AVATARES EN LA RED.- 17º (NATURALEZA VIVA)
Cuando vi
el ramo de flores avanzar hacia mí me puse muy nerviosa. No estaba segura de
que fuera Ernesto, pero cuando la sonrisa asomó a su rostro, me di cuenta de
que ya no podía echar marcha atrás. Tenía un caminar tranquilo y sereno. Me
pilló desprevenida. Ya estaba aquí. Las piernas me temblaban. Algo me impedía
andar. Tragué saliva, alcé la cabeza e intenté por todos los medios sonreír.
Tampoco quería que pareciera exagerada. ¡Ay Dios mío, en qué lío me había
metido! De repente lo tengo justo enfrente de mí. ¡Qué guapo y apuesto era mi
Ernesto! Me volví loca de alegría. Se presentó tímidamente y le di dos besos en
la cara. Me ofreció el ramo de flores y estuvimos caminando hacia ninguna
parte, sólo dónde nos llevaban los pasos. Me invitó a tomar un café en la
cafetería donde solía ir, ¡qué casualidad! La misma que me dijo una vez, que le
gustaría que lo vieran sus amigos conmigo para presumir de mujer. Le cogí del
brazo. Nada más entrar, se callaron y me miraron descaradamente de arriba
abajo. Ernesto me los presentó a todos, ¡qué educados! Casi se agacharon para
besarme la mano. Eran muy galantes. Después nos fuimos a dar una vuelta y
llegamos a un parque donde la mayoría eran personas de la tercera edad. Estaban
jugando a la petanca. Algunos eran conocidos suyos también. Después de
saludarlos, me senté en un banco del jardín. Sabía que los avatares estaban
pululando por allí para grabar cada uno de nuestros movimientos. Se iban a
enterar bien de lo que vale un peine. Estaba dispuesta a ofrecerles una buena
exclusiva. Llamé a Ernesto para que se sentara a mi lado y antes de que se
diera cuenta, me giré hacia él sentándome sobre sus rodillas a horcajadas. Le
cogí la cabeza y acercándome a su cara le comí la boca con un besazo de
tornillo, que se quedaron todos sus amigos boquiabiertos, disimulando y mirando
hacia el cielo. Los jóvenes que pasaban por nuestro lado nos pusieron a parir
de un burro. No pararon de criticarnos incluso oí a unas chicas que decían que,
qué poca vergüenza y qué escándalo estábamos dando. Que vaya ejemplo para los
niños y la juventud. Que ya éramos muy mayorcitos para dar tal espectáculo. Que
menudos caraduras y que no teníamos respetos a la sociedad. Los que estaban
jugando a la petanca se quedaron patidifusos y no sabían si seguir jugando o
irse para otro lado, el caso es que no daban pie con bola. Una mujer de unos
treinta años, llamó a un policía y cuando éste vino, le dio tal ataque de risa,
que la pobre se tuvo que ir sin comprender nada. El caos fue total en Internet
dando noticias contradictorias en todas las redes sociales. Se habían
intercambiado los papeles en la humanidad. Ahora eran los abuelos los que se
besaban en los jardines. Los mismos que corrían tras los nietos por las calles.
Los que llevaban y recogían a los niños de guarderías y colegios. Las jóvenes
parejas ya no se escondían para besarse, ni tampoco se sentaban en los bancos
del parque. Sólo se limitaban a poner sus pulgares sobre los móviles. Ni
siquiera se miraban a la cara para hablarse con la mirada. Ahora sus ojos no se
apartaban de las pantallas de los móviles para hablar por el Wasap. Mientras
tanto, yo seguía besando a Ernesto atornilladamente y con lengua. Me lo estaba
pasando bomba con él, que en ningún momento opuso resistencia, ajeno a la
realidad de mi intención. Lo único que quería es que en todas las redes
sociales corriera la noticia de los amantes de Internet pillados In situ. La
foto de dos abuelos besándose en el parque dio la vuelta al mundo. Había
conseguido mi propósito. Finalmente nos levantamos y nos fuimos a picar algo
por ahí más contentos que un trucho y una trucha. Era ya casi de noche cuando
llegamos a la Plaza
de España donde una fuente se levantaba de colores al son de la música. Estaba
llenita de gente con lo que le dije a Ernesto que me subiera sobre sus hombros
para poder ver mejor, ¡el trabajo que nos costó! Casi nos caemos de culo.
Después de caminar sin parar llegamos a La Ramblas y cerca de la plaza de La Boquería paramos a picar
un poco. Eran más de las doce y media de la noche cuando llamé a mi hermana
diciéndole que no me esperara. Nos fuimos a un hotelito que encontramos por
unas callejuelas y nada más llegar, me duché y le dije a Ernesto que apagara la
luz antes de meterme en la cama. Por su parte fue todo amabilidad y cuando se
tumbó a mi lado, le di unos masajes en el cuello para quitarle el dolor que le
había causado con mis movimientos al son de la música de la fuente. Pobre
Ernesto, lo que tuvo que soportar con tal de darme gusto en todo. Al cabo de
los diez minutos nos quedamos dormidos el uno en los brazos del otro, Z, z, z…
A media noche me despertaron los rugidos de un animal. Abrí mis ojos y me
encontraba dentro de una tienda de campaña y un enorme oso delante de mí. Llamé
enseguida a Ernesto y me dijo que no me preocupara por que preveía que algo así
iba a ocurrir y se trajo su fusil. Me dijo que no me moviera de allí y que iba
a investigar dentro de la caverna. Me quedé muy quieta cuando veo al lado un
caballo. No lo pensé ni un instante y de un salto monté sobre él, ¡corre, corre
caballito! No sé por qué me vino aquella canción de Marisol en “Un Rayo de Luz”
Salí de la tienda de campaña y galopé por medio de un bosque lleno de árboles
cuyas ramas me rozaban los brazos y las espaldas, ¡querían atraparme! Hasta me
agarraron los pelos de la cabeza para que no pudiera salir de allí. Atravesé el
bosque sin parar, hasta que llegué a una cuesta empinada y en lo alto una
enorme montaña. Fustigué a mi caballo que relinchando se dio a la fuga a galope
tendido. ¡Corre, corre, corre! Llegamos a lo alto de la cima, donde un enorme
volcán empezó a echar chispas de fuego. Aquello estaba ardiendo. Me estaba
quemando y me lancé en picado hacia abajo, de tal manera que me caí del
caballo, y rodando cuesta abajo, di de cabeza a un río de aguas embravecidas y
torrenciales, donde la corriente me llevaba hasta las cataratas, sacudiéndome
por todos lados. Ahora de espaldas, boca arriba, de lado. Sentía unas embestidas
que casi me arrebataban el alma. Ramas y palos pasaban por mi lado cuando justo
en medio había un tronco atravesado y me aferré a él con todas las fuerzas de
mi ser. Me senté sobre el tronco como si fuera una moto, apretando mis manos
alrededor de manera que al caer por las cataratas no me despidiera al otro lado
del mapa. ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío que me muero! No paraba de llamar a
Ernesto con unos gritos exagerados, cuando de repente me dejé llevar por la
corriente cayendo por la catarata. Una lluvia de aguas torrenciales me invadió
por cada poro de mi cuerpo haciéndome chillar como una loca. Poco a poco llegué
a un ensanche del río donde las aguas en calma me arrastraban hacia la orilla,
haciendo que siguiera el cauce con tranquila serenidad. Me dejé mecer por las
aguas del río hasta la orilla. Me tumbé en la fina hierba y me dormí. Dormí
plácidamente y antes del alba, los rayos del sol me despertaron. Una brisa
acariciaba mi espalda y cuando abrí mis ojos, Ernesto me sonreía guiñándome un
ojo.- Buenos día mi vida, ¿qué, te ha gustado? - Ha sido la mejor noche de mi
vida.- Le contesté, y enroscándome la sábana por el cuerpo me dirigí al baño y
mientras me duchaba le dije.- Ernesto hoy me encantaría pasar el día en el
parque de atracciones de El Tibidabo, me han dicho que hay unas montañas rusas
que quitan el sentido...
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