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Todo era del color de rosa para mí, pero una tarde de setiembre, Jaime
vino cabizbajo. Yo no sabía qué pasaba, pero tenía un mal presentimiento.- ¡Por
favor! ¿Qué te ocurre? ¿Qué te pasa? ¡Dímelo, por Dios!- Con lágrimas en los
ojos, me dijo que su padre había ascendido y lo habían destinado a Barcelona, a
su ciudad natal. Me quedé sin poder articular palabra. Rompí a llorar. Después
llegó Julia, mi amiga Julia, la única amiga que he tenido de verdad. También se
echó a llorar, luego a reír. Un llanto mezclado con una nerviosa risa temblorosa y espasmódica. Nos abrazamos
llorando sin parar. Pasamos unos días llenos de angustia, y aunque hacíamos
todo lo posible por no hablar del tema, cuando me llevaba a casa, me acostaba
sin cenar. Mi madre me miraba y no decía nada…
El día de la despedida fue el peor de mi vida. Todos llorando en el
puerto, y cuando el Correo Virgen de África atracó, me dio un vuelco el
corazón, que casi me caigo de pena. Jaime me abrazaba prometiéndome que
volvería a por mí. Que lo esperara. Que no saliera con otro chico. Julia animándome,
que no me preocupara de nada, que me escribiría muchas cartas contándome todas
sus cosas.- ¡Adiós, adiós!- Allí me quedé sola agitando un pañuelo blanco para
que me vieran desde lejos. Allí me quedé rota por dentro hasta que el morro del
barco dio la vuelta tras el espigón, perdiéndose de vista, dejándome sola y sin
su amor. Me quedé triste y vacía…
Al principio, sus cartas eran a diario, incluso me llamaba por teléfono
a casa del señor Manuel, el de la tienda de ultramarinos de al lado. Luego una
a la semana, más tarde al mes, hasta que un día Monserrat, su antigua novia, la
que un día él me dijo que eran solamente amigos, me escribió una carta tan
maligna que todavía me duele al recordarla. Entre líneas pude leer, que cuando
volvió a verla tan bella y tan guapa y el cambio tan maravilloso que había
dado, su amor volvió a resurgir, apartándolo por completo de mí. Me dejó para
siempre, plantada como una maceta. Ni siquiera me dijo adiós, ni hubo una
explicación, nada, como si yo no hubiera existido nunca. Y ahí pasé de la pena
al olvido, volviéndome loca de sufrimiento, de llanto y desengaño, apoderándose
el dolor de mi corazón. Al mes recibí una carta de Julia en la que me contaba
toda la verdad de lo sucedido:
“Querida Trini, espero que te encuentres bien al lado de los tuyos. Mi
hermano esta muy arrepentido de todo el dolor que te ha causado. Las cosas surgieron
así, pero sin ánimo de hacerte daño. Lo que pasó realmente es que cuando le
contó a Monserrat lo vuestro, ésta le dijo que bueno, que vale, pero que
podrían seguir como amigos. El caso es que, donde hubo fuego, quedan rescoldos,
y eso es lo que pasó de verdad. Un sábado por la noche se fueron a bailar con
la pandilla, bebieron más de la cuenta y una cosa llevó a otra, y al cabo de
tres meses tuvo que decirle a Jaime, que esperaba un hijo suyo y que no sabía
qué hacer.
Mi hermano como es tan caballero, ha tenido que tragar, pero que
realmente de quien está enamorado es de ti. Me ha pedido que por favor te lo
diga. El pobre esta muy arrepentido, créeme Trini, no te lo puedes imaginar. No
sabes cómo anda por la calle, y aunque disimula todo lo que puede, pero yo que
soy su hermana y lo conozco bien, sé que por dentro está que se muere de pena.
Me ha pedido que te lo cuente todo y que lo perdones, pero es que no sabe qué
hacer. Tampoco quiere hacer daño a Monserrat, ya que se conocen desde niños.
Sus padres y los míos son amigos de toda la vida, y además no la quiere dejar
tirada en la calle. Tú sabes bien lo mala que es la gente y sería la comidilla
del bloque, sobre todo entre los oficiales, que no pararían de criticarla. Figúrate,
una madre soltera, ¿quién la iba a querer? Y menos con un niño de otro hombre.
Espero que lo entiendas. Por favor Trini, por la amistad que nos une, perdónalo
que el pobrecillo está fatal y a mí me da mucha pena verlo así. Me ha dicho también
que tú eres la mujer de su vida y que siempre te llevará en el corazón, pero
que las circunstancias lo obligan a tomar esa decisión. Un beso muy grande de
tu amiga del alma.”
Julia.
Cuando terminé de leer la carta me eché en la cama y lloré hasta que me
quedé sin lágrimas. Quería perdonarlo, pero en ese momento sólo sentía odio. Un
odio infinito, tan grande, que todo lo que me contaba Julia, me entraba por un
oído y me salía por el otro. ¡Mentiras, mentira, mentira! Rompí la carta en mil
pedazos, odiándola a ella y a su hermano. Me habían roto el corazón…
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