Un día, harto ya de ver la ropa de su esposa, llamó a sus hermanas y
les dio sus vestidos y sus zapatos, hasta un par de batas que estaban colgadas
en el armario. Después llevó a rastra la silla de ruedas a la iglesia del
barrio, y un par de muletas, ya que su señora tuvo que usarlas tres inviernos y
dos primaveras, y cuando pudo andar medianamente bien, lo hizo apoyada en un
Bastón con la mano derecha, y cuando lo dejó para siempre, su marido lo colocó
en lo alto del armario, pensando que más tarde tendría que utilizarlo...
Han pasado más de tres años y aún sigue allí tumbado, pues
Don Pepón se apaña andando sin necesitarlo, aunque de vez en cuando lo mira un
buen rato como para usarlo.
Todas las mañanas sale a dar una vuelta por los
alrededores de su barrio, mientras le limpio la casa y cuando le hago la cama,
no paro de mirar el puño del Bastón, lo mismo que si fuera una carita asomada
al balcón, y noto un no sé qué, que no tiene explicación...
Pasado un tiempo, eché en falta que algunos días el Bastón
ya no estaba, por lo que tranquilamente barría y fregaba.
Una mañana que ordenaba sus camisas, oí un siseo detrás de mí. Me asomé a la ventana, y
no había ni nada ni nadie, así que seguí con lo de antes, pareciéndome que allí
dentro sí que había alguien, pues hasta respirar parecía que oía, y mirando
hacia arriba, el puño del Bastón se reía de ver la cara que yo ponía. No supe
qué hacer ni qué decir, pero salí pitando de allí, pensando que era un fantasma
o que la vista me engañaba.
Al cabo de una semana oí como si alguien silbara, y desde
entonces, cada vez que entro en el cuarto, el Bastón se lía a hablar como si
pudiera hacerlo de verdad, y por más que quiera ignorarlo, él sigue como si
nada, a lo que atónita perdida tuve que enfrentarme sola y armándome de valor
le dije:
- Oiga, por favor, no sé quién es usted, pero me tiene más que harta, déjame tranquila hacer la limpieza.
- Soy un se viviente
No daba crédito a mis oídos, y menos que pudiera estar
hablando con él como si fuera verdaderamente una persona, así que salí de la
habitación como si no hubiera ocurrido nada.
Cuando llegué a mi casa no le conté lo sucedido a nadie,
ni siquiera a mis hijos y menos a mi marido, porque seguro, seguro que me
habrían tomado por loca.
Pasado algún tiempo, tuve que acostumbrarme al parloteo
del Bastón, pues por más que le repetía que tan sólo era un objeto inerte, él
juraba y perjuraba que era un ser viviente:
- Mire usted señora, soy un gran señor, y crecí en un bosque
encantado y tengo el don de oír a los
animales, a los objetos y a los humanos.
- o sea, que es más o menos una persona, ¿no?
- Por supuesto que sí. o es que, ¿no se ha dado cuenta?
- El que no se ha dado cuenta es usted, y me tiene hasta el mismísimo coco, ¿cuándo se va a enterar de que es solamente una cosa?
- Usted es al que no admite que sea una persona, es más, pienso escribir mis memorias por que, cuando vivía en el bosque, una famosa escritora leía sus poemas bajo mi sombra, y algo se me habrá pegado cuando me arrancaron, ¿no?
- ¡Pero si usted es un palo! ¡Usted no siente! ¿Qué memorias ni ocho cuartos? Me está volviendo loca de remate, ¿sabe que le digo? ¡Que em voy antes de que venga Don Pepón y me ponga de patitas en la calle!- Haga lo que quiera, me da igual, pero no si antes que sepa, que además, un artesano, de los más célebres tallistas del momento me moldeó.
- ¡Esto era lo último que me quedaba por oír! Claro, que la tonta soy yo por perder mi tiempo en escucharlo, y como comprenderá usted, esto ha colmado mi paciencia, así que he decidido dejarlo por imposible, me tiene harta, no hay manera de convencerle que simplemente es un bastón y punto, y para que se dé cuenta de ello verdaderamente, lo voy a dejar detrás de la puerta con la palabra en la boca.
Dando un portazo salí de la habitación, mientras el Bastón continuaba gritando:
- Por mí como si no quiere escucharme más pero que sepa que he empezado a escribir un diario y lo tengo escondido en lo alto del armario!
Me fuí al baño y mientras me vestía me decía ¡Dios mío, hasta donde ha llegado su locura!Pasaron
algunos días, y mientras el Bastón seguía blá, blá y blá, blá, sin hacerle
caso, lo dejaba arrinconado, dando vuelta por toda la casa, siempre muy
atareada. De vez en cuando contenía la respiración para poder oír el sonsonete
del Bastón, incluso llegué a sentir un poco de lástima, pensando que a lo mejor
era verdad: ¡Dios mío, ya estoy dudando!
Un
día que estaba haciendo la limpieza, un cuadernillo cayó sobre mi cabeza,
dejándome boquiabierta cuando empecé a leer...
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