viernes, 4 de enero de 2013

EL MORO QUE ANDABA A CUATRO PATAS.-

Una vez que volvía del Morro con mi madre, ví un moro andando a cuatro patas. En las manos llevaba unos tacos grandes para apoyarse en el suelo, igual que los que tienen los zapatos cuando uno es cojo. Me lo tropecé de frente, cara a cara. Jamás olvidaré ese rostro ni aquella mirada tan penetrante, como de una lechuza...
Era un hombre viejo, con los ojos celestes, sanguinolentos, como si unas venillas atravesaran sus pupilas. La nariz aguileña, con tres dientes amarillentos y separados, y la barba muy larga, casi blanca y la arrastraba un poco. Tenía el pelo largo con la raya en medio y algo encrespado, ¡parecía un demonio! Me recordó las ilustraciones que mi hermana la mayor nos enseñaba de la biblia, esas caras llenas de enojo, de espanto, como de bocas gritando ¡socorro! Salí corriendo como un galgo y a lo lejos giré la cabeza y solamente vi a un pobre anciano arrastrando su cuerpo como si fuera un perro, con el culo en los huesos igual que un jamelgo... Poco después entramos en la mercería " El Globo " donde mi madre compró dos carretes de hilo de seda para mi hermana la mayor, ya que estaba aprendiendo a bordar a máquina y en bastidor. Al salir casi nos tropezamos con el párroco, y la pobre se tuvo que esconder en un portal para que no le viera los brazos, por que según ella, eso era provocativo, así que disimuladamente yo le besé la mano como si fuera un santo...

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