Ernesto y yo éramos paisanos. Nos habíamos criado en la misma ciudad y
en la misma época, por lo tanto coincidíamos en muchas cosas. Sepa Dios cuántas
veces nos habríamos cruzado por la calle y nunca nos dirigimos una palabra amiga.
Ahora me daba cuenta por qué, desde un principio me encontraba tan cómoda
chateando con él por Internet. Parecía que nuestros destinos ya estaban marcados desde el mismo día de nuestro
nacimiento. Era ese Hilo Rojo que nos tenía enganchados el uno al otro. Entonces
le dije que tendríamos que tener una cita a ciegas en nuestra Ceuta y como en
aquellos momentos era casi imposible, tuve que ingeniármelas para hacerlas
realidad, ya que el conocerlo se estaba convirtiendo en un verdadero reto para
mí. Anhelaba ese encuentro con todas las fuerzas de mi ser. Yo sabía que éstos
de las redes sociales tenía una fuerza enorme y por menos que cantaba un gallo,
se te colaba una de esas internautas ávidas de emparejarse con hombres
solitarios, y temía que alguna se entrometiera y me eliminara. Además cada vez
que veía un cartelito de esos de frases sugerentes como pidiendo contestación
rápida y al momento, me enfurecía un montón. Ernesto se había convertido en el
hombre de mi vida y ya no quería renunciar a él. Me gustaba mucho. Me había
enamorado de su voz y de sus románticas palabras. De los vídeos musicales tan
preciosos donde sus letras encandilaban a la más fría de las mujeres y cada vez
que veía un me gusta femenino bajo él, me entraba una rabia descontrolada
pensando que se estaba mofando de tres o cuatro mujeres a la vez. No sé por qué
pero la desconfianza se estaba instalando en mi ser por que no lo tenía al
alcance de mi mano, nada más que a través de éste medio de comunicación tan
fuerte y poderoso a la vez, que sin querer, consiguió que dos personas ajenas,
una de la otra, se conocieran después de haber vivido en la misma tierra que
los vio nacer. Y pensando yo en esa poderosa razón de algo tan universal como
eran en aquellos momentos del siglo las redes sociales, que no tienen alma, ni
sienten, ni padecen, se me ocurrió que un ser humano, como yo, o sea una mujer
sola ante el peligro, con dos piernas, dos brazos y una cabeza llenita de
letras, podría llegar a tener una verdadera cita a ciegas con la fuerza de la
palabra, pues como bien dice el nombre, es la dueña de la vida ya sea hablada o
escrita. Se me ocurrió un plan descomunal. Pues si Internet había tenido la
oportunidad de darnos a conocer por medio de ella, ¿por qué no lo iba a llevar
yo a cabo por medio de un relato? Estaba segura de que podría encontrarme con
Ernesto en el futuro, escribiendo mi presente inmediato desde el pasado. Así
que sin más preámbulo le puse una zancadilla al tiempo echando manos del los
recuerdos, de tal manera que sin darme cuenta tuvimos esa cita a ciegas donde
nuestro besos y abrazos se enredaron como si verdaderamente los estuviera
viviendo. Me encontraba en un mar de emociones donde las exclamaciones
eufóricas saltaban por el aire como los cohetes de mi tierra, cuando llegaba la
feria, pintando de múltiples colores los cielos oscuros del puerto, cayendo
sobre las teclas de mi ordenador como lluvia de cometas mensajeras, volviendo
locos de dicha y entusiasmo a todos los avatares que rondaban por las redes
sociales. Me sentía en la misma boca del volcán donde me salpicaban las chispas
de fuego, como si fuera el eco de mis sentimientos, llevándoselo lejos muy
lejos, a otra dimensión del tiempo atravesando las leyes del universo, más allá
del horizonte, donde la fantasía no tenía límites, transgrediendo todos los
cánones del intelecto humano. Y fue así cuando acordamos una cita en nuestra
Ceuta querida. Quedamos en el barco para nuestro primer encontronazo de amor y
mientras me componía en el camarote, mis pensamientos se reflejaron en el
espejo de mi cuerpo que a la edad tardía de mis sesentas y un año aclamaba con
tanto deseo sus abrazos y sus besos. Parecía como si fuera el último vestigio
del amor que sentía por Ernesto, pensando si fuera cierto que él me amaría como
me iba diciendo en el cruce de nuestros mensajes del chateo. Éramos como dos
almas perdidas a la merced del tiempo reclamando venganza por no habernos
conocido en aquellos años de la infancia, o en nuestra adolescencia donde cada
mirada era un halo de implicaciones mutuas del juego del primer amor. ¿Dónde
estarán aquellos besos tan hermosos que nunca nos pudimos dar? Se quedaron en
los años mozos de la pubertad, ¡pues no me conformo, que en mi boca los quiero
todos! Y acordándome de mi madre cuando tocaba el piano, pinté un gran
pentagrama en el cielo donde la clave de sol era nuestro amor, llenando las
nubes de notas musicales, en las cuales el tiempo pasado de mi niñez entonaba
un recorrido imaginario escrito con letras de mi avatar diario, dejándolas
volar en cada pedazo de un futuro no muy lejano, ¡tenía en el poder de mis manos! Y de esa
manera me encontré reflejada en la sombra de la luz de una luna iluminada,
cuando dos bocas se besaban en el jardín aquél, mientras mi hermana la mayor me
cuidaba…Éramos tu y yo, Ernesto de mi alma, que como dos enamorados nuestros
labios se buscaron en El Jardín Primero de la Puerta del Campo…Lo mismo que en El Llano, bajo
el balcón de mi casa, todas las niña de la vecindad, pegábamos cromos de
colores con saliva en un pedazo de cristal roto, y lo enterrábamos para
buscarlos, y por eso te encontré, amor mío, escondido tras la red de Internet…
¡Dame la mano tesoro mío y huyamos, que la puerta de madera está abierta…! ¡Corre,
corre, corre! ¡Que nadie nos detenga! En aquellos momentos me sentí libre,
¡libre, libre como el viento! Igual que cuando de niña, escapamos corriendo
hasta la gasolinera, donde una mezcolanza de algas marinas, nos atrapó bajo el
puente con su inconfundible olor, ante la vista de lapas, cangrejos y erizos.
Mil ojos diferentes fueron testigos de nuestros besos antes de llegar a la
playa del Chorrillo…Inmediatamente llamé a Ernesto para decirle que podíamos quedar
en El Puente de Cristo, por que la playa estaría llenito de chiquillos y
trasgrediendo las leyes de la naturaleza, encaminé mis pasos hacia allí, donde
de niña me arrodillaba en los reclinatorios mientras rezaba una oración,
pidiéndole al crucifijo y a todos los santos del mundo que cuando Ernesto me
viera diera un silbido de admiración. Lo mismo que aquellos soldados cuando
veían pasar a las chicas guapas. Para sorpresa mía, al levantarme, ahí que
estabas tu, cariño mío, vestido con el uniforme militar como si fueras un general…
Andamos a lo largo del El Paseo de la
Marina, parándonos en mitad del camino para ver las embestidas
de las olas contra el murallón, sintiendo por momentos la presión de sus manos
entrelazándome los dedos. Apenas podía seguir tecleando, cuando me besó
frenéticamente antes de llegar a San Amaro, donde el Hacho se presentó
majestuosamente, instándonos a subir la cuesta, lo mismo que en mi niñez, el
día de La Mochila,
pude sentir aquella sensación de alegría y ganas de vivir… Ernesto me arrastró
a la tierra húmeda y fresca, toda rodeada de pinares verdes, ¡igualito que el
color de mis pensamientos! Verdes, verdes… Nuestros alientos se mezclaron con
el olor del viento, transportándonos a lugares donde la armonía entre la
fantasía y la realidad caminaron juntas, atravesando las barreras del tiempo,
de tal manera que el pasado y el futuro se fusionaron en el presente inmediato…
La ciudad de Ceuta nos esperaba tan bella y hermosa como una perla perdida en
medio del mar. Antes del atardecer llegamos a la Plaza de África, mientras
los tañidos de las campanas de la
Catedral lanzaban sus notas al viento llenando mi cuerpo de
lindos sentimientos…Y como dos pececillos, Ernesto y yo, serpenteamos por los
agujeros de las redes sociales…
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