Ernesto era un galante mujeriego y seductor, acostumbrado a tratar
a las mujeres como si fueran objetos de deseo. Era el típico buitre que oteaba
a sus víctimas desde lo más alto y con
tal que le echaba el ojo a una, se lanzaba en picado hacia la víctima y
ya no la dejaba hasta que sucumbía a sus pies. Solía salirse con las suyas, de
tal manera que si no conseguía lo que quería, abandonaba sin más preámbulos. Acostumbraba
a meterse en la red y buscaba a mujeres maduras sobre todo, viudas, separadas o
solteras, en una palabra que no tuvieran cargas a sus espaldas para poderlas
someter a su antojo, manteniendo siempre viva la llama del amor, un amor que
tantas personas solitarias necesitan. Para eso utilizaba un método infalible,
donde en los comentarios dejaba caer frases simpáticas, alabando el buen gusto,
cosa que a la mayoría de las personas nos encantan, pues a nadie le amarga un
dulce, y menos en estas redes sociales, donde no se ve el rostro del personaje,
pero las palabras dichas con elegancia hacen verdaderos milagros, y eso de que
nos regalen los oídos es verdaderamente halagador. Referente a los paisajes
expuestos, o cualquier vídeo musical, se explayaba en exquisitas adulaciones
haciendo alarde de su arte en la seducción hacia las señoras, pero donde daba
el dos de pecho, eran en los famosos carteles de grandes filósofos, haciendo
hincapié en la profundidad de cada frase como si fuera él el autor. Además era
un hombre culto y tenía un desparpajo en sus conversaciones que caía hasta la
más fuerte de las féminas y mira por donde dio a caer en mis redes. Yo, que era
una romántica empedernida y soñadora, que tan sólo escribía pequeños relatos.
Diríamos que era una palomita a su lado, y con tal que leyó un pequeño y
apasionado episodio de los que acostumbraba a escribir, se lanzó en picado a la
caza y captura. Era un auténtico conquistador a la antigua usanza y como yo me
creía todavía una princesita y me gustaban los retos, por cada flor que me
dedicaba, le respondía con poesías insinuantes y poco a poco fuimos trabando
una amistad casi milagrosa, donde las conversaciones nos fueron involucrando
como si nos conociéramos de toda la vida. Sin darnos cuenta, entre versos,
risas y lindas fotografías, lo que empezó como un juego de palabras, se enmarañó
de tal manera que era como la tela que teje la araña, cayendo en nuestras
propias redes de mentiras como si Internet nos hubiera atrapado, sin podernos
deshacernos ya de la red. Con tal que encendía el ordenador, allá que aparecía
con un saludo o con una bella postal, a la cuál, respondía con una sonrisa.
Éramos como dos almas gemelas, deseosas de hablar y ser escuchadas. Poco a poco le fui revelando secretos que
tenía en lo más recóndito de mi ser saliendo a la luz sin avisar. Parecíamos
una pareja de novios con sus tiras y aflojas, de tal manera que una tarde le
dije que me gustaría oír su voz. No lo dudó un instante y después de
intercambiar nuestros móviles, tardó tres segundos en sonar el mío. Y entonces
me perdí. Me vine abajo cuando oí su voz. Era una voz alta, clara, segura, sin
titubeos, acostumbrada a dar órdenes. Era una voz fuerte, de hombre que va por
la vida sabiendo lo que quiere, sin complejos, con los pies bien asentados en
el suelo. Era una voz de un tío que siempre ha llevado el mando, dueño de sus
actos. Me quedé sin saber qué decir. Me temblaba la voz y me salió de la
garganta una especie de falsa risilla pasmosa. En una palabra, me sentí gusana.
A partir de entonces me volví algo remisa en las conversaciones, y al notarlo
él, empezó a ser menos atrevido en el chateo diario. Incluso ya no era el
primero en saludar como antes, si no que esperaba a que yo diera el primer
paso, y si no lo hacía se quedaba todo un día como si ya no existiera. De esa
manera empecé a tener celos, unos celos enormes pensando que estaría chateando
con otras mujeres, pues había observado que colgaba cartelitos cuyos mensajes
dejaban entrever palabras de amor hacia cualquiera para atraparlas en sus
redes. No sé qué era lo que nos estaba ocurriendo, pero empezó a nacer una
desconfianza entre los dos, que de repente, un día me eliminó de un sablazo,
sin avisarme. Eso me dolió en el alma. Estuve toda la noche sin dormir y con
ganas de llorar. Me sentía muy triste por que no comprendía nada, así que me
armé de valor y le escribí un mensaje por privado para saber el por qué. Me
dijo que se había dado cuenta de que él a mi no me importaba nada y que no me
preocupaba de sus sentimientos. Estas palabras me llegaron al corazón. Le dije
que lo quería, que me importaba y que era lo mejor que me había pasado en la
vida. Casi me arrastré a sus pies, suplicándole que no me volviera a eliminar o
al menos que me avisara. Era una confesión de amor en toda regla. Yo que por mi
educación jamás había corrido tras un hombre, en ese momento perdí el pudor y
me derrumbé. A partir de entonces, nuestras frases eran cada vez más subidas de
tono. Era tal la
sensación de confianza que hasta temía ser tan atrevida, ya que muchas
conversaciones eran bastantes profundas. Me refiero a que le contaba muchos
secretos que antes ni se me hubiera ocurrido. Era como si Ernesto estuviera
sacando de lo más hondo de mi ser a la verdadera persona, que hasta yo misma
desconocía. A cambio, él, que al principio era como un buitre carroñero, poco a
poco fue perdiendo fuerza, quedando como un gatito sumiso y obediente. Se
habían trocado nuestras almas. Me dejé llevar por el corazón
sin hacerle caso a la razón. Algo en mi interior me decía que Ernesto era un
buen hombre y aunque muchas veces dudaba de él, no sé por qué me descarné
enterita confiándole cosas que hasta ahora nunca me había atrevido a contarle a
nadie. De repente era como si nos conociéramos de siempre, como si antes de nacer nuestras
vidas caminaron juntas. Existe una leyenda japonesa que dice que hay personas
que están destinadas a tener un lazo afectivo. Es el Hilo Rojo que viene
con ellas desde su nacimiento, el cual no puede romperse en ningún caso, aunque
a veces pueda estar más o menos tenso, siempre muestra el vínculo que existe
entre ellas…Yo sé que a lo mejor estaba cometiendo un error
enormemente grande, ya que en las redes sociales existen muchos engaños, pero
no sé por que confiaba en él. Me dejé llevar por mis sentimientos emocionales
de cada momento y dejé al descubierto la cruda realidad. Me di cuenta de que no
era una palomita, si no una gata salvaje escondida tras una máscara de
hipocresía social, mientras que Ernesto por su parte se iba involucrando tanto
en mis ardientes mensajes, todos llenos de ansiedad por la vida que, sin proponérselo,
dejó al descubierto su verdadera calidad humana, brotando su generosa bondad,
todo cariñoso, lleno de amor, deseando entregarse al apasionado abrazo de
ardiente mujer. Ya no era ese buitre carroñero, si no un mimoso peluche de
algodón. La red trocó nuestros alientos a través de un medio tan frío como es
Internet, transportando el fuego de la pasión a dos almas perdidas…
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