domingo, 17 de marzo de 2013

EL BOFETÓN.-



Eran las diez de la noche cuando Teresa llegó a casa. Su padre, impaciente, la esperaba en la entrada, y cuando el timbre sonó, abrió precipitadamente la puerta, la cogió de los pelos arrastrándola hasta el salón, la abofeteó en la cara, y de un puntapié en el trasero, le vociferó en la oreja que se acostara inmediatamente sin cenar. A pesar de haber cumplidos los dieciocho años, aún tenía que regresar a las nueve y media.
Atravesó el pasillo reteniendo la respiración, echándose en la cama vestida,  aguantando las ganas de llorar y el dolor que le había ocasionado tal golpe, justo, en la rabadilla.
Sus dos hermanas pequeñas oían los gemidos entremezclados con leves suspiros, que ella trataba de apagar con la almohada, y apenas se atrevían a articular palabras de consuelo hacia Teresa. El silencio y la oscuridad se iba apoderando de la noche, lo mismo que el dolor de su mente. Por fin, exhausta y herida, el sueño fue abatiéndola poco a poco, dejándola a merced del odio y el rencor...
A Teresa no la dejaban teñirse el pelo, ni pintarse los labios ni los ojos. Ni que vistiera llamando la atención, ni en tirantes ni escotada, y menos que enseñara las rodillas, aunque por entonces la minifalda estaba muy de moda, pero era un provocación para los hombres, y una chica tenía que ser muy decente, sobre todo, demostrarlo.
Tenía prohibido salir con chicos que no tuvieran una buena carrera y una familia acomodada. No importaba que no le atrajera lo más mínimo, bastara con que le gustaran a sus padres...
Entre bofetones y humillaciones, la adolescencia se le escapaba de las manos, sin un momento de paz y alegría, tanto que la mentira y el engaño fue haciéndose presa en su mente, instándola a seguir por otros derroteros. Realmente no se dio cuenta del cambio surgido en su vida juvenil, pero hubo un momento...
Tenía una amiga en la escuela de Corte y Confección, y cada sábado se iban juntas a la fiesta del colegio X, donde los alumnos daban baile desde las seis hasta las diez. Salía de casa arreglada de una forma, transformándose en la de su amiga, subiéndose la falda hacia arriba, enseñando un poco las rodillas y parte del muslo. Se pintaba la boca y los ojos, se maquillaba y se ponía coloretes en los pómulos, resaltando toda su hermosura, pareciendo una mujer de película, con una belleza magistral. Se cardaba el pelo y contoneándose por la calle, era la atracción de todos los muchachos, y una vez allí, no paraba de hablar y reír, moviendo el cuerpo al ritmo de la música que salía del Toca Disco, llamando la atención de todos los jóvenes que en fila, esperaban su turno.
Cuando era lento, Teresa se dejaba llevar, temblorosa y asustada a la vez, marcando casi siempre distancia, colocando las manos sobre el cuello, y apoyando la barbilla sobre el hombro. Movía las caderas, sonriendo para sus adentros, de lo feliz que se siente con ese muchacho tan guapo, que no paraba de mirarla a los ojos, acercándose poquito a poco, arrimando su boca al oído, oyendo su respiración entrecortada, diciéndola palabras bellas, rozando sus labios la oreja, el cabello, la cara, unidas sus bocas en un interminable beso de amor infinito, olvidándose del mundo, dejando que el tiempo pasara al ritmo de los latidos del corazón, sin darse cuenta siquiera que las horas eran cada vez más fieras... Por eso ha salido corriendo, temerosa de que la castiguen de nuevo, y con el alma en vilo ha doblado la esquina de la calle, y cuando llamó a la puerta, su padre la abofeteó, arrastrándola de los pelos hasta su habitación, y llamándola golfa...






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