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Para mí fue uno de los veranos más felices de mi vida. Cosiendo y riendo, todas en corrillo, contando chistes verdes de la época, cotilleando de fulanita y menganita. Lo mismo se hablaba de moda que del novio de la vecina, o que a la hija del teniente no sé quién, se tenía que casar rápido y corriendo para que no se le notara la barriga que le habían hecho. Según mi madre, había tenido un desliz. Allí, en los pabellones militares, todos los vecinos se conocían, y además se sabía qué sueldo tenía cada uno de ellos, así que si alguien se destacaba, ya se hacían cábalas, preguntándose de dónde, cómo y cuando. Al final todo el barrio sabía que al que le sobraba el dinero era por que había hecho cocina, cosa muy usual entre los mismos militares, sobre todo, el que estaba encargado del economato. A más de uno que pillaron con las manos en la masa, lo destinaron urgentemente a otro punto de España, y aunque todos los vecinos sabían el por qué, allí no se decía nada.
Los militares eran unos privilegiados en todos los aspectos. Tenían
asistencia médica gratuita en el hospital militar. No pagaban piso. Mis padres
jamás pagaron un pintor. Todos los años llegaban dos soldados y pintaban la
casa de arriba abajo. Tampoco los gastos de mudanzas, que fueron muchos.
También se ahorraba el peluquero y los médicos que venían a casa en caso de
urgencia. En la playa tenían casetas donde sólo entraban los militares, que las
había de oficiales y suboficiales. Es por eso que había muchas distinciones de
clases sociales. De niña no lo notaba, pero a medida que crecía, sentía en mis
propias carnes, cómo me miraban las hijas de los capitanes, comandantes y
coroneles, sobre todo las señoras de ellos que se daban unos aires… Mirando a
las que sus maridos no tenían estrellas que los distinguieran, por encima del
hombro. En fin, eso era lo normal. Lo mismo que entre las esposas, se sabía,
quién era maltratada por su marido, pero eso era un secreto a voces, y ahí
nadie decía ni una palabra. Casi siempre era por culpa de la bebida. Hubo un
tiempo, en que los militares tenían muy mala fama de borrachos. Más o menos
como los cotilleos de algunos programas televisivos de hoy en día, pero en plan
casero. Lo único que ahora la mujer maltratada sale en la pantalla con todas
sus marcas al aire, y entonces, en aquella época, las pobres se quedaban en
casa escondida hasta que desaparecían. Más de una vez en el rellano de la
escalera de mi casa, podía oír los chismorreos de las vecinas, que a fulanita
de tal, el marido, la había pillado con el asistente de turno en la cama y la
había molido a palos.
El asistente de turno, era el recluta que le llevaba el pan todos los
días del cuartel, que no le costaba un duro, la acompañaba a la plaza del
mercado para cargar con el pesado cesto, y de paso se había dejado embaucar por
la señora del sargento. De todas maneras, no era necesario que el marido de los
cojones fuera un cornudo, si no que era un juerguista, borracho, mujeriego que
tenía una mala leche que le salía por las orejas y punto. El caso, es que casi
siempre era la mujer la que salía perdiendo, y que yo sepa, en la vida,
¿cuántos hombres son apaleados por sus señoras esposas? Tan sólo se dio un caso
en toda Ceuta, que yo recuerde, y el pobre hombre, era el hazmerreír de toda la
vecindad. Incluso en épocas modernas, salió uno en la tele, y al otro día, fue
el chistoso comentario matutino en cafeterías, supermercados y demás sitios
donde hubiera más de dos personas, como si fuera algo insólito y espectacular.
Lo que más nos gustaba era escuchar la radio, sobre todo la novela del
momento, que por mucho que quiera recordar, es imposible, pues han pasado
tantos años ya… Entonces, la radio era la única distracción, y me encantaban
las coplas de Conchita Piquer, que hablaban de amores. Mis compañeras y yo
tarareábamos sin parar, con una sonrisa cómplice que nos iluminaba la cara… Y
tantas y tantas otras que sería imposible enumerar, pero que en éste momento
tan precario para mí, alegran el poco aliento que me queda… Enrique Montoya,
Antonio Machín, Luis Mariano, Carlos Gardel, Estrellita Castro, Manolo Caracol,
Lola flores, Antonio Molina...
Mientras cosía, me dejaba llevar por sus letras, que imaginaba escritas
para mí, y que, como tenía buen oído, tarareaba con emoción, mientras las demás
callaban para oírme. Después me aplaudían sonriendo y me decían que debería
estudiar canto, cosa con la que me quedé toda la vida con las ganas, y que me
ha frustrado siempre. ¡Cuánto me hubiera gustado cantar en cines y teatros! Que
yo recuerde, mi vida ha sido siempre una frustración, tras otra. Nunca he tomado
decisiones para nada que me supusiera un gran sacrificio, y las veces que he
cambiado de aires, ha sido siempre a costa de otras personas. Durante mucho
tiempo he sido un parásito. He sido una cobarde toda mi vida. He tenido miedo a
todo lo desconocido, y ahora en el estado en el cual me hallo, he llegado a
comprender que he sido la tonta más tonta del mundo, puesto que al fin, hagas
lo que hagas en la vida, cuando una desaparece, los hechos también, y nadie se acuerda
de si fuiste buena o mala mujer. Tan sólo queda el recuerdo de los que te
quisieron bien. Pero ya es demasiado tarde para mí y la pena que tengo es que
no puedo rectificar. Es por eso que me gustaría que a través de ti, pueda redimirme para quedarme a gusto y
contenta. No quiero la gloria, sólo un poco de piedad hacia mi forma de ser, ya
que por culpa de esta cobardía mía, mi existencia ha sido un auténtico
desastre. Seguro, seguro que alguien lo tendrá en cuenta. De todas maneras, mi
vida seguía y cada tarde acudía a mis clases de costura, donde pasé los mejores
años de mi inocente juventud…
Una lluviosa tarde de invierno, llegó una alumna nueva y se sentó a mi
lado. Tenía el acento catalán, y acababa de llegar de Barcelona. A su padre lo
habían destinado a Ceuta. Enseguida congeniamos. Me contó en menos de una hora
todas sus aventuras y desventuras. Que tenía dos hermanos mayores que la
protegían de todos los moscones. Que su madre era maestra de escuela cuando era
jovencita, pero desde que se casó dejó de ejercer, a causa de los diferentes
destinos de España, y con los tres, no podía seguir en un pueblecito recóndito
que no se ve ni en el mapa. También me dijo que era una mujer muy culta que
siempre estaba leyendo, que se llevaban muy bien, y más que madre e hija,
parecían hermanas, tanto físicamente como por la relación que tenían, por que según
ella, se había criado entre cinco varones y se había quedado con las ganas de
tener una hermana para compartir su ropa y confidencias. Que estaba enamorada
de la vida, de Paúl Newman, de Alain Delon y que a Jean-Paul Belmondo lo
encontraba irresistiblemente atractivo. Que nunca había tenido novio, pero que
estaba deseando de tener uno sólo para besarse con él. Me dijo que acababa de
cumplir los dieciséis años, uno más que yo. Se llamaba Julia y a partir de
entonces, nos hicimos inseparables.
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