De un portazo cerró la puerta y salió corriendo calle abajo. Apenas
veía a las personas que se cruzaban con ella. La gente la dejaban pasar
mirándola y volviendo la cabeza, con la curiosidad y el morbo que despierta el
ver correr a una mujer con el rostro inundado en lágrimas. Llegó a casa de sus
padres llorando desconsoladamente. Ya no podía aguantar más.
Estaba harta de sus manías, de su machismo y de su tiranía. No sabría
precisar cuando y cómo cambió, pero realmente es que no era el mismo hombre al
que ella una vez conoció. Tan lindo y tan bello, tan educado y moderno, ¿dónde
estaba aquél chico tan majo? Para esto había esperado tanto? Era imposible
seguir ese ritmo de vida tan malo, tan bajo, tan lleno de desperdicio, así era
como ella se sentía. La más inútil de todas las mujeres, la que no servía para
nada. Él llevaba tantos años repitiéndoselo que finalmente lo estaba creyendo.
Continuamente la estaba comparando a las que tenían una buena carrera,
y que si no fuera por él se moriría de hambre. Más tarde empezó a insultar a
los demás miembros de su familia, incluso llegó a repetirle hasta la saciedad
que la casa de sus padres era un antro oscuro y asqueroso. Que no soportaba a
su madre ni a su padre y menos a los chorizos de sus hermanos, tal era el
apelativo, cada vez que se dedicaba a ello, descalificándolos continuamente. Le
decía que eran una pandilla de gitanos con un gesto tan repugnante pintado en
su cara que daban ganas de desaparecer para no verlo más. Ponía tanto empeño en
demostrar el odio que llegó a prohibirle que fuera a visitarlos siquiera, tanto
que tan sólo iba cuando él estaba de viaje, a escondidas y con prisas. Apenas
se sentaba a charlar tranquila, siempre temerosa de que su marido la llamara
por teléfono, incluso cuando no estaba en casa, la vigilaba desde lejos a
través del móvil, poniendo el mal tiempo de excusa para los chiquillos, que
eran muy chicos, y apenas le tenía cariño a sus tías y tíos, ¡ya se había encargado,
desde que nacieron que no visitaran mucho a los abuelos maternos! Tan sólo a
sus padres, como si ellos fueran los únicos que tuvieran derecho a ejercerlo.
Así que si no la encontraba en casa antes de que él entrara, la echaba a
patadas.
Después de doce años de noviazgo, decidieron casarse. Se conocieron en
una fiesta de cumpleaños, y desde el primer momento se gustaron. Él era un
estudiante de medicina con grandes pretensiones, pensando que cuando acabara la
carrera iba a poner rápidamente una clínica privada, ganar mucho dinero y
viajar por países extranjeros, y después de divertirse de lo lindo, casarse con
su novia de toda la vida.
Ella, simplemente portaba los libros desde su casa hasta un colegio de
niños, que por las noches daba clases nocturnas, para personas rezagadas y
mayores que querían sacarse el Graduado Escolar, hasta que harta lo dejó,
dedicando su tiempo a las faenas del hogar, estar de cháchara con las amigas y
a fumar, esperando mientras tantos, que su novio la paseara por ahí, dando mil
vueltas por las calles, si era verano, porque en invierno no salían de casa de
los padres de ella, haciéndose dueño del sofá de mamá, deseando que llegara el
sábado para que le dieran la paga, tanto al uno como la otra, pues era la época
de los mismos derechos, tocándole pagar lo que se bebía y comía, sin contar el
tabaco, que tenía que durarle por lo menos hasta el próximo fin de semana, a no
ser que él fuera tan caritativo de donarle un par de cigarrillos.
Y terminó la carrera y no encontró trabajo, y pasó un año y otro año, y
ya harto se colocó en un pueblo de otra ciudad y que no era de su agrado. Y se
le acabó el contrato y le prohibió a su novia divulgarlo, hasta que todos se
enteraron de tanto empeño que pusieron en taparlo, como si fuera un delito el
que a uno no le renovaran el contrato. Y regresó a la ciudad que lo vio nacer
con otra cara, con la mirada cambiada y con una manera diferente de ser. Y
pasado un tiempo, tuvo que reconocer que para casarse tenía que tener cualquier
trabajo, fijo o trotando, y sin pensarlo aceptó uno que tampoco fue de su
agrado, y por eso hoy lo vemos enganchado del brazo de su madre, andando por el
alfombrado rojo que divide este escenario, con los parroquianos sentado a cada
lado, observando cada detalle del traje de la madrina que no cabe en sí de gozo
al saberse admirada por lo enjoyada y bien peinada...
Su padre, orgulloso, la condujo hacia el altar con paso firme y seguro.
Todas las miradas clavada en ella, de lo guapa y bella, con los ojos más
bonitos del mundo y la sonrisa linda y serena, satisfecha de haber conseguido
lo que más anhelaba en este mundo, casarse antes de los treinta...
Y alquilaron un piso, y compraron la mitad de los muebles, y dejaron el
viaje de novios para más adelante porque entonces eso no era lo más
importante...
Y al cabo del tiempo tuvo un niño, otro niño y otro niño, y como dijo
una gran señora, uno no es ninguno, dos es uno, y tres carga es...
Carga para ella, tan sólo para ella, ya que él, jamás jugó con esos
niños tan bonitos, ni siquiera los bañaba, ya que para eso estaba ella, ¡era su
obligación! ¡Compréndalo usted, señor! Mientras tanto, él se iba al bar de
abajo con la basura a cuesta, eso sí...
Ella se las apañaba sola en la bañera con los tres metidos en agua,
¡apenas veía nada del vapor que emanaba! y de lo que tanto tardaban, sacarlos
era todo un dilema, ¡un ratito más mamá! Se tiraban por lo menos media hora
más, pasándose de unos a otros la esponja, los churretes y hasta el jabón,
desesperando a la madre, que finalmente se liaba a dar manotazos a diestra y
siniestra, resbalándose uno y llorando el otro, y al mayor lo ponía muy
nervioso, siendo por lo tanto un gran problema esto del baño diario, no
compartido con su esposo que jamás les hizo algún caso. Y después de una buena
hora larga, los secaba y les ponía el pijama, y les hacía la cena a estos niños
que no había quién los hartara, para más tarde acostarlos y entre unos y otros
la llamaban para que les contara ese cuento que tanto les gustaba, dándole
todas las noches las tantas y cansada, se ponía a preparar una buena comida
como si de un almuerzo de tratara. Él no se conformaba con cualquier cosilla,
más de una vez, además de una gran tortilla, un filete, queso y un buen pedazo
de jamón también, si no, no dormía, engordando esa barriga, que en el pantalón
apenas cabía...
Después de más de diez años casado, la situación no ha cambiado,
llegando a ser de lo más insoportable, tanto que ha decidido ponerle fin, pero
era tan grande la maldad de su marido, que la ha amenazado con quitarle a los
niños y si se atreviera a denunciarla, le pegaba fuego a la casa de sus padre y
a ella la machacaba a golpes, ¡estás avisada! Le ha gritado con todas sus
fuerzas las palabras más feas de esta tierra, y ella de un portazo cerró la puerta
y salió corriendo calle abajo.
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