miércoles, 2 de enero de 2013

LA VENDEDORA DE CLAVELLINA Y LA VIEJA ZARRAPASTROSA.-

En la entrada de la Parroquia del pueblo hay una señora sentadita en su silla de anea. Lleva puesto una simple bata de andar por casa con un delantal blanco, abrazadito a su cintura, y como en el peto no tiene tirantes, se lo sujeta con dos imperdibles exagerados de grande, que ella no trata en ningún momento de disimular por atrás. Parecen dos ojos achinados que miran con un descaro de lo más impertinente, y además, que con el movimiento de su cuerpo al agacharse, parece como si estuvieran guiñando continuamente... Los bolsillos estaban un poco descosidos por el peso de las monedas.
Entre las canas del moño tiene dos claveles rojos, que no paran de pelearse con unas cuantas horquillitas, harta ya de estar todo el tiempo tan apretaditas. Del lóbulo de sus orejas cuelgan unos zarcillos de oro, tan largos y pesados, que en vez de agujeros parecen rajas...
Lleva puestas unas zapatillas negras y unos calcetines tan cortos, que a duras penas llegan a los tobillos, mostrando unas piernas desnudas con cuatro pelillos mal repartidos. Un dicharachero encaje que bordeaba las enaguas, asomaba por encima de sus rodillas como diciendo: " Aunque no lo parezca aquí vive gente muy limpia"  A sus pies hay un gran barreño de alumino con agua, donde las clavellinas sobresalen y los feligreses casi siempre le compran un ramo para ponerlo a los pies del santo...
Frente a ella, había una señora muy vieja sentada en una silla de madera la mar de sucia, toda mugrienta, desde los pies hasta la cabeza, con los pelos desgreñados y una horquilla sujetando unos cuantos cabellos, como si quisiera demostrar algún indicio de coquetería. Tiene la tez ennegrecida y acartonada de lo reseca que está, con un millón de arrugas entrecruzando su cara, dejando ver unos ojuelos pequeños como pulgas, por no decir ridículos de chicos. Apenas un leve brillo se entrevé en su triste mirada, pudiéndose apreciar el cansancio en todos los huesos, por que ni carne parece que los envuelvan, o quizás es que tiene el corazón harto de latir, día tras día, esperando que la deje tranquila. Alguna que otra costra sanguinolenta adornaban sus brazos y piernas, como si fueran unos "okupas" de esos que habitan en las casonas en ruinas y abandonadas, pues no podría describir mejor su retrato, viniéndome éste como anillo al dedo. En una palabra, era la desgracia en persona, pero cuando alguien se acercaba, alargaba la mano, suplicando una limosnita, por favor, con la más humilde de las sonrisas en los labios, dejamdo ver las encías desdentadas. Tan sólo un diente ladeado tenía...

No hay comentarios:

Publicar un comentario