¡Cómo será que me sigues esperando! Me conoces tan
bien que aún estás ahí, ¡qué paciencia por Dios! Y yo aquí con las manos atadas
sin saber qué hacer ni a donde ir, porque ya lo sabes todo de mí y siento hasta
tus jadeos, ¡fíjate! Y lo peor es que hasta me gustan, me hacen sentir viva, lo
mismo que cuando iba al instituto. Ése sentimiento tan dulce y bello es igual
que el que ahora mismo siento, viniéndome a la memoria aquellas salidas de
clase, cuando tú me esperabas a la hora del recreo, ¡vaya que sí! Que te
escapabas para verme pasar con mis compañeras de curso, cuando nos íbamos
corriendo a comprar en la bodeguilla más cercana los bocadillos de mortadela,
¡qué rica estaba y cuántos nos reíamos con vosotros! Siempre detrás,
persiguiéndonos por toda la plaza, diciéndonos cosas bonitas que nos sonrojaban
y nos encantaban a la vez, en un cosquilleo tan lindo, madre mía, tan lindo que
aún lo puedo atrapar en el tiempo a pesar de haber pasado los años, sintiendo
mil mariposas aleteando a tropel en mi pecho y en mi piel…Como en éste hermoso
momento que ando perdiéndome por las callejuelas estrechas, buscándote con la
mirada y la sonrisa puesta tras de mí, oyendo algo que me haga pensar que a mi
lado estás, como cuando toses o silbas muy bajito para que te pueda encontrar…Y
te encontraba, ¡vaya que sí! Que te has parado descaradamente, te has acercado
y sin más preámbulos, me has pasado el brazo por la cintura y me has levantado
la cara, dándome un besazo en los labios que me has dejado la boca seca, muda y
hambrienta…y con ganas de más…Como aquellas mañanas otoñales que nos
escabullíamos de las manos corriendo, corriendo por cualquier escondite para
darnos un beso o dos precipitadamente, con el corazón acelerado, muertos de miedo
pensando que nos pudieran pillar in fraganti…Hasta que nos metíamos en el
primer portal que tenía la puerta abierta y tras ella nos abrazábamos como dos
locos, llenándonos el cuello todo lleno de rosetones, y qué mal lo pasaba
tapándomelos con el pelo para que mis padres no pudieran vérmelos…Y luego los
labios con los besos más largos y sabrosos del mundo, ¡qué ricos estaban y qué
buenos! Tenían un sabor tan dulce, madre mía, tan dulce como los caramelos de
coco, esos que sabían a poco…Los mismos besos que nos damos ahora en cualquier
rincón que me saben a cerezas…y me aceleras el corazón…Y ahora no tengo ni
padres ni rosetones que taparme con la melena porque me los deja grabados
dentro de ella…Clavaditos como puñales en mi pecho, rojos como la carne y los
derramo en ésta palabras como si fueran lágrimas de sangre...Hasta que oíamos
los pasos, allí los dos apretados cuerpo contra cuerpo, aguantando la
respiración, brazos y piernas retorcidas en un nudo de pasión…Y salíamos en
estampidas como si fuéramos dos ladrones, alerta como estábamos de robarnos un
par de besos que entonces estaban prohibidos…o eran pecado…¡Madre mía qué
tiempos aquellos! Aún lo recuerdo como si fuera un juego, el juego de los
enamorados, el más peligroso de todos los juegos prohibidos, como si el amor
ese que sentíamos el uno por el otro fueran el mayor de los delitos…Ya no se
oyen pasos que espante, ni hay nadie subiendo en el ascensor…Que aún seguimos
buscando esos escondrijos con el temor de que sea prohibido o pecado lo que sentimos…Pues
ya no nos conformamos con una mirada ni con dos besos tirados al aire, desde
lejos, sino que queremos atraparlos en los labios, enroscados en un
interminable abrazo de tirabuzón, que nos enturbia y nos enredan las pasiones
ocultas y nos tiene todo el cuerpo en constante tensión, como si fuéramos dos
colosos en llamas…Tan ardientes son los sentimientos que nos queman y nos
arrasan, y que nos provocan cada vez que nos cruzamos en una turbulenta
llamarada, que no hay ni agua ni fuentes que apaguen lo que callan nuestra
boca, que voy como una quinceañera tras las huellas que vas dejando en el aire
que respiro, ¡madre mía qué bonito, qué bonito! Que yo sienta todavía como
cuando era una alumna del instituto…Que hasta una leve brisa me acaricia la
mejilla y me sopla en el oído, te quiero, te quiero amor mío…Son las flechas de
cupido que hasta en el corazón me han llegado con la fuerza de tu
pasión…Pasiones que anidan en mi alma y que nunca me dejan tirada, siempre ahí,
pendientes de mí, que no quieren callar las palabras que me buscan y me
aclaman…¡Corre, corre, corre! No te detengas, no mires atrás, que aquí hay unos
abrazos que nunca tuvieron los besos de su amado, porque otros hombres te lo
robaron…Son los primeros roces y sólo tenía quince años, los más bonitos años
de una vida…Vida alegre, vida bonita y bella…Vida despreocupada de todo, tan
sólo la risa era mi compañera y de todas mis amigas, ¡qué alegría madre mía!
Loca juventud, cuando se empieza a tontear con el chico más guapo de la
pandilla…Y nos besamos y nos rozamos, cayendo en la trampa de la curiosidad,
provocándonos a ir cada día un poco más allá…Fue la pasión la que nos puso la
zancadilla y nos casaron deprisa y corriendo para no dar lugar a las
habladurías…Y por eso ahora estoy aquí…Son los amores prohibidos y llenitos de
pecados, los más ricos y más buscados…Los que me atrapan los cinco sentidos…
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