domingo, 24 de diciembre de 2017

FIESTAS NAVIDEÑAS.- (Ceuta – 1952 -1966)



En estos días fríos, oscuros y casi anocheciendo, me viene al recuerdo aquellas tardes en mi amada tierra, en la lejanía de mi infancia, cuando mi madre cantaba y cantaba canciones navideñas, mientras mi padre en la cocina amasaba lo que después serían unos exquisitos roscos tan ricos, padre mío, tan ricos que hasta aquí me viene ese olor, incluso puedo ver con los ojos del corazón a Trini, mi hermana la mayor, colocando el mantel en la mesa del comedor nuevo, mientras nosotras jugábamos al parchís en el otro comedor, el viejo, ese donde comíamos todos los días, menos los domingos y fiestas de guardar, pero como hoy es Nochebuena, mis padres se están peleando en la cocina como gallo y gallina, desplumando dos pollos gordos y hermosos, que antes habían comprado en la plaza del Mercado, para luego dejarlos atados de una pata en el Llano, ese donde de niñas jugábamos al corro y a la comba, mientras los niños no paraban de gritar en una guerrilla imaginaria, donde indios y romanos se mezclaban con palos, tirachinas y pistolas. De vez en cuando se veía un balón por los aires de la patada que le habían dado los chicos mayores del otro portal, ese de la esquina que era el único que tenía ascensor…Entonces, todos los vecinos de los pabellones militares de Las Puertas del Campo hacían lo mismo, siendo de lo más divertido verlos crecer allí, justo frente a nuestro balcón. Mi madre nos daba una lata llena de agua y algo de comida a mi hermana Loli, Conchita y a mí y bajábamos presurosas, lo mismo que Pilar, la hija de Ramona, la del segundo y mi amiga Antoñita, la del quinto piso y entre todas las desperdigábamos a su alrededor. Los pollos acudían hambrientos picoteándolo todo, y cuando llegaba, la Nochebuena estaban hermosos y gordos...Eran unos días tan alegres y bonitos, madre mía de mi vida, que aún te oigo cantar batiendo huevos, que después mezclabas con harina y te liabas a amasar con tus manos regordetas, y papá vertiendo aceite en una enorme sartén, hasta que aparece Trini con una bandeja de plata y una pañito que ella misma había bordado en la casa de Josefina, la del quinto piso, esa que daba clases de coser y bordar…A veces acudíamos al olor que emanaba tan rico y tan bueno a lo largo del pasillo y aparecíamos asomadas a la puerta de la cocina, deseando de hincar el diente a los roscos que Trini azucaraba de un plato para luego ponerlos en la bandeja…Y la voz de mamá caldeando el ambiente…Dime niño, de quién eres todo vestidito de blanco...Mi hermano José Mari y Conchita se pelean porque ninguno quieren perder en el juego del parchís, y llega mi madre arrastrando las zapatillas por el pasillo y les da un manotazo a cada uno que les deja los pelos blancos, llenitos de harina pegajosa, y cuando se va Loli y yo muertas de risa, hasta que oímos a mi hermana la mayor gritar y salir de estampida de la cocina hacia su habitación, por los que todas corremos para ver qué pasa, y mi padre, de un portazo, nos cierra la puerta, pero es tanta la curiosidad que volvemos y jamás olvidaré la escena de ver a papá con un cuchillo en la mano, tirando de las patas del pollo y mamá del cuello diciéndole que tenga cuidado de sus manos, y lo cuelgan en un clavo de la pared de la cocina, con un cazo en el suelo para que gotee la sangre en él. Después llenan una olla enorme de agua y cuando está hirviendo la echan en el fregadero y meten al pollo para desplumarlo, ¡toda la cocina llena de plumas! Y nosotras mirando al pobre animal completamente desnudo, enseñándonos el culito. Mi hermana Conchita coge la pata tiesa del pollo, y me hacía gritar como una loca y correr por el pasillo, ¡que te come, que te come! Y entre pica que te pica se tiraban mis padres peleando en la cocina como gallo y gallina, oliendo la casa a pollo a la salsa y nosotras riendo y cantando entre panderetas y zambombas…Mi hermano Juan, el mayor se lía a tocar la guitarra y unos acordes a lo largo del pasillo hacían que llegara el momento ese tan esperado por nosotras las niñas…¡Ay papaíto mío! Parece como si te estuviera viendo bendecir la mesa con las manos unidas, mientras mamá decía amen con un coscorrón para dos o tres…Pero lo mejor de todo era cuando tocaba el turno del turrón, los polvorones y las peladillas, ¡cómo me gustaban! Y los piñones…Después de cenar, venían todos los vecinos del bloque y se liaban a cantar…Pero miran como beben los peces en el río…Y mamá toda guapa y sonriente les hacía pasar para que vieran el comedor nuevo de caoba, con el trinchero y la vitrina, toda llenas de copas de cristal fino y el juego de café blanco de porcelana, pero lo más importante era el cuadro ese de La Santa Cena de plata del cual te sentía tan orgullosa madre mía de mi vida, que jamás podré olvidar cómo se te iluminaban los ojos de mujer encantada, mientras papá les ofrecía una copita de Anís del Mono y otra de Coñac…Después todos cantando canciones navideñas, a la par que Juan pasaba el dedo índice por el pellejo de la pandereta, seguido de varios palmetazos, y la alzaba bailoteando por lo alto de los hombros, bajándola hasta los codos, terminando en la rodilla, ¡era un verdadero espectáculo! Finalmente mamá se liaba a tocar el piano con tal rapidez, que las manos volaban sobre las teclas, perdiéndose los dedos entre las blancas y las negras, llenándose la casa de música y alegría…Eran una fiestas tan bonitas, padres míos, tan bonitas, que cada vez que las traigo aquí, se me llena el alma de amor y a Dios les doy las gracias de que sigáis estando en mi corazón...


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