martes, 24 de diciembre de 2013

AVATARES EN LA RED.- 16º (CITA A CIEGAS)


Nada más que empezar mi carta, las lágrimas inundaron mi rostro y cayeron sobre el teclado. Estaba dispuesta a acabar con Ernesto, pero antes quería conocerlo. Tenía mucha curiosidad por saber cómo era su aspecto físico, y aunque ya me había hecho una idea, sentía la necesidad de abrazarlo. Los internautas empezaron a chatear comentando que algo muy gordo iba a suceder entre Ernesto y yo. La frase “Cita a Ciegas” se paseó por facebook como si fuera algo insólito y durante todo el día no se habló de otra cosa. Las redes sociales se colapsaron de nuevo espiando cada paso que daba. Querían saber dónde iba a ser el encuentro. Los correos electrónicos de Hotmail y Gmail se cruzaban tropezando con Twitter. Hasta en YouTube seguían nuestra relación y querían dar la primicia antes que se adelantaran los noticiarios de la televisión. Nadie daba crédito que dos personas se amaran por medio de Internet y enviaron avatares para que llevaran cámaras de vídeos y fotográfica. No se querían perder ni un detalle de cada paso de los enamorados. Empezaron a llamarlos los Amantes de Internet. Para ellos éramos dos almas solitarias y perdidas. Si, es verdad, pero lo que nadie sabía era que estábamos unidos por el Hilo Rojo, ese que una vez enganchado a nuestras manos, ya no se puede romper jamás. Y por eso decidí enviarle un mensaje en el cual le comunicaba que tenía que verlo ya. Cuando Ernesto lo recibió, me contestó rápidamente, que estaba muy ocupado y que no podría estar conmigo ni un instante. Excusas y más excusas. No me creí ni una palabra. No sé a qué le tenía miedo. Quizás temiera no gustarme, ya que, al mandarle tantas fotografías mías y verme aún mona, él creyera que a mí sólo me atraían los guapos. Pues sí, me encantan los hombres guapos, ¿a quién no? pero ahora no. De jovencita sí. Ahora me fijo más en otras en las cosas que no se ven, y que en una fotografía del año la nana de él, yo percibí. Vi la luz que desprendía la mirada de sus ojos, la chispa de su sonrisa y lo que encerraba dentro del alma. Esas cualidades las poseía él y aunque no lo conocía en persona, sabía que era un hombre bueno, y por muchos mensajes que recibía de los internautas poniéndolo a parir de un burro, ninguno me convencía. Mi Ernesto era el mejor tipo del mundo. Sentía que me quería de verdad y jamás me haría daño. Él pertenecía a la gente de palabra, como son todos los ceutíes. No era del pelotón de lo viles y cobardes. Nunca me traicionaría ni abusaría de mí. Yo presentía que era sincero conmigo, me lo decía el corazón y mi corazón nunca me ha engañado. El caso es que lo convencí para verlo en persona y quedamos en que al otro día cogería el Ave para Barcelona, ya que él vivía allí desde hacía muchos años, y mira por donde yo tenía a una hermana que se fue muy jovencita, conoció a un tipo muy majo se casaron y comieron perdices. La llamé rápidamente y le dije que iba a pasar tres días en Barcelona. Llené una maleta de ropa, la más moderna y bonita que tenía. Quería sorprender a Ernesto. Que cuando me viera se quedara con la boca abierta, en una palabra, que se volviera loco de pasión. Una vez sentada en el tren, me hacía mil preguntas sobre su aspecto físico y seguía pensando el motivo de su temor, hasta que llegué a la conclusión de que quizás tuviera la figura de un Gremlins. Eso si que me echaría para atrás bastante. También pensé que sería como el personaje pequeño de “Juego de Tronos” Tyrión Lannister, de la novela de George R. R. Martin. Bueno, al menos éste es muy inteligente y eso sí que me pone en cantidad. Al final me adormilé un poco cuando de repente el tren llegó a la estación. En ese momento se colapsaron todos los móviles a causa del Wasap, ¡todo el mundo con los móviles en mano! Llamé a Ernesto para saber la hora y el lugar del encuentro. Los teclados dejaron de sonar para oír nuestra conversación. Los mensajes empezaron a intercambiarse. A las once del otro día en el mismo centro de la Plaza de Cataluña. Esa frase fue la más repetida en menos de una hora. Me dijo que llevaría un ramo de flores rojas para que yo lo reconociera y como él sabía perfectamente cómo era mi aspecto, le dije que me buscara entre la gente. Mi cuñado estaba en la estación con mi hermana. Nos abrazamos, nos pusimos al día y cuando llegó la noche no pegué ojo. Al otro día nada más que levantarme di como veinte vueltas al piso de mi hermana. Seguía estando muy nerviosa. Me tomé una tila y rápidamente empecé a arreglarme, repasando cada detalle de mi cuerpo, arrasando con todos los pelos que pudieran estorbar cada roce de sus manos. Después empecé a pintarme los ojos de todos los colores del cielo, parecía el arco iris. Me lavé la cara y me eché colorete y cuando me miré al espejo tenía una huerta de tomates en el rostro, ¡madre mía! pero ¿qué me ocurría? ¡Si solo es un hombre! Finalmente empecé a vestirme y me desvestí más de siete veces. Parecía una adolescente en su primera cita. No me decidía por nada porque lo que yo quería de verdad, es que cuando me viera se quedara con la boca abierta, en una palabra quería sorprenderlo. Me puse un traje de chaqueta precioso y me colgué collares y pendientes, nueve pulseras y un broche en la solapa, además me coloqué una horquilla con mil brillantes en la melena. Parecía un árbol de navidad. Miré el reloj, me desnudé enterita y a la ducha. Me puse unos legis y un jerséis ceñido. Me colgué la mochila y salí pitando de allí. Estaba decidida a enamorarlo tal como era yo en realidad. Iba a por todas. De repente me veo rodeada de una multitud de caras desconocidas. Me sentía un poco perdida y rezando a mi virgencita, le rogué con todas mis fuerzas, que Ernesto no se hubiera echado atrás, cuando de repente veo un ramo de flores rojas abriéndose camino entre la gente...








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