sábado, 30 de marzo de 2013

EL INSTITUTO.- 1962



En aquél instituto hice el bachillerato y era el único que había entonces, y no tengo más remedio que hablar un poco de aquella época porque fue muy importante para mí, ¡cuántas veces planchaba los pliegues de la falda! Menos mal que luego llegó el Tergal.
Era un edificio muy grande de color gris, y estaba en La Puerta del Campo, en medio de una especie de rotonda. La puerta principal miraba a la señora Martina la del puesto de pipas. La puerta trasera miraba a la playa del Chorrillo. Un costado hacia arriba, camino de Jadú, y el otro me miraba a mí, a los pabellones militares.Tenía una escalinata, un rellano y más escaleras, donde los pasamanos parecían toboganes, por los cuales resbalábamos unos sentados y otros, boca bajo, y cuando sonaba la campana, salíamos zumbando.
Después de las escaleras está un gran patio adoquinado, donde esperábamos que el portero, el señor Moreno, que era el hombre más cariñoso que había, nos colocaba en filas y haciendo amago de azotar con una vara larga de bambú en la mano, azuzaba a los chicos y riéndonos corríamos para adentro. Había tres plantas, la baja era para los más pequeños y subiendo las escaleras llegaba hasta un ancho pasillo, y al final en el centro, una estatua en lo alto de un pedestal separando las escaleras en dos, donde las aulas nos esperaban. Representaba a un Dios mitológico que no recuerdo bien su nombre, por que lo que más me impresionó fue su desnudez, y aquello me cautivó, pensando que jamás había visto una belleza más grande en toda mi vida. Con el torso perfecto, y la cara más bella del mundo. Era la perfección en persona, y un halo de grandeza lo envolvía, de tal manera, que yo pensaba que era una Estrella Inalcanzable.
A lo largo de los corredores, entre aula y aula, unas vitrinas mostraban todo lo relacionado a la naturaleza, mineralogía, etc. para que el alumnado se habituara a verlas. Hasta un esqueleto humano que crujía cuando lo traía a la clase para estudiar su osamenta. Al lado una figura de plástico de tamaño natural, de color rojo con todos los músculos, venas, y arterias pintados, me enseñaron lo que significaba la palabra Anatomía. Pero lo que más me asustó fue el corazón.
¡Qué poco me gustaba ir al instituto! ¡Lo odiaba! Estaba deseando que llegara el viernes, porque ese día no había clase por la tarde, y me regodeaba al pensar que tenía dos días por delante para no madrugar, ni ir a ninguna parte, ¡solo tele!
El lunes, todos firmes antes de entrar en clase: “ Viva España, alzad los brazos al cielo del pueblo español.” Otras veces cantábamos: “ Gaudeamus, sigitu, yu vene, dulzuuru.” 
Había un director, hermano de un ministro de Franco, creo yo y que duró el tiempo que hice la preparatoria pasando al primer curso de bachiller. Después nombraron a otro que era profesor de matemáticas. Éste señor era un hombre coloradote y muy serio, casi un tirano que nos tenía a la mayoría de los niñas atemorizadas. Cuando sonaba el timbre para que formáramos, los chicos a un lado y las chicas al otro, se alzaba en medio del recreo, rodeado de los demás profesores, dando voces a diestra y siniestra, escupiendo sin ningún pudor en el suelo, haciendo un ruido con la garganta de lo más asqueroso y repugnante, tanto es así que los muchachos mayores lo llamaban el señor Gargajo. A veces nos daba clase y antes de llegar, las alumnas estábamos temblando como si fuera un diablo. Allí había un silencio descomunal y cuando llamaba a alguna a la pizarra, no la nombraba por su nombre o apellido, sino por un apodo casi siempre descalificándola. Si era gorda, gorda, y a una que tenía el flequillo blanco, le puso el mote de pelusa. Era un hombre soez y grosero, con mala educación, un sátiro que disfrutaba insultando a los alumnos, y casi siempre ridiculizaba al más débil.
Nunca me gustó ir al instituto, para mí fueron los peores años de mi vida, lo pasé fatal, y la mayoría de los profesores eran maquiavélicos, y hasta un sacerdote que sustituyó a don M… era el cura más antipático e intolerante que tuve jamás. Era duro y cruel, y lo único que hacía era mirar las piernas de las que estaban sentadas delante. Nunca tuve una sonrisa amigable, la única que se salvaba era la señorita de lengua y labores, lo mismo que la de geografía, que por cierto estaba embarazada, y cuando dejó de venir, llegó un profesor en su lugar que era un tirano, un dictador y un malvado, que llevaba la ferocidad pintada en el rostro. Menos mal que la señorita de gimnasia era de lo mejor, joven y simpática, alegre y muy divertida, que nos trataba como auténticas señoritas.
Para esa clase tenía que llevar unos puchos anchísimos y muy largos, con gomas en el dobladillo de la pernera, azul marino, parecían unos pololos, y un polo blanco como la nieve, las zapatillas de tenis y los calcetines. El pelo recogido o con una felpa blanca.
Una vez, en el recreo del instituto, hicimos una coreografía con nuestro cuerpo, representando una paloma. Hacía veinticinco años de paz, ¡que perfecto! Todo el mundo aplaudiendo, y ahora que lo pienso, ¡qué lejanos me parecen esos años! 

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