martes, 1 de enero de 2013

DON PEPÓN.-

El señor Don Pepón es un buen cristiano, amable y muy educado. Desde que su mujer murió se encuentra solo y apesadumbrado, y a veces la echa tanto de menos, que de pena y tristeza se le llena el corazón y el cuerpo, pues sesenta años de convivencia, son muchos para estar ahora sin su presencia...
Un día, harto ya de ver la ropa de su esposa, llamó a sus hermanas y les dio sus vestidos y sus zapatos, hasta un par de batas que estaban colgadas en el armario. Después llevó a rastra la silla de ruedas a la iglesia del barrio, y un par de muletas, ya que su señora tuvo que usarlas tres inviernos y dos primaveras, y cuando pudo andar medianamente bien, lo hizo apoyada en un Bastón con la mano derecha, y cuando lo dejó para siempre, su marido lo colocó en lo alto del armario, pensando que más tarde tendría que utilizarlo...
Han pasado más de tres años y aún sigue allí tumbado, pues Don Pepón se apaña andando sin necesitarlo, aunque de vez en cuando lo mira un buen rato como para usarlo.
Todas las mañanas sale a dar una vuelta por los alrededores de su barrio, mientras le limpio la casa y cuando le hago la cama, no paro de mirar el puño del Bastón, lo mismo que si fuera una carita asomada al balcón, y noto un no sé qué, que no tiene explicación...
Pasado un tiempo, eché en falta que algunos días el Bastón ya no estaba, por lo que tranquilamente barría y fregaba.
Una mañana que ordenaba sus camisas, oí un  siseo detrás de mí. Me asomé a la ventana, y no había ni nada ni nadie, así que seguí con lo de antes, pareciéndome que allí dentro sí que había alguien, pues hasta respirar parecía que oía, y mirando hacia arriba, el puño del Bastón se reía de ver la cara que yo ponía. No supe qué hacer ni qué decir, pero salí pitando de allí, pensando que era un fantasma o que la vista me engañaba.
Al cabo de una semana oí como si alguien silbara, y desde entonces, cada vez que entro en el cuarto, el Bastón se lía a hablar como si pudiera hacerlo de verdad, y por más que quiera ignorarlo, él sigue como si nada, a lo que atónita perdida tuve que enfrentarme sola y armándome de valor le dije:
- Oiga, por favor, no sé quién es usted, pero me tiene más que harta, déjame tranquila hacer la limpieza.
- Soy un se viviente
No daba crédito a mis oídos, y menos que pudiera estar hablando con él como si fuera verdaderamente una persona, así que salí de la habitación como si no hubiera ocurrido nada.
Cuando llegué a mi casa no le conté lo sucedido a nadie, ni siquiera a mis hijos y menos a mi marido, porque seguro, seguro que me habrían tomado por loca.
Pasado algún tiempo, tuve que acostumbrarme al parloteo del Bastón, pues por más que le repetía que tan sólo era un objeto inerte, él juraba y perjuraba que era un ser viviente:
- Mire usted señora, soy un gran señor, y crecí en un bosque encantado y tengo el don de  oír a los animales, a los objetos y a los humanos.
- o sea, que es más o menos una persona, ¿no?
- Por supuesto que sí. o es que, ¿no se ha dado cuenta?
- El que no se ha dado cuenta es usted, y me tiene hasta el mismísimo coco, ¿cuándo se va a enterar de que es solamente una cosa?
 - Usted es al que no admite que sea una persona, es más, pienso escribir mis memorias por que, cuando vivía en el bosque, una famosa escritora leía sus poemas bajo mi sombra, y algo se me habrá pegado cuando me arrancaron, ¿no?
- ¡Pero si usted es un palo! ¡Usted no siente! ¿Qué memorias ni ocho cuartos? Me está volviendo loca de remate, ¿sabe que le digo? ¡Que em voy antes de que venga Don Pepón y me ponga de patitas en la calle!
- Haga lo que quiera, me da igual, pero no si antes que sepa, que además, un artesano, de los más célebres tallistas del momento me moldeó.
- ¡Esto era lo último que me quedaba por oír! Claro, que la tonta soy yo por perder mi tiempo en escucharlo, y como comprenderá usted, esto ha colmado mi paciencia, así que he decidido dejarlo por imposible, me tiene harta, no hay manera de convencerle que simplemente es un bastón y punto, y para que se dé cuenta de ello verdaderamente, lo voy a dejar detrás de la puerta con la palabra en la boca.
Dando un portazo salí de la habitación, mientras el Bastón continuaba gritando:
- Por mí como si no quiere escucharme más pero que sepa que he empezado a escribir un diario y lo tengo escondido en lo alto del armario!
Me fuí al baño y mientras me vestía me decía ¡Dios mío, hasta donde ha llegado su locura!Pasaron algunos días, y mientras el Bastón seguía blá, blá y blá, blá, sin hacerle caso, lo dejaba arrinconado, dando vuelta por toda la casa, siempre muy atareada. De vez en cuando contenía la respiración para poder oír el sonsonete del Bastón, incluso llegué a sentir un poco de lástima, pensando que a lo mejor era verdad: ¡Dios mío, ya estoy dudando!
Un día que estaba haciendo la limpieza, un cuadernillo cayó sobre mi cabeza, dejándome boquiabierta cuando empecé a leer...














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