Eran las diez de la noche cuando Teresa llegó a casa. Su padre,
impaciente, la esperaba en la entrada, y cuando el timbre sonó, abrió
precipitadamente la puerta, la cogió de los pelos arrastrándola hasta el salón,
la abofeteó en la cara, y de un puntapié en el trasero, le vociferó en la oreja
que se acostara inmediatamente sin cenar. A pesar de haber cumplidos los
dieciocho años, aún tenía que regresar a las nueve y media.
Atravesó el pasillo reteniendo la respiración, echándose en la cama
vestida, aguantando las ganas de llorar
y el dolor que le había ocasionado tal golpe, justo, en la rabadilla.
Sus dos hermanas pequeñas oían los gemidos entremezclados con leves
suspiros, que ella trataba de apagar con la almohada, y apenas se atrevían a
articular palabras de consuelo hacia Teresa. El silencio y la oscuridad se iba
apoderando de la noche, lo mismo que el dolor de su mente. Por fin, exhausta y
herida, el sueño fue abatiéndola poco a poco, dejándola a merced del odio y el
rencor...
A Teresa no la dejaban teñirse el pelo, ni pintarse los labios ni los
ojos. Ni que vistiera llamando la atención, ni en tirantes ni escotada, y menos
que enseñara las rodillas, aunque por entonces la minifalda estaba muy de moda,
pero era un provocación para los hombres, y una chica tenía que ser muy
decente, sobre todo, demostrarlo.
Tenía prohibido salir con chicos que no tuvieran una buena carrera y
una familia acomodada. No importaba que no le atrajera lo más mínimo, bastara
con que le gustaran a sus padres...
Entre bofetones y humillaciones, la adolescencia se le escapaba de las
manos, sin un momento de paz y alegría, tanto que la mentira y el engaño fue
haciéndose presa en su mente, instándola a seguir por otros derroteros.
Realmente no se dio cuenta del cambio surgido en su vida juvenil, pero hubo un
momento...
Tenía una amiga en la escuela de Corte y Confección, y cada sábado se
iban juntas a la fiesta del colegio X, donde los alumnos daban baile desde las
seis hasta las diez. Salía de casa arreglada de una forma, transformándose en
la de su amiga, subiéndose la falda hacia arriba, enseñando un poco las
rodillas y parte del muslo. Se pintaba la boca y los ojos, se maquillaba y se
ponía coloretes en los pómulos, resaltando toda su hermosura, pareciendo una
mujer de película, con una belleza magistral. Se cardaba el pelo y
contoneándose por la calle, era la atracción de todos los muchachos, y una vez
allí, no paraba de hablar y reír, moviendo el cuerpo al ritmo de la música que
salía del Toca Disco, llamando la atención de todos los jóvenes que en fila,
esperaban su turno.
Cuando era lento, Teresa se dejaba llevar, temblorosa y asustada a la
vez, marcando casi siempre distancia, colocando las manos sobre el cuello, y
apoyando la barbilla sobre el hombro. Movía las caderas, sonriendo para sus
adentros, de lo feliz que se siente con ese muchacho tan guapo, que no paraba
de mirarla a los ojos, acercándose poquito a poco, arrimando su boca al oído,
oyendo su respiración entrecortada, diciéndola palabras bellas, rozando sus
labios la oreja, el cabello, la cara, unidas sus bocas en un interminable beso
de amor infinito, olvidándose del mundo, dejando que el tiempo pasara al ritmo de
los latidos del corazón, sin darse cuenta siquiera que las horas eran cada vez
más fieras... Por eso ha salido corriendo, temerosa de que la castiguen de
nuevo, y con el alma en vilo ha doblado la esquina de la calle, y cuando llamó
a la puerta, su padre la abofeteó, arrastrándola de los pelos hasta su
habitación, y llamándola golfa...
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