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Al principio me aburrían las clases muchísimo, pero poco a poco empezó
a gustarme tanto, que esperaba que llegaran las tardes de costura con auténtica
ansiedad. Ya había cumplido los quince años y cada vez estaba más guapa. Seguía
estando muy solicitadas por los hijos de los oficiales, y como ya dije, mis
padres estaban encantados. Mi madre, la pobre, aunque no podía mucho, siempre
ahorraba unas pesetas para comprarme telas en el Zoco, donde la mayoría de los
comerciantes eran musulmanes, y vendían unas telas preciosas y más baratas que
las tiendas del centro. Más tarde, por mediación de un amigo de mi padre, me
llevó a una tienda de tejidos donde el dueño era sastre, y su especialidad era
la de hacer trajes para militares, y entre él y su hermana pusieron la tienda
que por entonces vendían una barbaridad, y siempre había gente comprando. Mi
padre y él hicieron buenas migas, y como mi madre no se cortaba ni un pelo, le
dijo que si le podía fiar, y a lo tonto, a lo tonto, ya tenía costura para
rato, incluso les hice a mis hermanas pequeñas un par de faldas. Me confeccioné
unos vestidos preciosos que copiaba de un figurín, una revista que entonces la
tenía todos las modistas de mi tierra. Mi madre estaba encantada. Ella siempre
estuvo convencida de que una jovencita tenía que ir bien arreglada para hacer
una buena boda. ¡Pobrecita, qué ilusión tenía por mí!
Yo seguía aprendiendo a coser en la academia de Corte y Confección, y,
como dije antes, no es que fuera una academia en toda regla, no, si no que una
vecina del mismo bloque sabía muy bien coser y cortar, y no sé si tenía el
título o no, el caso es que sus padres le compraron una máquina Alfa, y allá
que fuimos todas las mocitas a coser pasando las tardes entre agujas y dedales,
con las tijeras siempre a mano. Otra cosa que aprendí, fue a bordar a máquina y
en bastidor y le hice a mi madre un mantel para doce cubiertos con ¡doce interminables
servilletas! Me tiré más de dos años en acabarlas, siguiéndoles después unos preciosos
velos de tul negro, que mis dos hermanas menores se colocaban sobre la cabeza
para oír misa, ¡qué contentas iban las dos! A mi madre le bordé uno que caía
sobre sus hombros, y ella sujetaba con un alfiler que tenía una perla en forma
de lágrima… ¡Con qué orgullo entraba a la iglesia…!
En aquella época todas las señoritas finas y educadas tenían que saber
coser y bordar, hasta zurcir calcetines con un huevo de madera dentro, ¡qué
horror! En casa practicaba con uno de verdad, y a veces lo cascaba, llenándome
los dedos de clara y yema.
Mis tardes de costura eran muy rutinarias, apenas prestaba oído a las
conversaciones de las demás chicas aunque a veces nos reíamos mucho cuando doña
Teresa, la madre de la señorita Mercedes se sentaba a contar historias pasadas…
…¡Risas y más risas!
…Y una tuna muy tunanta empezó a caminar por ahí. Era la querida del
excelentísimo señor don…
…Tenía muy buena educación, gente muy fina de alta alcurnia, todo recto
y buen cristiano, si señora, no se vaya a pensar que estamos hablando de
cualquiera, no, no se equivoque. Su esposa, una santa, que oía misa todos los
domingos, callada y muy piadosa, llevando su pena con resignación, ¡Dios la
tenga en su gloria!
Mientras la escuchaba, no paraba de preguntarme del porqué sería tan
tonta esa mujer, y pensaba que si fuera yo lo habría puesto de patitas en la
calle…
…Éste señor tan fino y educado tenía una querida y casi todo el mundo lo
sabía. Era una rubia platino con un tipazo y unas piernas de escándalo. La
gente decía que era teñido su pelo y que movía las caderas con un movimiento de
lo más provocativo. Llevaba la ropa ceñida y se le señalaba todo, todo…
Cuando doña Teresa repetía todo, todo, abría mucho los ojos y bajaba la
voz para que no se enteraran no sé quién porque allí estábamos más callada que
en misa con las orejas puestas, sin rechistar, vamos. Nosotras nos mirábamos
con las manos tapándonos la sonrisa, y una que estaba al final comentó: ¡menuda
fulanota!
Doña Teresa seguía con su cháchara dale que te pego…
…Además, la gente murmuraba que se ponía el sostén que le hacía el
pecho de punta, punta para llamar la atención, y unos zapatos de tacón fino,
fino y alto, alto, y pím, póm, pím, póm… Moviendo el culo para un lado y para
otro de una manera descarada… Yo la conocía y tengo que reconocer que era la
mujer más guapa de la ciudad, y cuando salía, los hombres volvían la mirada hasta
que se perdía al final de la calle…
…Además cuando paseaba por la plaza, daba vueltas y más vueltas para
que la viera su querido que iba del brazo de su esposa, y cuando se cruzaban se
hacían guiños y un montón de besos se enviaban con disimulo…
Desde luego que las cosas que se comentaba en el cuarto de costura…
…¡Si hasta le hizo un crío! Y una tarde se presentó en su casa, ¡qué vergüenza!
Con toda la barrigota, ¡preñada perdida! Y el muy asqueroso la puso de criada,
¡en su propia casa!
¡Pobre señora Asunción! Lo que tuvo que sufrir. Estuvo sirviendo toda
la vida, y la esposa murió de pena, sin lágrimas en los ojos, sequita, sequita…
Cuando llegaba aquí, se iba a la cocina para tomarse una tacita de café,
mientras seguíamos comentando: ¡Es una
lagartona de cuidado! ¡Una pelandusca! ¡Pilingui!
¡Qué risa y qué divertida era doña Teresa! Siempre contando chismes de
otras épocas.
Se me pasaban las horas volando. Aprendí a cortar y a bordar tan bien,
que después al cabo de los años me vino de perla, ya que me hacía todos los
vestidos y faldas, incluso hasta me atreví con blusas y con un traje de
chaqueta, ¡ahorraba una barbaridad de dinero! A mi madre le hice un vestido de
fiesta de fin de año que le quedaba precioso, ¡con qué orgullo se miraba en el
espejo! Cuando las vecinas la vieron llegar al casino militar, se quedaron
boquiabiertas. Mi padre, como siempre, embelesado perdido, pues aunque estaba un
poco gordita, a causa de los embarazos tan seguidos, se lo corté de manera que le
disimulaba todas sus redondeces.
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