídos como si me estuviera oyendo
de verdad. Sé que lo sintió, estoy segura que lo sintió por que, enseguida me preguntó
qué me ocurría. Sabía que era rápida y le extrañaba mi tardanza. Poco a poco me
fui calmando volviendo la cordura a mi ser, y cuando me quedé sin lágrimas,
pude contestarle con algo de tranquilidad. Me vino a la mente mi padre. Yo
tenía una foto igual de mi padre desfilando. Mi padre era militar. Mi tierra se
presentó ante mí como si la estuviera viendo de verdad. Le dije que era
caballa, que había nacido en Ceuta. Ahora el que se quedó atónito fue él. Enmudeció.
El silencio hizo que las redes volvieran a funcionar dejando a los avatares a
la merced del tiempo. Ernesto era de Ceuta. Los dos habíamos nacido allí y
habíamos dejado nuestra tierra casi con la misma edad, él con quince y yo con
catorce. Yo salí en mil novecientos sesenta y seis, Ernesto al año siguiente,
¡éramos paisanos! Hasta ahora no nos habíamos dado cuenta. ¿Cómo era posible
que se cruzara en mi camino? Parecía algo sobrenatural, como si fuera obra
divina…
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