martes, 13 de diciembre de 2016

CELOS.- (MICRORRELATO)



 Allá por los años…Yo era joven y guapa y no tenía televisor, pero mi amiga sí...Mi amiga tenía un hermano guapísimo rubio, que me recordaba muchísimo al actor Troy Donahue y aunque se llamaba Joaquín, todo el mundo lo llamaban Pharrys por el enorme parecido con el protagonista de la película del mismo nombre. Al principio no le hice mucho caso, pero al ver que todos los sábados colocaba las sillas juntas, y que siempre se sentaba a mi lado, empecé a esperar ansiosamente que llegara esa noche para estar cerca de él, y sin darme cuenta, poco a poco mi corazón empezó de nuevo a palpitar como si fuera la primera vez. Y de los primeros roces intencionados, llegaron los besos tras la puerta cerrada, los interminables abrazos en el pasillo, y cuando no nos veía nadie, me quería tocar por todas partes. Me estaba enamorando pero no me fiaba mucho de él, porque tenía fama de mujeriego. Mis amigas me habían dicho que le gustaban todas y una vez que conseguía lo que quería, las dejaba tirada como a un perro. Bonita cosa que me decían, yo, que estaba saliendo del desengaño más grande de mi vida, no me faltaba más que oír eso. No me fiaba ni un pelo. Ni de él ni de nadie, aparte de que tenía mucho miedo de que me volvieran a hacer daño. Así que no pasaba de ahí, pero entre este tira y afloja, al final cedí. No me pude contener ante tanta insistencia por su parte. No paraba de decirme cosas bonitas, ya sabes, eso que nos gusta tanto a las mujeres oír. Me derretí, y empecé a quererlo con locura y con pasión. Estaba deseando que llegara el sábado para sentir sus manos rodeándome los hombros, pero cuando acercaba sus labios a mis oídos y susurraba cuánto me amaba, a mi eso, la verdad, es que me dejaba hecha una piltrafa. Me desarmaba totalmente, y por las noches tenía pensamientos pecaminosos… Después de unos meses en esa tesitura de que todavía no, por esto y lo otro, empezaron las salidas a escondidas de sus padres y de los míos, porque entonces yo no quería que lo supiera nadie, tan sólo su hermana, que desde un principio fue nuestra confidente, y recadera, ya que me traía notas de él, y después la repuesta mía. Eran unas letras nada más, pero estaban cargadas de amor. Una tarde de primavera nos fuimos a pasear por la playa descalzos, y en la oscuridad de la noche, nos desnudamos y nos revolcamos por la arena con todas las estrellas del cielo afuera. A partir de aquella fogosa noche ya no quiso dejarme suelta, queriéndome con todas sus fuerzas, tanto que ni vivir siquiera podía de los celos tan grandes que tenía, empezando ahí mi agonía de sentirme desgraciada cada día. Al principio no me daba cuenta de lo que me estaba ocurriendo. Creía que eso era el amor de verdad. Pensaba que a todas las parejas de novios les pasaba lo mismo, y no quería contarle a nadie, y menos a mi amiga, que su hermano se estaba volviendo muy celoso y que hasta me asustaba un poco. Me sentía como si fuera su prisionera. No me dejaba salir sola, ni pintarme la boca con lo que a mí me gustaba. Tampoco vestir llamativa, y si fumaba un cigarro en los bailes, me lo apagaba porque decía que tan sólo fumaban las fulanas, y si me contoneaba demasiado por la calle andando, me decía que lo hacía para provocar a los hombres. Otras veces, cuando quedaba a una hora, y si llegaba un poco tarde, me armaba tal escándalo que lo oían todas las vecinas, porque a esa altura de mi vida, ya todo el mundo conocía nuestra historia de tortuosa relación. Hasta una vez me pegó tal tortazo, que me dejó la cara acolchada, casi dormida, y otra vez me dio un empujón que me caí al suelo, y tan sólo porque pasó uno por mi lado mirándome descaradamente y él decía que yo lo había provocado con una sonrisa. No sé en qué momento se volvió tan celoso, pero llegó un instante, que mi vida junto a él fue insoportable, tanto que finalmente tuve que dejarle. ¡Imposible! Me seguía a todas partes, me espiaba, me acosaba. No había manera de que pudiera comprender de que yo ya no lo quería. Todo el amor que había sentido una vez por él se esfumó como por encanto, y por mucho que le dijera, no atendía a razones. Estaba tan cegado por los celos que, andando por la calle, de repente apareció frente a mí. Me paró y me agarró por los hombros. Me gritó que me quería y que no podía vivir sin mí. Forcejeamos. Me zarandeó, me besó en los labios. Lo aparté empujándolo y cayó de rodillas. Llorando me pidió perdón, prometiéndome que no volvería a pegarme. Me abrazó las piernas, de tal manera que no podía desasirme, impidiéndome el caminar. Me besó todo lo que su boca alcanzaba. Me dio mucha pena. Lo vi pequeño...Me arrodillé y lo levanté. Lo abracé y le dije que lo perdonaba pero que ya no sentía nada por él, había matado mi amor con sus dichosos celos, además infundados. ¡Pobre Joaquín! No quería admitirlo e insistía que le diera otra oportunidad. Accedí a sus deseos y empezamos de nuevo. Me equivoqué. No había cambiado en nada. Tan sólo estuvo medio qué una semana, pero pasado esos días otra vez volvió a sentir unos celos que lo consumían de noche y de día, imaginando siempre lo peor de mí. Que si andaba contoneándome, que si miraba a los demás chicos cuando bailábamos, que si era una provocadora, que si vestía escotada, que si corta, que si enseñaba las piernas cuando las cruzaba, y una serie de cosas que ya no podía aguantar más. Así que una tarde que estábamos caminando por la playa, le dije alto y claro que no podíamos seguir de esa manera, que éramos unos desgraciados, y yo sólo quería estar contenta, que me hiciera reír y no sufrir, y que tarde o temprano, eso iba a estallar porque no sabía quererme bien. No entendió nada. Ni me escuchó. Estuvo todo el rato asintiendo con la cabeza mecánicamente, en lo único que pensaba era en que no lo dejara. Decía que sí, sí, sí, pero como si nada. Me tenía las manos agarradas fuerte, fuerte, al mismo tiempo que me atraía hacia él. No sé de donde saqué las fuerzas, pero me giré, y me solté, casi me caigo, pero salí corriendo gritándole al viento todo mi tormento. Joaquín salió detrás, entonces me metí en el agua amenazándole que si me seguía me iría para el fondo hasta ahogarme. Me alcanzó y me levantó de la cintura, y aún revolviéndome entre sus brazos, logró sacarme del agua. Nos tumbamos en la arena, y en un descuido, yo estaba tosiendo, se echó en lo alto mía y me repitió más de mil veces que lo perdonara, que me quería y que si le dejaba, se moriría. Mientras yo, debajo de él, casi me ahogo y por quitármelo de encima le dije, que vale...¡Por lo que más quiera, Joaquín, que me estoy asfixiando, que no puedo respirar! Grité como pude, la voz no me salía del pecho. Se asustó un poco. Me compuse como pude y regresamos a casa en silencio. Al otro día lo dejé. Le dije que lo nuestro se había acabado y que jamás volvería a darle otra oportunidad, y que me dejara en paz de una vez por todas.
Durante un tiempo me quedé encerrada en casa a ver si de esta manera se olvidaba un poco de mí, pero cuando volví a salir, empezó de nuevo a acosarme, incluso me plantaba cara, provocándome de tal manera, que más de una vez tuve que suplicarle que por favor me dejara, que todo había acabado, que no lo quería, que no sentía nada por él. ¡Imposible! Así estuvo durante una temporada, vigilando mi casa. Desde las seis de la tarde hasta las nueve y las diez de la noche. Se paraba en la esquina y allí que se quedaba como si fuera una estatua. Ni siquiera podía asomarme a la ventana por si me veía...Al cabo de los meses, se cansaría por que una tarde ya no estaba, y la otra tampoco. Pensé que ya se había dado por vencido y poco a poco, empecé a salir, por que iba a criar telarañas, como decía mi madre. Nada más poner un pie en el portal, no sé de donde salió, pero de repente sentí que alguien me sujetaba por los brazos, me atrajo hacia sí y empezó a abrazarme y a besarme. Forcejeamos. Me mordió en los labios, hasta me hizo sangre. Yo no quería gritar para que no me oyera nadie, me daba mucha vergüenza de que los vecinos se enteraran, así que me dejé besar hasta que se hartó. Cuando apartó sus labios de los míos, le rogué casi de rodillas que me soltara. Que teníamos que hablar. Le supliqué que me escuchara, que me comprendiera. Por más que le decía, menos atendía. Estaba loco. Los ojos parecían del mismísimo diablo. Me estaba asustando mucho. Me agarró de los pelos con una mano, me echó la cabeza hacia atrás y volvió a besarme en los labios, y me dijo que si se enteraba que estaba con otro, nos mataba a los dos. Después se marchó. Al otro día hablé con mi amiga contándole todo, y le pedí con toda mi alma que por favor le dijera a su hermano que ya no lo quería y que me dejara vivir en paz. Me dijo que no me preocupara de nada y durante unos días pude salir tranquila, aunque desde el episodio del portal, bajaba las escaleras tan despacio, que ni yo misma me oía, y antes de llegar afuera, me agachaba para ver si estaba escondido en algún rincón, no me fiaba de él. Así pasó una semana y luego otra. Entonces decidí tomar rumbo de mi vida volviendo a entrar y salir de nuevo con las amigas. A partir de entonces, no me había vuelto a molestar, aunque de vez en cuando lo veía pasar al otro lado de la carretera, pero bastante lejos. Otras veces se hacía el encontradizo, pero al menos ya no me molestaba ni me decía nada, pero era raro el día que no lo viera por lo menos una vez…




No hay comentarios:

Publicar un comentario