Lo
sentó en una silla, le ató los pies y las manos por detrás del respaldo y se
fue tan tranquilo. El muchacho se quedó solo, vencido, entregado, sumiso, con
la mirada perdida entre las baldosas que cubrían el patio de la casa. Una medio
sonrisa aparecía en su boca, dibujando un gesto tranquilo en su rostro de chico
travieso, expectante a la vez, de que algún alma caritativa pudiera ver hasta
dónde había llegado su padre, tratándolo como a un verdadero perro.
De
todos sus hermanos, Jaime era el más problemático. Ya desde muy niño, había
dado muestras de pequeños robos. Travesuras de chiquillos, como la de coger un
puñado de caramelos de los puestos de golosinas y salir corriendo. A los demás
chicos de la vecindad les quitaba las canicas o les hacía trampas. Otras veces
se dedicaba a tirar piedras a las ventanas con algún compañero hasta que
conseguían romper los cristales, huyendo precipitadamente hacia los jardines
cercanos, escondiéndose entre los matorrales, para poco después arrancar de
cuajo las rosas más hermosas, desperdigando los pétalos en la tierra,
pisoteándolos, machacándolos, destrozándolos...
Se
subía a los árboles trepando por los troncos, retando a los demás niños a que
hicieran lo mismo, alardeando de machote y valiente, descolgándose desde las
ramas, dejándose caer desde una altura considerablemente peligrosa…
Se
metía en las obras a escondidas del guarda, subiendo por unas escaleras de
madera, vagando por las plantas, y cogía cemento, ladrillos y yeso...
En
la playa, desataba las barcas, y remaba hasta que los gritos del dueño lo
alertaban, echándose al agua, nadando hasta la otra punta de la orilla,
correteando por la arena, perdiéndose en la lejanía…
Pegaba
a sus hermanas menores, las asustaba y las encerraba en el armario. Rebuscaba
en los bolsillos de la bata de su madre algún dinerillo. Registraba en todos
los cajones, en el monedero, y arramblaba con toda la calderilla que
encontraba, gastándosela en golosinas...
Faltaba
al colegio siempre, y ya de mocito hacía novillos en el instituto, dedicándose
a robar tuberías de plomo en las obras de construcción, vendiéndolas en las
chatarrerías...
Vagabundeaba
con un amigo por el centro de la ciudad, buscando y buscando dónde ratear. En
una ocasión, atisbaron unas cuantas cajas de cartón en la puerta de un estanco,
las cuales estaban siendo transportadas por un mozo, y mientras las llevaba
hacia dentro, éstos no perdieron su tiempo, cogiendo una cada uno, saliendo
rápidamente, escondiéndose en otra calle, hasta que pudieron salir,
vendiéndolas poco después a la mitad de precio por los bares de otro barrio…
A
los quince años, lo apuntaron a una academia particular. Se gastó todo el
dinero, y en su casa no se enteraron hasta que lo llamó el director.
Y
por eso, hoy su padre lo ha atado a la silla y lo ha dejado en medio del patio,
sólo y abandonado...
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