viernes, 27 de diciembre de 2013

AVATARES EN LA RED.- 17º (NATURALEZA VIVA)




Cuando vi el ramo de flores avanzar hacia mí me puse muy nerviosa. No estaba segura de que fuera Ernesto, pero cuando la sonrisa asomó a su rostro, me di cuenta de que ya no podía echar marcha atrás. Tenía un caminar tranquilo y sereno. Me pilló desprevenida. Ya estaba aquí. Las piernas me temblaban. Algo me impedía andar. Tragué saliva, alcé la cabeza e intenté por todos los medios sonreír. Tampoco quería que pareciera exagerada. ¡Ay Dios mío, en qué lío me había metido! De repente lo tengo justo enfrente de mí. ¡Qué guapo y apuesto era mi Ernesto! Me volví loca de alegría. Se presentó tímidamente y le di dos besos en la cara. Me ofreció el ramo de flores y estuvimos caminando hacia ninguna parte, sólo dónde nos llevaban los pasos. Me invitó a tomar un café en la cafetería donde solía ir, ¡qué casualidad! La misma que me dijo una vez, que le gustaría que lo vieran sus amigos conmigo para presumir de mujer. Le cogí del brazo. Nada más entrar, se callaron y me miraron descaradamente de arriba abajo. Ernesto me los presentó a todos, ¡qué educados! Casi se agacharon para besarme la mano. Eran muy galantes. Después nos fuimos a dar una vuelta y llegamos a un parque donde la mayoría eran personas de la tercera edad. Estaban jugando a la petanca. Algunos eran conocidos suyos también. Después de saludarlos, me senté en un banco del jardín. Sabía que los avatares estaban pululando por allí para grabar cada uno de nuestros movimientos. Se iban a enterar bien de lo que vale un peine. Estaba dispuesta a ofrecerles una buena exclusiva. Llamé a Ernesto para que se sentara a mi lado y antes de que se diera cuenta, me giré hacia él sentándome sobre sus rodillas a horcajadas. Le cogí la cabeza y acercándome a su cara le comí la boca con un besazo de tornillo, que se quedaron todos sus amigos boquiabiertos, disimulando y mirando hacia el cielo. Los jóvenes que pasaban por nuestro lado nos pusieron a parir de un burro. No pararon de criticarnos incluso oí a unas chicas que decían que, qué poca vergüenza y qué escándalo estábamos dando. Que vaya ejemplo para los niños y la juventud. Que ya éramos muy mayorcitos para dar tal espectáculo. Que menudos caraduras y que no teníamos respetos a la sociedad. Los que estaban jugando a la petanca se quedaron patidifusos y no sabían si seguir jugando o irse para otro lado, el caso es que no daban pie con bola. Una mujer de unos treinta años, llamó a un policía y cuando éste vino, le dio tal ataque de risa, que la pobre se tuvo que ir sin comprender nada. El caos fue total en Internet dando noticias contradictorias en todas las redes sociales. Se habían intercambiado los papeles en la humanidad. Ahora eran los abuelos los que se besaban en los jardines. Los mismos que corrían tras los nietos por las calles. Los que llevaban y recogían a los niños de guarderías y colegios. Las jóvenes parejas ya no se escondían para besarse, ni tampoco se sentaban en los bancos del parque. Sólo se limitaban a poner sus pulgares sobre los móviles. Ni siquiera se miraban a la cara para hablarse con la mirada. Ahora sus ojos no se apartaban de las pantallas de los móviles para hablar por el Wasap. Mientras tanto, yo seguía besando a Ernesto atornilladamente y con lengua. Me lo estaba pasando bomba con él, que en ningún momento opuso resistencia, ajeno a la realidad de mi intención. Lo único que quería es que en todas las redes sociales corriera la noticia de los amantes de Internet pillados In situ. La foto de dos abuelos besándose en el parque dio la vuelta al mundo. Había conseguido mi propósito. Finalmente nos levantamos y nos fuimos a picar algo por ahí más contentos que un trucho y una trucha. Era ya casi de noche cuando llegamos a la Plaza de España donde una fuente se levantaba de colores al son de la música. Estaba llenita de gente con lo que le dije a Ernesto que me subiera sobre sus hombros para poder ver mejor, ¡el trabajo que nos costó! Casi nos caemos de culo. Después de caminar sin parar llegamos a La Ramblas y cerca de la plaza de La Boquería paramos a picar un poco. Eran más de las doce y media de la noche cuando llamé a mi hermana diciéndole que no me esperara. Nos fuimos a un hotelito que encontramos por unas callejuelas y nada más llegar, me duché y le dije a Ernesto que apagara la luz antes de meterme en la cama. Por su parte fue todo amabilidad y cuando se tumbó a mi lado, le di unos masajes en el cuello para quitarle el dolor que le había causado con mis movimientos al son de la música de la fuente. Pobre Ernesto, lo que tuvo que soportar con tal de darme gusto en todo. Al cabo de los diez minutos nos quedamos dormidos el uno en los brazos del otro, Z, z, z… A media noche me despertaron los rugidos de un animal. Abrí mis ojos y me encontraba dentro de una tienda de campaña y un enorme oso delante de mí. Llamé enseguida a Ernesto y me dijo que no me preocupara por que preveía que algo así iba a ocurrir y se trajo su fusil. Me dijo que no me moviera de allí y que iba a investigar dentro de la caverna. Me quedé muy quieta cuando veo al lado un caballo. No lo pensé ni un instante y de un salto monté sobre él, ¡corre, corre caballito! No sé por qué me vino aquella canción de Marisol en “Un Rayo de Luz” Salí de la tienda de campaña y galopé por medio de un bosque lleno de árboles cuyas ramas me rozaban los brazos y las espaldas, ¡querían atraparme! Hasta me agarraron los pelos de la cabeza para que no pudiera salir de allí. Atravesé el bosque sin parar, hasta que llegué a una cuesta empinada y en lo alto una enorme montaña. Fustigué a mi caballo que relinchando se dio a la fuga a galope tendido. ¡Corre, corre, corre! Llegamos a lo alto de la cima, donde un enorme volcán empezó a echar chispas de fuego. Aquello estaba ardiendo. Me estaba quemando y me lancé en picado hacia abajo, de tal manera que me caí del caballo, y rodando cuesta abajo, di de cabeza a un río de aguas embravecidas y torrenciales, donde la corriente me llevaba hasta las cataratas, sacudiéndome por todos lados. Ahora de espaldas, boca arriba, de lado. Sentía unas embestidas que casi me arrebataban el alma. Ramas y palos pasaban por mi lado cuando justo en medio había un tronco atravesado y me aferré a él con todas las fuerzas de mi ser. Me senté sobre el tronco como si fuera una moto, apretando mis manos alrededor de manera que al caer por las cataratas no me despidiera al otro lado del mapa. ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío que me muero! No paraba de llamar a Ernesto con unos gritos exagerados, cuando de repente me dejé llevar por la corriente cayendo por la catarata. Una lluvia de aguas torrenciales me invadió por cada poro de mi cuerpo haciéndome chillar como una loca. Poco a poco llegué a un ensanche del río donde las aguas en calma me arrastraban hacia la orilla, haciendo que siguiera el cauce con tranquila serenidad. Me dejé mecer por las aguas del río hasta la orilla. Me tumbé en la fina hierba y me dormí. Dormí plácidamente y antes del alba, los rayos del sol me despertaron. Una brisa acariciaba mi espalda y cuando abrí mis ojos, Ernesto me sonreía guiñándome un ojo.- Buenos día mi vida, ¿qué, te ha gustado? - Ha sido la mejor noche de mi vida.- Le contesté, y enroscándome la sábana por el cuerpo me dirigí al baño y mientras me duchaba le dije.- Ernesto hoy me encantaría pasar el día en el parque de atracciones de El Tibidabo, me han dicho que hay unas montañas rusas que quitan el sentido...



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