viernes, 4 de enero de 2013

LA PENSIÓN.-

Era un edificio humilde y frío con escaleras de caracol. Una señora salió a nuestro encuentro con un aspecto que dejaba mucho que desear. Llevaba un delantal puesto llenito de lamparones que se destacaban descaradamente sobre el color original, delatando a su propietaria de mujer desaseada. Tenía el pelo teñido de rojo y enmarañado perdido con los ojos pintarrajeados de azul y los labios colorados como tomates, tan mal perfilados, que el carmín sobrasalía de la boca dándole una apariencia de payaso, y unos rosetones en cada pómulo, que en vez de la polvera, parecía que se había dado dos tortazos en la cara. La nariz larga, larga, que no paraba de moquear, ¡me estaba poniendo nerviosa! Pues con un pañuelo se la retorcía de tal manera, que parecía de goma de lo bien que se ladeaba para un lado y otro, incluso hacia arriba mostrando dos agujeros llenitos de pelos tiesos, tiesos, que si me esfuerzo le veo hasta los sesos...
Nos guió a lo largo de un pasillo oscuro, oscuro y un olor fuerte a coles o qué sé yo, penetró por todos los orificios de mi cuerpo. Una sensación de salir corriendo invadió mi pecho ahuecando mi estómago, lo mismo que cuando era pequeña en el instituto, en Ceuta, que me agachaba y me escurría en el asiento, casi pegado mi culo al suelo, en la última fila para que la profesora no me viera, y, ¡qué mala suerte! siempre me llamaba al estrado para decir la lección, que yo trataba por todos los medios de leer en el cielo, y retorciéndome los dedos balbucía: " Pues... enm... enm..."
Nuestra anfitriona se paró ante una puerta vieja del color marrón que al abrirla hasta crujió, ¡Dios mío, lo que apareció! Una cama pequeña de hierro azul celeste y pegada a un lado de la habitación, con el colchón hundido y la colcha de color amarillento pajizo, más bien descolorida con los flecos arrastrando. La ventana que iluminaba este cuartucho tenía los cristales borrosos, atravesados por tiras de maderas que se cerraban con unas puertecillas enganchadas a un pasador. Cuando me asomé vi la fachada negra de otro edificio justo, justo delante de mí, que si me estiro hasta lo toco con las puntas de los dedos...
Mi marido me preguntaba sin hablar, pues su mirada ya me decía... Yo le contestaba con la vista, mientras las paredes descarnadas mostraban orgullosas un mapa imaginario que había dibujado un desconchón abriéndose camino por todos lados como diciendo: " Pienso llegar hasta el tejado..."
En un rincón y en lo alto asomaba la cabecita una tímida arañita que tejía y tejía un trozo de tela suave como la pelusa, parecía un pañuelito de tul, y mirándome a la cara me dijo con desparpajo: " Señora, ¡marchese a otra fonda por que aquí tengo trabajo..."
Un redondel húmedo y fresco goteando desde el techo me decía: " ¡Apártese señorita si no quiere que la moje toda enterita...!"
Salimos de allí pitando a otro barrio, mientras unas gotas escandalosas resbalaban por mis cabellos chillando: "¡Agua vaaá...!" Sin parar de trotar llegamos a otro portal donde nos esperaba un hostal con las alcobas simples y solas, ¡no tenía ni aseo! Ni delante ni detrás, si no que estaba saliendo de la habitación, en el pasillo y al final, ¡mira qué bien! Lo que tenía que aligerar cuando acuciaba la gran necesidad...
Corriendo, corriendo llegamos a un hermoso hotel mucho antes de anochecer...

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