martes, 30 de octubre de 2012

LA PILA DEL BALCÓN.-

Mi madre nos está bañando a Lola y a mí en la pila del balcón, como siempre entonando una canción: "Un gatito que tiene mi vecinaaa, es muy chulo que gasta pantalooón, por la mañana me pide chocolateee, dámelo, dámelo, dámelooo..." Al aire libre y a la vista del sol, de pie las dos pegadas y en pelota picada, y lloriqueando le digo: "¡Mamáaa, que nos ven!" - "¡Calla y agáchate!" - Y nos echa el agua por lo alto con un cazo, volteándonos de arriba abajo como si fuéramos platos, frotándonos con jabón verde y estropajo, ¡lo mismito que a los cacharros! Dejándonos la piel a retazos, ¡escamondadas perdidas! Después se lía a enjuagarnos la cabeza como si fuéramos dos lechugas, del vinagre que nos echa, acabando, ¡por fín! sentaditas en el solecito con los pelos la mar de repeinadito, que cuando se nos seca parecemos dos cebolletas de limpias y fresca. Después de tirar el agua, se pone a lavar la ropa en la pila, ¡me encanta mirarla! Sobre todo cuando la frota con el mismo jabón que a nosotras, que continuamente, se empeña en restregarla sin cesar, de tal manera, que parece que se está peleando con ella. Por delante y por detrás, luego le da la vuelta y ese rascacrá, rascacrá me tiene encandilada. Sus gordotas manos no paran de aquí para allá. Con el cuello inclinado y las mangas arremangadas hasta los codos,¡tan hermosos! con dos hoyuelos, frota sin piedad. De vez en cuando vuelve la mirada hacia el suelo, donde una montaña de ropa espera su turno, y una palangana medio escondida llenita de bragas y pañitos metidos en agua con lejía. Su cuerpo se balancea al ritmo del rascacrá, acelerado por las fuerzas de sus brazos, mientras canta: "Por la calle de Alcalá, los turistas vienen y vaaan..." Cantando cada vez más despacio, dando montones y montones de tortazos contra la escalerilla de piedra, que en pendiente se pierde en el fondo de la pila... ¡Arriba, y abajo! ¡Arriba y abajo! Era una lucha continua entre manchas y espuma, cada vez más sucia el agua, hasta que la sumergía, ¡mil veces! para enjuagarla, retorcerla y escurrirla. Después de tanta parafernalia, ¡al cordel! Mi madre pone una caña larga en el centro del tendedero, de manera que al apoyarlo contra el borde del balcón, parece un barquito velero...

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