lunes, 28 de noviembre de 2016

CITAS A CIEGAS.- (MICRORRELATO)



Y aquí estoy yo dándole que te pego a las teclas, pues he conocido a un amigo virtual y llevamos más de tres meses chateando, y resulta que me he enamorado…Y por eso decidí enviarle un mensaje en el cual le comunicaba que tenía que verlo ya. Cuando lo recibió, me contestó rápidamente, que estaba muy ocupado y que no podría estar conmigo ni un instante. Excusas y más excusas. No me creí ni una palabra. No sé a qué le tenía miedo. Quizás temiera no gustarme, ya que, al mandarle tantas fotografías mías y verme aún mona, él creyera que a mí sólo me atraían los guapos. Pues sí, me encantan los hombres guapos, ¿a quién no? pero ahora no. De jovencita sí. Ahora me fijo más en otras cosas que no se ven, y que en una fotografía del año la nana de él, yo percibí. Vi la luz que desprendía la mirada de sus ojos, la chispa de su sonrisa y lo que encerraba dentro del alma, y aunque no lo conocía en persona, sabía que era un hombre bueno. Sentía que era sincero cuando me decía que yo le gustaba mucho. Nunca me traicionaría ni abusaría de mí, pues en éstas redes sociales se lleva una cada chasco, en fin, el caso es que lo convencí para verlo en persona y quedamos en que al otro día cogería el Ave para Barcelona, ya que él vivía allí. Llené una maleta de ropa, la más moderna y bonita que tenía. Quería sorprenderlo, que cuando me viera se quedara con la boca abierta, en una palabra, que se volviera loco de pasión. Una vez sentada en el tren, me hacía mil preguntas sobre su aspecto físico y seguía pensando el motivo de su temor, hasta que llegué a la conclusión de que quizás tuviera la figura de un hombre bajito, como el personaje pequeño de “Juego de Tronos” Tyrión Lannister, de la novela de George R. R. Martin. Bueno, al menos éste es muy inteligente y eso sí que me pone en cantidad. Al final me adormilé un poco cuando de repente el tren llegó a la estación. Lo llamé para saber la hora y el lugar del encuentro. A las once del otro día en el mismo centro de la Plaza de Cataluña. Me dijo que llevaría un ramo de flores rojas para que yo lo reconociera y como él sabía perfectamente cómo era mi aspecto, le dije que me buscara entre la gente. Cogí un taxi hasta el hotel más cercano a la plaza y cuando llegó la noche no pegué ojo. Al otro día nada más que levantarme di como veinte vueltas en la habitación. Seguía estando muy nerviosa. Bajé a la cafetería y me tomé una tila y rápidamente empecé a arreglarme, repasando cada detalle de mi cuerpo, arrasando con todos los pelos que pudieran estorbar cada roce de sus manos. Después a pintarme los ojos de todos los colores del cielo, parecía el arco iris. Me lavé la cara y me eché colorete y cuando me miré al espejo tenía una huerta de tomates en el rostro, ¡madre mía! pero ¿qué me ocurría? ¡Si solo es un hombre! Finalmente empecé a vestirme y me desvestí más de siete veces. Parecía una adolescente en su primera cita. No me decidía por nada, quería sorprenderlo. Me puse un traje de chaqueta precioso y me colgué collares y pendientes, nueve pulseras y un broche en la solapa, además me coloqué una horquilla con mil brillantes en la melena. Parecía un árbol de navidad. Miré el reloj, me desnudé enterita y a la ducha. Me puse unos vaqueros y un jerséis ceñido. Me colgué la mochila y salí pitando de allí. Estaba decidida a enamorarlo tal como era yo en realidad. Iba a por todas. De repente me veo rodeada de una multitud de caras desconocidas. Me sentía un poco perdida y rezando a mi virgencita, le rogué con todas mis fuerzas, que no se hubiera echado atrás, cuando de repente veo un ramo de flores rojas abriéndose camino entre la gente...Cuando vi el ramo de flores avanzar hacia mí me puse muy nerviosa. No estaba segura de que fuera él, pero cuando la sonrisa asomó a su rostro, me di cuenta de que ya no podía echar marcha atrás. Tenía un caminar tranquilo y sereno. Me pilló desprevenida. Ya estaba aquí. Las piernas me temblaban. Algo me impedía andar. Tragué saliva, alcé la cabeza e intenté por todos los medios sonreír. Tampoco quería que pareciera exagerada. ¡Ay Dios mío, en qué lío me había metido! De repente lo tengo justo enfrente de mí. ¡Qué guapo y apuesto! Me volví loca de alegría. Se presentó tímidamente y le di dos besos en la cara. Me ofreció el ramo de flores. Me invitó a tomar un café en la cafetería donde solía ir. Estaban todos sus amigos. Le cogí del brazo. Nada más entrar, se callaron y me miraron descaradamente de arriba abajo. Me los presentó a todos, ¡qué educados y galantes! me besaron la mano como si fuera una reina...Después nos fuimos a dar una vuelta y llegamos a un parque donde la mayoría eran personas de la tercera edad. Estaban jugando a la petanca. Algunos eran conocidos suyos también. Después de saludarlos, nos sentamos en un banco y antes de que se diera cuenta, me giré hacia él, sobre sus rodillas a horcajadas. Le cogí la cabeza y acercándome a su cara le comí la boca con un besazo de tornillo, que se quedaron todos sus amigos boquiabiertos, disimulando y mirando hacia el cielo. Los jóvenes que pasaban por nuestro lado nos pusieron a parir de un burro. No pararon de criticarnos incluso oí a unas chicas que decían que, qué poca vergüenza y qué escándalo estábamos dando. Que vaya ejemplo para los niños y la juventud. Que ya éramos muy mayorcitos para dar tal espectáculo. Que menudos caraduras y que no teníamos respetos a la sociedad. Los que estaban jugando a la petanca se quedaron patidifusos y no sabían si seguir jugando o irse para otro lado, el caso es que no daban pie con bola. Una mujer de unos treinta años, llamó a un policía y cuando éste vino, le dio tal ataque de risa, que la pobre se tuvo que ir sin comprender nada. Se habían intercambiado los papeles en la humanidad. Ahora eran los abuelos los que se besaban en los jardines. Los mismos que corrían tras los nietos por las calles. Los que llevaban y recogían a los niños de guarderías y colegios. Las jóvenes parejas ya no se escondían para besarse, ni tampoco se sentaban en los bancos del parque. Sólo se limitaban a poner sus pulgares sobre los móviles. Ni siquiera se miraban a la cara para hablarse con la mirada. Ahora sus ojos no se apartaban de las pantallas de los móviles para hablar por el Wasap. Mientras tanto, yo seguía besándolo atornilladamente y con lengua. Me lo estaba pasando bomba con él, que en ningún momento opuso resistencia. Finalmente nos levantamos y nos fuimos a picar algo por ahí más contentos que un trucho y una trucha. Era ya casi de noche cuando llegamos a la Plaza de España donde una fuente se levantaba de colores al son de la música. Estaba llenita de gente con lo que le dije que me subiera sobre sus hombros para poder ver mejor, ¡el trabajo que nos costó! Casi nos caemos de culo. Después de caminar sin parar llegamos a La Ramblas. Eran más de las doce y media de la noche cuando llegamos al hotel, lo invité a subir conmigo y nada más llegar, me duché y le dije a que apagara la luz antes de meterme en la cama. Por su parte fue todo amabilidad y cuando se tumbó a mi lado, le di unos masajes en el cuello para quitarle el dolor que le había causado con mis movimientos al son de la música de la fuente. Pobre hombre, lo que tuvo que soportar con tal de darme gusto en todo. Al cabo de los diez minutos nos quedamos dormidos el uno en los brazos del otro…A media noche me despertaron los rugidos de un animal. Abrí mis ojos y me encontraba dentro de una tienda de campaña y un enorme oso delante de mí. Lo llamé enseguida y me dijo que no me preocupara, preveía que algo así iba a ocurrir y se trajo su fusil. Me dijo que no me moviera de allí y que iba a investigar dentro de la caverna. Me quedé muy quieta cuando veo al lado un caballo. No lo pensé ni un instante y de un salto monté sobre él...Salí de la tienda de campaña y galopé por medio de un bosque lleno de árboles cuyas ramas me rozaban los brazos y las espaldas, ¡querían atraparme! Hasta me agarraron los pelos de la cabeza para que no pudiera salir de allí. Atravesé el bosque sin parar, hasta que llegué a una cuesta empinada y en lo alto una enorme montaña. Fustigué a mi caballo que relinchando se dio a la fuga a galope tendido. ¡Corre, corre, corre! Llegamos a lo alto de la cima, donde un enorme volcán empezó a echar chispas de fuego. Aquello estaba ardiendo. Me estaba quemando y me lancé en picado hacia abajo, de tal manera que me caí del caballo, y rodando cuesta abajo, di de cabeza a un río de aguas embravecidas y torrenciales, donde la corriente me llevaba hasta las cataratas, sacudiéndome por todos lados. Ahora de espaldas, boca arriba, de lado. Sentían unas embestidas que casi me arrebataban el alma. Ramas y palos pasaban por mi lado cuando justo en medio había un tronco atravesado y me aferré a él con todas las fuerzas de mi ser. Me senté sobre el tronco como si fuera una moto, apretando mis manos alrededor de manera que al caer por las cataratas no me despidiera al otro lado del mapa. ¡Ay Dios mío! ¡Ay Dios mío que me muero! No paraba de gritar cuando de repente me dejé llevar por la corriente cayendo por la catarata. Una lluvia de aguas torrenciales me invadió por cada poro de mi cuerpo haciéndome chillar como una loca. Poco a poco llegué a un ensanche del río donde las aguas en calma me arrastraban, haciendo que siguiera el cauce con tranquila serenidad. Me dejé mecer por las aguas hasta la orilla. Me tumbé en la fina hierba y me dormí. Dormí plácidamente y antes del alba, los rayos del sol me despertaron. Una brisa acariciaba mi espalda y cuando abrí mis ojos, mi amigo me sonreía guiñándome un ojo…Buenos día mi vida, ¿qué, te ha gustado? Ha sido la mejor noche de mi vida…




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