Nada
más que empezar mi carta, las lágrimas inundaron mi rostro y cayeron sobre el
teclado. Estaba dispuesta a acabar con Ernesto, pero antes quería conocerlo.
Tenía mucha curiosidad por saber cómo era su aspecto físico, y aunque ya me había
hecho una idea, sentía la necesidad de abrazarlo. Los internautas empezaron a
chatear comentando que algo muy gordo iba a suceder entre Ernesto y yo. La frase
“Cita a Ciegas” se paseó por facebook como si fuera algo insólito y durante
todo el día no se habló de otra cosa. Las redes sociales se colapsaron de nuevo
espiando cada paso que daba. Querían saber dónde iba a ser el encuentro. Los
correos electrónicos de Hotmail y Gmail se cruzaban tropezando con Twitter. Hasta
en YouTube seguían nuestra relación y querían dar la primicia antes que se
adelantaran los noticiarios de la televisión. Nadie daba crédito que dos
personas se amaran por medio de Internet y enviaron avatares para que llevaran
cámaras de vídeos y fotográfica. No se querían perder ni un detalle de cada
paso de los enamorados. Empezaron a llamarlos los Amantes de Internet. Para
ellos éramos dos almas solitarias y perdidas. Si, es verdad, pero lo que nadie
sabía era que estábamos unidos por el Hilo Rojo, ese que una vez enganchado a
nuestras manos, ya no se puede romper jamás. Y por eso decidí enviarle un
mensaje en el cual le comunicaba que tenía que verlo ya. Cuando Ernesto lo
recibió, me contestó rápidamente, que estaba muy ocupado y que no podría estar
conmigo ni un instante. Excusas y más excusas. No me creí ni una palabra. No sé
a qué le tenía miedo. Quizás temiera no gustarme, ya que, al mandarle tantas
fotografías mías y verme aún mona, él creyera que a mí sólo me atraían los
guapos. Pues sí, me encantan los hombres guapos, ¿a quién no? pero ahora no. De
jovencita sí. Ahora me fijo más en otras en las cosas que no se ven, y que en
una fotografía del año la nana de él, yo percibí. Vi la luz que desprendía la
mirada de sus ojos, la chispa de su sonrisa y lo que encerraba dentro del alma.
Esas cualidades las poseía él y aunque no lo conocía en persona, sabía que era
un hombre bueno, y por muchos mensajes que recibía de los internautas poniéndolo
a parir de un burro, ninguno me convencía. Mi Ernesto era el mejor tipo del
mundo. Sentía que me quería de verdad y jamás me haría daño. Él pertenecía a la
gente de palabra, como son todos los ceutíes. No era del pelotón de lo viles y
cobardes. Nunca me traicionaría ni abusaría de mí. Yo presentía que era sincero
conmigo, me lo decía el corazón y mi corazón nunca me ha engañado. El caso es
que lo convencí para verlo en persona y quedamos en que al otro día cogería el
Ave para Barcelona, ya que él vivía allí desde hacía muchos años, y mira por
donde yo tenía a una hermana que se fue muy jovencita, conoció a un tipo muy
majo se casaron y comieron perdices. La llamé rápidamente y le dije que iba a
pasar tres días en Barcelona. Llené una maleta de ropa, la más moderna y bonita
que tenía. Quería sorprender a Ernesto. Que cuando me viera se quedara con la
boca abierta, en una palabra, que se volviera loco de pasión. Una vez sentada
en el tren, me hacía mil preguntas sobre su aspecto físico y seguía pensando el
motivo de su temor, hasta que llegué a la conclusión de que quizás tuviera la
figura de un Gremlins. Eso si que me echaría para atrás bastante. También pensé
que sería como el personaje pequeño de “Juego de Tronos” Tyrión Lannister, de la
novela de George R. R. Martin. Bueno, al menos éste es muy inteligente y eso sí
que me pone en cantidad. Al final me adormilé un poco cuando de repente el tren
llegó a la estación. En ese momento se colapsaron todos los móviles a causa del
Wasap, ¡todo el mundo con los móviles en mano! Llamé a Ernesto para saber la
hora y el lugar del encuentro. Los teclados dejaron de sonar para oír nuestra
conversación. Los mensajes empezaron a intercambiarse. A las once del otro día
en el mismo centro de la Plaza
de Cataluña. Esa frase fue la más repetida en menos de una hora. Me dijo que
llevaría un ramo de flores rojas para que yo lo reconociera y como él sabía
perfectamente cómo era mi aspecto, le dije que me buscara entre la gente. Mi
cuñado estaba en la estación con mi hermana. Nos abrazamos, nos pusimos al día
y cuando llegó la noche no pegué ojo. Al otro día nada más que levantarme di
como veinte vueltas al piso de mi hermana. Seguía estando muy nerviosa. Me tomé
una tila y rápidamente empecé a arreglarme, repasando cada detalle de mi
cuerpo, arrasando con todos los pelos que pudieran estorbar cada roce de sus
manos. Después empecé a pintarme los ojos de todos los colores del cielo, parecía
el arco iris. Me lavé la cara y me eché colorete y cuando me miré al espejo tenía
una huerta de tomates en el rostro, ¡madre mía! pero ¿qué me ocurría? ¡Si solo
es un hombre! Finalmente empecé a vestirme y me desvestí más de siete veces. Parecía
una adolescente en su primera cita. No me decidía por nada porque lo que yo
quería de verdad, es que cuando me viera se quedara con la boca abierta, en una
palabra quería sorprenderlo. Me puse un traje de chaqueta precioso y me colgué
collares y pendientes, nueve pulseras y un broche en la solapa, además me
coloqué una horquilla con mil brillantes en la melena. Parecía un árbol de
navidad. Miré el reloj, me desnudé enterita y a la ducha. Me puse unos legis y
un jerséis ceñido. Me colgué la mochila y salí pitando de allí. Estaba decidida
a enamorarlo tal como era yo en realidad. Iba a por todas. De repente me veo
rodeada de una multitud de caras desconocidas. Me sentía un poco perdida y
rezando a mi virgencita, le rogué con todas mis fuerzas, que Ernesto no se
hubiera echado atrás, cuando de repente veo un ramo de flores rojas abriéndose
camino entre la gente...
¡Muy interesante Felicidad! Deseando leer el siguiente capítulo.
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