martes, 1 de noviembre de 2016

UNA DE TERROR.- (LA CATEDRAL)





Estaba loquita por ir a Galicia, aunque lo que más me atraía era ver la Catedral de Santiago de Compostela, así que sin más preámbulos monté en autocar y me senté al lado de la ventana, que por cierto llovía a cántaros…Apenas se divisaba el paisaje cuando por mi derecha pude vislumbrar una anciana vestida de negro, ¡más seca que un fideo! Con una guadaña apoyada en el hombro izquierdo, ¡qué miedo! Más tiesa que una vela, ¡parecía la muerte en persona! ¡Jolines que mal presagio me dio a mí aquello…! Menos mal que pronto llegué a la estación de autobuses y me dirigí a la primera pensión que había cerca… Era un edificio humilde y frío con escaleras de caracol. Una señora salió a mi encuentro con un aspecto que dejaba mucho que desear. Llevaba un delantal puesto llenito de lamparones que se destacaban descaradamente sobre el color original, delatando a su propietaria de mujer desaseada. Tenía el pelo teñido de rojo y enmarañado perdido con los ojos pintarrajeados de azul y los labios colorados como tomates, tan mal perfilados, que el carmín sobresalía de la boca dándole una apariencia de payaso diabólico, y unos rosetones en cada pómulo, que en vez de la polvera, parecía que se había dado dos tortazos en la cara, y la nariz larga, larga, que no paraba de moquear, ¡me estaba poniendo nerviosa! Con un pañuelo se la retorcía de tal manera, que parecía de goma de lo bien que se le ladeaba para un lado y otro, incluso hacia arriba mostrando dos agujeros llenitos de pelos tiesos, tiesos, que si me esfuerzo le veo hasta los sesos. Me guió a lo largo de un pasillo oscuro, oscuro, y un olor fuerte a coles o qué sé yo, penetró por todos los orificios de mi cuerpo. Una sensación de salir corriendo invadió mi pecho. Mi anfitriona se paró ante una puerta vieja de color marrón que al abrirla hasta crujió, ¡Dios mío! ¡Lo que apareció! Una cama pequeña de hierro oxidado y pegada a un lado de la habitación, con el colchón hundido y la colcha de color amarillento pajizo, más bien descolorida, con los flecos arrastrando. La ventana que iluminaba este cuartucho tenía los cristales borrosos, atravesados por tiras de maderas, que se cerraban con unas puertecillas enganchadas a un pasador. Cuando me asomé vi la fachada negra de otro edificio justo, justo delante de mí, que si me estiro hasta lo toco con las puntas de los dedos, pudiendo observar el rostro desencajado de la misma silueta de la carretera. Las paredes descarnadas mostraban orgullosas un mapa imaginario que había dibujado un desconchón, donde caras retorcidas y bocas abiertas parecían chillar de terror. En un rincón y en lo alto asomaba la cabecita una tímida arañita que tejía y tejía un trozo de tela, suave como la pelusa, parecía un pañuelito de tul. Un redondel húmedo y fresco goteando desde el techo había dejado un charco rojo, como si en vez de agua fuera sangre. Salí de allí pitando a otro barrio, mientras unas voces lejanas me gritaban, y al volver la cabeza, sentí unas manos esqueléticas que me tiraban de los cabellos…Me dirigí rápidamente a la Catedral toda llenita de gente joven sentadas en la misma escalinata…al momento ya estaba dentro… Cuando llegué ante la puerta, un frío terrorífico me recorrió por todo el cuerpo, con un temblor que hasta me rechinaron los dientes. Parecía que venía del más allá, ¡de ultratumba! Sentí como si mis extremidades se helaran, y los carámbanos que eran mis dedos se me clavaron en el pecho, igualito que un puñal afilado, afilado... Era tal la frialdad que de allí emanaba, que se me erizaron las venas, dejándome la sangre completamente congelada. Me dieron ganas de gritar y gritar del miedo que tenía y mirara donde mirara, solamente se oía un siseo susurrando... ¡Que te veo... que te veo...! El roce de los zapatos de algunos que andaban por allí, se perdían en este templo laberíntico de capillas y columnas. Algunas eran tan esbeltas que hasta vida se me antojaban que tenían, ¡ni que fueran fantasmas! No parecía terrestre esta sensación tan extraña, que hasta me traspasaba el alma con una fuerza que me transportaba a épocas lejanas... Y mirando hacia arriba crucé los muros del techo, ¡igualito que el cielo negro! Sin estrellas ni lucero, de tan alto y oscuro...El suelo estaba desgastado y brillante, brillante, que si te descuidas te perdías entre resbalones y batacazos. Tan amplio y basto, con unas similitudes que allá donde la vista alcanzaba con retablos e imágenes te tropezabas. De repente me topé con aquella cara que me miraba, me quedé atónita, igual que una humilde sierva del Señor, que casi me caigo de rodillas y me pego en la frente, golpeándomela, fuerte, muy fuerte. Me arrastre por todo el suelo y sentí unos latigazos que me dejaron unas señales de tiras rojas y descarnadas. Toda yo era un gusano que no valía nada, incluso el ala de una mosca o peor aún, un pedacito de pata allí tirada y olvidada ante la grandeza que me rodeaba. Las paredes del templo estaban lejos, muy lejos, como si fueran infinitas. De repente apareció un peregrino con una capa por lo alto y la capucha colgando, el bastón en una mano, y un mendrugo de pan en la bolsa atada a la cintura, haciéndome señas de que lo siguiera por unos pasadizos oscuros, oscuros, como boca de lobo. Me levanté precipitadamente y sin darme cuenta tropecé con una columna gigantesca, grande, grande, ¡enorme! con todas las manos del mundo plasmadas alrededor de ella y al apoyar la mía tuve miedo, mucho miedo, como si alguien quisiera llevarme hacia dentro, muy adentro…Al momento me encuentro rodeada de capillas por todas partes, y en la mayor estaba el sepulcro del apóstol y en un gran retablo barroco estaba Santiago a caballo, no lo dudé ni un momento, y montándome en lo alto salí trotando sin mirar hacia atrás, y mientras me alejaba, sentí más de mil ojuelos observándome a través de un gigantesco incensario, ese que está colgado del techo, al que todos llaman el botafumeiro, dejándome completamente hechizada, cuando muy enfadado se lía a pendular de un lado a otro, ahumándome la cara y los ojos. Me abracé al cuello del caballo, que encabritado, alzó las patas delanteras y de un brinco salimos a galope tendido tras las cruces de piedra que indicaban el camino de los peregrinos…


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