Ernesto se convirtió en mi
tabla de salvación. Era como un milagro. Un verdadero milagro que apareciera en
el peor momento de mi vida. A veces me quedaba pensativa con la mirada perdida
en la lejanía, como si pudiera reconocerlo en la forma de las nubes del cielo.
Necesitaba compartir mi vida con él, sobre todo para descargar la pesada carga
que llevaba arrastrando durante años. Más de veinticinco años aguantando al
petardo del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, pues así llamaba yo
al que hasta ahora había sido mi amante. Francamente, creo que lo utilicé, quizás
inconscientemente, claro que también es posible que Ernesto que no tenía un
pelo de tonto, se diera cuenta desde un principio, y se dejara llevar por mis
emotivos mensajes o me estuviera llevando la corriente para entretenerse.
Realmente no lo tenía muy claro, pero como estaba tan presionada por la
situación de la cual quería salir de una puñetera vez, me dejé llevar por mis
sensaciones del momento, explayándome de tal manera, que la sonrisa se dibujó
en mis labios iluminando mi cara de alegría y volvió de nuevo a reinar la paz en
el halo de mi existencia. Me sentía como una adolescente en sus primeros roces
con su chico, y lo mismo que los novios al principio, empezamos a intercambiar
nuestras fotografías. Le mandé una que estaba muy favorecida para que viera
cómo era mi rostro y mi cuerpo. Se quedó encantado, no se podía imaginar que
aún con mis años pudiera ser tan atractiva y encima estuviera en plena forma,
ya que siempre he hecho mucho deporte. Se deshizo en halagos, diciéndome que
era guapísima y que los ojos se les iban a salir de las órbitas de tanto
mirarme. Se tiró toda la santa tarde piropeándome, cosa que me encantaba, por
que siempre he sido muy coqueta y eso que me digan cosa bonitas, pues… ¿qué
quieren que le digan? que me dio un subidón…Yo pensé que él iba a hacer lo
mismo, y como se hacía el loco, le dejé caer que me gustaría saber cómo era. Al
momento me envía una foto del año catapún, con diecinueve años, ¡estaba
guapísimo! Con el pelo largo, un jerséis pegadito al cuerpo señalando pectorales
y un pantalón acampanado, ¡estaba hecho todo un tío cachas, buenorro y
guapetón! Además era un auténtico hippie, lo mismo que yo, pero en hombre, ¡éramos
de la misma generación! No me lo podía creer, menos mal, por que hasta ahora no
sabíamos qué edad teníamos y resultó que habíamos nacido en el mismo año. Me
quedé con la boca abierta. Sentí una alegría inmensa, pues por su voz y su
manera de chatear conmigo, llegué a pensar que era más joven. Ahora comprendía
por qué me encontraba tan cómoda con sus palabras. Seguí enviándoles más fotos seguidas
de unos párrafos, todos llenos de palabras sugerentes y divertidas. Otras veces
de diferentes ciudades de España, y por supuesto del lugar donde vivo, pero las
mejores fotografías fueron las que hice de mi salita, lo que yo llamo mi rincón.
El lugar más alegre de mi casa, donde tengo mi mesa camilla, mis plantas
verdes, los cuadros de mis padres, mis hermanas, mi infancia, mi vida... En una
palabra el lugar donde cada día escribo mis pequeños relatos al son de la
música esa que tanto me gusta y que me anima a seguir cada día… Fotografié cada
pedazo de pared para que viera los familiares que me acompañaban cada día, mientras
chateo con él sentada junto a la ventana. Quería que supiera todo lo que me
rodea para transmitirle un poco de calor. De ese modo lo acercaba a mí. Él en
cambio tan sólo me envió dos o tres fotos y encima de su juventud. Nunca una
actual, por lo que le insinué que me gustaría ponerle rostro a sus palabras. Me
dijo que últimamente no le gustaba lo que veía en el espejo. No volví a
insistir más. Quizás temía defraudarme, así que respeté su decisión, y seguimos
compartiendo historias como si fuéramos una pareja de novios, y como es
natural, la curiosidad por saber más el uno del otro, era cada vez más
atrevida, haciéndonos preguntas algo indiscretas, sobre todo yo, que como
fisgona mujer, quería saberlo todo de él. Lo mismo le ocurría a Ernesto,
llegando a un punto que hasta nos mosqueábamos cuando lo que uno decía no le
gustaba al otro. Parecíamos dos verdaderos amantes. Una vez se me ocurrió
contarle que había en mi grupo de amigos un chico de treinta y cinco años,
veinte más joven que yo, que no paraba de tirarme los tejos y lo único que se
le ocurrió preguntarme era si había sucumbido a sus encantos, haciendo hincapié
que quería toda la verdad. Por un instante dudé, pero pensé que no tenía nada
que perder, al fin y al cabo, no era ni mi marido ni mi amante, así que le dije
que si, que había caído rendida a sus pies. Pasó un buen rato sin oír el sonido
del nuevo mensaje, así que opté por esperar, y como el mutismo era total, le
envié cuatro palabras echándole en cara su poca comprensión e intolerancia
hacia mí, y que si quería la verdad, ¡toma verdad y punto! Y si no que no
pregunte tanto… Reconozco que me puse chulita, y ojala le hubiera mentido. Me
dijo que no pasaba nada, que me comprendía y que también había tenido sus
buenos líos de faldas. A otro día cuando abrí mi ordenador, no había señales de
él, pero al siguiente me mandó un mensaje diciéndome que se había ido de copa
con unos amigos, cogió una borrachera y se quedó dormido. A partir de entonces,
Ernesto cambió. Se alejó de mí y dejó de quererme como antes. Ya no me
sorprendía cada día con una nota cariñosa, ni me enviaba flores. Noté un cambio
abismal en nuestra relación. Yo sabía que era la culpable y tenía mucho miedo a
perderle, tan sólo de pensarlo me sentía morir. Así que usé todas mis armas de
mujer y le escribí un mensaje llenito de pasión…Quise escalar por montañas y me encontré en un volcán,
quise jugar en charcos de agua y me encontré en medio del mar, nadando entre
dos aguas, ¿quién me vendrá a rescatar? Prendidas en tus alas de fuego llegué
hasta las arenas del desierto, si no sales al vuelo me perderé en las puertas
del infierno... ¡Bingo! No tardó ni un segundo en contestarme. Me envió un ramo
de flores y yo me agarré al clavel de los deseos... Y ahí empezó nuestra relación, algo extraña pero al menos yo me sentía
cada día más libre. Tenía una sensación de libertad que hacía muchísimos años
que no sentía en mis propias carnes, y no ya en la envoltura de mi piel, si no
en el alma. ¡Libre, libre! Como una paloma volando al viento. Ya no hubo marcha
atrás y seguimos chateando, aunque Ernesto se había vuelto muy prudente en sus
palabras, y cuidadoso en sus mensajes, como si tuviera miedo de algo, como si hubiera
sufrido anteriormente. Yo pensaba que ya no se fiaba de mi al saber lo atrevida
que fui entregándome a los brazos de un hombre mucho más joven que yo, y además
que lo dejé tirado a los dos años por que no me interesaba lo más mínimo. ¿Qué
se pensaba que por ser mucho más joven ya tenía todo el terreno ganado? Creo
que eso es lo que más le asustó de mí, pues se dio cuenta de cómo era en
realidad y de lo que era capaz. Y como yo no lo quería perder por nada del
mundo cambié de estrategia y usé todas mis dotes, echando mano a mis prosaicas
palabras, por que sentía que lo quería y necesitaba que él lo supiera. Tenía
que hacérselo ver, que se lo pudiera creer de verdad. Hasta ahora, parecía como
si todo hubiera sido un juego de palabras entre dos concursantes de la
televisión, así que ni corta ni perezosa le envié un mensaje llenito de
deseo, de manera que esas ardientes
palabras aterciopelaran sus oídos y las sintiera entre las sábanas cuando se
acostara…Quería que sus ojos deletreara cada derrotero de mi cuerpo, perderme
en sus labios comiéndomelo a besos, enredándonos en el interminable abrazo de
las teclas del deseo, suspirando y exclamando con furia y desenfreno…
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