martes, 3 de diciembre de 2013

AVATARES EN LA RED.-4ª (COMPARTIENDO)





Ernesto se convirtió en mi tabla de salvación. Era como un milagro. Un verdadero milagro que apareciera en el peor momento de mi vida. A veces me quedaba pensativa con la mirada perdida en la lejanía, como si pudiera reconocerlo en la forma de las nubes del cielo. Necesitaba compartir mi vida con él, sobre todo para descargar la pesada carga que llevaba arrastrando durante años. Más de veinticinco años aguantando al petardo del perro del hortelano, que ni come ni deja comer, pues así llamaba yo al que hasta ahora había sido mi amante. Francamente, creo que lo utilicé, quizás inconscientemente, claro que también es posible que Ernesto que no tenía un pelo de tonto, se diera cuenta desde un principio, y se dejara llevar por mis emotivos mensajes o me estuviera llevando la corriente para entretenerse. Realmente no lo tenía muy claro, pero como estaba tan presionada por la situación de la cual quería salir de una puñetera vez, me dejé llevar por mis sensaciones del momento, explayándome de tal manera, que la sonrisa se dibujó en mis labios iluminando mi cara de alegría y volvió de nuevo a reinar la paz en el halo de mi existencia. Me sentía como una adolescente en sus primeros roces con su chico, y lo mismo que los novios al principio, empezamos a intercambiar nuestras fotografías. Le mandé una que estaba muy favorecida para que viera cómo era mi rostro y mi cuerpo. Se quedó encantado, no se podía imaginar que aún con mis años pudiera ser tan atractiva y encima estuviera en plena forma, ya que siempre he hecho mucho deporte. Se deshizo en halagos, diciéndome que era guapísima y que los ojos se les iban a salir de las órbitas de tanto mirarme. Se tiró toda la santa tarde piropeándome, cosa que me encantaba, por que siempre he sido muy coqueta y eso que me digan cosa bonitas, pues… ¿qué quieren que le digan? que me dio un subidón…Yo pensé que él iba a hacer lo mismo, y como se hacía el loco, le dejé caer que me gustaría saber cómo era. Al momento me envía una foto del año catapún, con diecinueve años, ¡estaba guapísimo! Con el pelo largo, un jerséis pegadito al cuerpo señalando pectorales y un pantalón acampanado, ¡estaba hecho todo un tío cachas, buenorro y guapetón! Además era un auténtico hippie, lo mismo que yo, pero en hombre, ¡éramos de la misma generación! No me lo podía creer, menos mal, por que hasta ahora no sabíamos qué edad teníamos y resultó que habíamos nacido en el mismo año. Me quedé con la boca abierta. Sentí una alegría inmensa, pues por su voz y su manera de chatear conmigo, llegué a pensar que era más joven. Ahora comprendía por qué me encontraba tan cómoda con sus palabras. Seguí enviándoles más fotos seguidas de unos párrafos, todos llenos de palabras sugerentes y divertidas. Otras veces de diferentes ciudades de España, y por supuesto del lugar donde vivo, pero las mejores fotografías fueron las que hice de mi salita, lo que yo llamo mi rincón. El lugar más alegre de mi casa, donde tengo mi mesa camilla, mis plantas verdes, los cuadros de mis padres, mis hermanas, mi infancia, mi vida... En una palabra el lugar donde cada día escribo mis pequeños relatos al son de la música esa que tanto me gusta y que me anima a seguir cada día… Fotografié cada pedazo de pared para que viera los familiares que me acompañaban cada día, mientras chateo con él sentada junto a la ventana. Quería que supiera todo lo que me rodea para transmitirle un poco de calor. De ese modo lo acercaba a mí. Él en cambio tan sólo me envió dos o tres fotos y encima de su juventud. Nunca una actual, por lo que le insinué que me gustaría ponerle rostro a sus palabras. Me dijo que últimamente no le gustaba lo que veía en el espejo. No volví a insistir más. Quizás temía defraudarme, así que respeté su decisión, y seguimos compartiendo historias como si fuéramos una pareja de novios, y como es natural, la curiosidad por saber más el uno del otro, era cada vez más atrevida, haciéndonos preguntas algo indiscretas, sobre todo yo, que como fisgona mujer, quería saberlo todo de él. Lo mismo le ocurría a Ernesto, llegando a un punto que hasta nos mosqueábamos cuando lo que uno decía no le gustaba al otro. Parecíamos dos verdaderos amantes. Una vez se me ocurrió contarle que había en mi grupo de amigos un chico de treinta y cinco años, veinte más joven que yo, que no paraba de tirarme los tejos y lo único que se le ocurrió preguntarme era si había sucumbido a sus encantos, haciendo hincapié que quería toda la verdad. Por un instante dudé, pero pensé que no tenía nada que perder, al fin y al cabo, no era ni mi marido ni mi amante, así que le dije que si, que había caído rendida a sus pies. Pasó un buen rato sin oír el sonido del nuevo mensaje, así que opté por esperar, y como el mutismo era total, le envié cuatro palabras echándole en cara su poca comprensión e intolerancia hacia mí, y que si quería la verdad, ¡toma verdad y punto! Y si no que no pregunte tanto… Reconozco que me puse chulita, y ojala le hubiera mentido. Me dijo que no pasaba nada, que me comprendía y que también había tenido sus buenos líos de faldas. A otro día cuando abrí mi ordenador, no había señales de él, pero al siguiente me mandó un mensaje diciéndome que se había ido de copa con unos amigos, cogió una borrachera y se quedó dormido. A partir de entonces, Ernesto cambió. Se alejó de mí y dejó de quererme como antes. Ya no me sorprendía cada día con una nota cariñosa, ni me enviaba flores. Noté un cambio abismal en nuestra relación. Yo sabía que era la culpable y tenía mucho miedo a perderle, tan sólo de pensarlo me sentía morir. Así que usé todas mis armas de mujer y le escribí un mensaje llenito de pasión…Quise escalar por montañas y me encontré en un volcán, quise jugar en charcos de agua y me encontré en medio del mar, nadando entre dos aguas, ¿quién me vendrá a rescatar? Prendidas en tus alas de fuego llegué hasta las arenas del desierto, si no sales al vuelo me perderé en las puertas del infierno... ¡Bingo! No tardó ni un segundo en contestarme. Me envió un ramo de flores y yo me agarré al clavel de los deseos... Y ahí empezó nuestra relación, algo extraña pero al menos yo me sentía cada día más libre. Tenía una sensación de libertad que hacía muchísimos años que no sentía en mis propias carnes, y no ya en la envoltura de mi piel, si no en el alma. ¡Libre, libre! Como una paloma volando al viento. Ya no hubo marcha atrás y seguimos chateando, aunque Ernesto se había vuelto muy prudente en sus palabras, y cuidadoso en sus mensajes, como si tuviera miedo de algo, como si hubiera sufrido anteriormente. Yo pensaba que ya no se fiaba de mi al saber lo atrevida que fui entregándome a los brazos de un hombre mucho más joven que yo, y además que lo dejé tirado a los dos años por que no me interesaba lo más mínimo. ¿Qué se pensaba que por ser mucho más joven ya tenía todo el terreno ganado? Creo que eso es lo que más le asustó de mí, pues se dio cuenta de cómo era en realidad y de lo que era capaz. Y como yo no lo quería perder por nada del mundo cambié de estrategia y usé todas mis dotes, echando mano a mis prosaicas palabras, por que sentía que lo quería y necesitaba que él lo supiera. Tenía que hacérselo ver, que se lo pudiera creer de verdad. Hasta ahora, parecía como si todo hubiera sido un juego de palabras entre dos concursantes de la televisión, así que ni corta ni perezosa le envié un mensaje llenito de deseo,  de manera que esas ardientes palabras aterciopelaran sus oídos y las sintiera entre las sábanas cuando se acostara…Quería que sus ojos deletreara cada derrotero de mi cuerpo, perderme en sus labios comiéndomelo a besos, enredándonos en el interminable abrazo de las teclas del deseo, suspirando y exclamando con furia y desenfreno…




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