AVATARES EN LA RED.-14º (REDES CAMUFLADAS)
Si, había
llegado el momento de enfrentarme a la realidad. No podía seguir de esta manera
con Ernesto y aunque jamás le había mentido, si que le había ocultado una
verdad. Realmente no tenía por qué revelársela, puesto que no éramos pareja, ni
tampoco vivíamos juntos. Nuestros caminos se habían cruzado al azar y una cosa
trajo otra, pero el problema era que yo sentía cuánto lo quería. En una
palabra, me había enamorado de él a través de Internet. Algunos comentaristas
se preguntaban cómo era posible amar en éstas circunstancias, francamente no lo
sé, es más, hasta ahora siempre lo había puesto en duda, y cuando veía algún
programa televisivo con parejas de casados que se habían conocido por medios de
las redes sociales, ni me lo creía. No comprendía como era posible que dos
desconocidos pudieran unir sus vidas para siempre, donde apenas las palabras
tenían cabida. El lenguaje natural era una serie de signos y emoticones. Me
negaba a ello. No podía admitir que el futuro de nuestros nietos fuera tan
frío. Aquí en los foros, sea cual sea la plataforma de la cual se comente y se
opine, las letras no existen. Tan sólo un par de frases frías, mal escritas y
sin acabar. Había que hacer algo y rápido por que si no, Internet nos comería
vivos. Parecía que volvíamos a los tiempos prehistóricos, donde los cavernícolas
dejaron sus huellas en las cuevas. Entonces era lo más normal, pero ahora, no.
Tantos adelantos para quedarnos sin palabras y lo peor, sin saber su
significado. Me sobrepasaba. Entonces urdí un plan. Quise transmitir
sentimientos. Todos los sentimientos que en el alma tenemos. Los malos y buenos
pensamientos. Las virtudes y los defectos. Tenía que insuflar aliento a las
letras para que los internautas sintieran en vivo y en directo su verdadero
significado. Para eso tuve que mezclar todas las palabras que pudiera
entrelazar una historia de amor entre un hombre y una mujer, donde la fuerza de
la pasión imperase de tal manera, que los internautas se inmiscuyeran en la
historia que iba devanando, como si ellos mismo fueran los protagonistas.
Quería que sintieran en sus propias carnes cada situación y dejar en ridículo a
las redes sociales, demostrando de esa manera que ellas por sí solas, jamás
podrían superar la mente humana. Si nos dejáramos arrastrar por ellas, la gente
iría por la calle con una yema de huevo pintada sobre sus rostros, y
dependiendo del estado de ánimo así sería, ¡no lo podía permitir! Seres
caminando con caras de emoticones. Los chicos ya no les podrían decir a las
chicas cuánto les gustaban, tan sólo likar con el pulgar hacia arriba, ¡qué horror!
Desaparecerían los idiomas. Sería como si los móviles llamaran abuelos a
nuestros teléfonos antiguos. Había que ponerse las pilas y rápido. Cogí una
coctelera y mezclé todos los verbos, los adjetivos y los sustantivos. Los agité
con rabia y desenfreno. Estaba furiosa perdida y llenita de odio. Me estaban
matando los celos esos que se tienen cuando se ama con pasión y deseo. Creo que
no me dejé nada en el tintero. Después lo abrí sonriendo y derramé todos mis
sentimientos, y como un puzzle fui ordenando cada relato con el hombre de mis
sueños, cuando de repente apareció mi Ernesto. Quería escribir una historia de
amor entre un hombre y una mujer, y Ernesto fue el primer nombre que me vino a
la cabeza recordando la novela de Oscar Wilde, no sé por qué... Debe ser de
tanto leer y me imagino las cosas dándole vida y forma con la fuerza del
pensamiento. Por eso no paraba de dar vueltas a la cabeza y retomando el hilo
de mi novela, me preguntaba el por qué la señora Z tenía celos de mí. Me
parecía muy sospechoso, sobre todo cuando Ernesto me comentó que seguía mis
relatos con muchísima atención. Algo no me cuadraba. Me ponía en su lugar y
siempre llagaba a la misma conclusión. Tuvo que ser él quien se lo dio a
entender, y ¿dónde se revelan estos secretitos? Entre sábanas. Lo tenía
clarísimo, si no, porqué me seguía si yo no la tenía en mi lista de contacto.
¿Cómo pudo llegar hasta mí? Al momento me di cuenta de que estaban liados, ¡lo
sabía! Él mismo se había descubierto al contarme que habían sido amigos, y si
eran amigos nada más, no sé por qué tendría que sospechar que Ernesto y yo
teníamos una relación. Seguía siendo muy sospechoso. Todos mis contactos sabían
la historia que me había inventado. Nadie pensó jamás que él y yo éramos
amantes virtuales, entre comillas. Era pura ficción. Así que tuvo que decírselo
él. Además que cuando le pregunté por ella me dijo que estaba esperando el
divorcio, ¡blanco y en botella! ¡Lo descubrí al momento! Más clarito imposible.
O sea que lo más seguro era que él mismo le contara lo nuestro para que ella se
pusiera las pilas, se separara de su maridín y se fuera a vivir con él. ¡Me
entraron las mil cosas! ¡Otra vez los malditos celos! Lo siento, no me fiaba de
él ni un pelo, y aunque me juró que entre ellos no había nada, la espada de
Damocles pendía sobre mi cabeza en un fino hilo, además que cuando me puse a
investigar sobre la señora Z, me di cuenta de que había una foto, donde
Ernesto, en su perfil tenía un adorno relacionado con esa fotografía, ¡no se me
escapa una! ¡Las cazo al vuelo! Me sentí abrumada. No sabía ya ni por donde
tirar, ni qué hacer. El caso es que no me podía quitar a Ernesto de la cabeza
ni un instante. ¡Todo el dichoso día persiguiéndome como una sombra! Parecía
como si su halo envolviera la silueta de mi cuerpo. Deben ser las redes
sociales éstas tan poderosas que te enredan de tal manera que una se queda
trastocada de por vida. Yo no quería ceder a los tejemanejes de los
comentaristas que no paraban de lanzarme cada vez más información de mentiras y
abusos. Quise que todos los internautas supieran cuánto quería a Ernesto. Cómo
me había enamorado de una persona que no tenía ni cuerpo, ni peso, tan sólo las
palabras que cada día me dedicaba. Eso era lo que daba aliento a mi vida. Una
vida algo deteriorada. Quizás fui víctima de las circunstancias de mi
generación, no lo sé, pero aún así tenía que contarle todo mi sentir,
revelándole secretos inconfesables que hasta ahora nunca me había atrevido a
decir a nadie. Puede ser que me avergonzara o que tuviera miedo a perderle, ¡me
aterraba! Por nada del mundo quería que Ernesto me dejara, pero aún así, algo
en mi interior me decía, Avanti. Se lo conté todo. No me quedé ni una letra
dentro del alma. Me descarné enterita despellejando con pelos y señales cada
momento de mi vida antes de conocerlo. Ya se lo dije en el primer encuentro,
que había sido mi salvavidas. No se dio cuenta de nada, y yo seguí chateando
por pura diversión. Después ocurrió el milagro. El milagro que estaba esperando
desde hacía tiempo, y el destino lo puso en el camino. Yo no lo busqué por
ninguna parte. No sabía ni quien era, ni siquiera que existía. Dios lo puso
delante de mi y cuando lo conocí un poco a través de Internet, me enamoré
locamente de su personalidad. De su corazón. De su espíritu endiabladamente
jovial. Ahora lo quiero, lo necesito y lo deseo. Quiero tenerlo en mis brazos y
que me mire a los ojos, que me hable bonito y que me mime un poco. Quiero
saborear sus besos, sus caricias. Necesito tenerlo urgentemente a mi lado.
Quiero hacer el amor con él. Lo quiero tanto que me duele hasta quererlo. No se
merece que le esconda nada. No me importaba que lo supiera. Ya no tenía miedo.
Necesitaba desnudar mi alma. Parecía que había llegado ya el momento de
liberarme de ésta pesada carga que llevaba yo solita. Decidí escribirle un
enorme mensaje por privado. No quería que nadie más lo supiera. Sólo nosotros
dos. Era una conversación larga y extensa llenita de situaciones pecaminosas,
donde una pareja de amantes se abrazaban a escondidas y en todos los lugares
estrambóticos que la mente humana pudiera imaginar. Se veían de noche, de día,
por la tarde. No desperdiciaban ni un momento en el que se pudieran encontrar.
No se cansaban nunca de quererse. Estaban locos de amor, y a pesar que
continuamente querían dejarlo, no podían. Era inútil todo esfuerzo que hicieron
por no verse. Imposible. Estaban atados por una fuerza antinatural, parecía
como si estuvieran poseídos. Ejercían un poder misterioso el uno sobre el otro,
que con palabras no se pueden explicar. Se necesitaban mutuamente y no podían
estar más de tres días sin verse, punto y final.- Le di a enviar. No había
vuelta atrás. Tardó unos minutos en contestarme que me parecieron horas, donde
con cuatro palabras y media, se traslucía un pequeño amago de comprensión y
algo de tolerancia, de paso me dice que estaba en la entrada del cine para ver
una película, amén. Rápidamente le contesté agradeciéndole lo buena persona que
era añadiéndole unas palabras, no sé si para justificarme o para que me perdonara.-
Ernesto, ya sabes más de mí que yo de ti, y cuánto te quiero, por favor te
ruego que no lo divulgues cariño mío, porque es un secreto imperdonable. Mi
vida, te cruzaste en mi camino, ojala no te hubiera conocido nunca porque es
demasiado tarde para unir nuestro destino...
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