Y aquí estoy yo de nuevo otra vez
dejándome llevar por ese vaivén tuyo… Esa manera fácil tuya de quererme siempre
en tu presente, ¡vaya que sí! Como si nunca hubiera existido un pasado en el
cual los dos jugamos a la última carta, si, esa que tenemos escondida bajo la
manga. Esa carta traidora, vengativa y auténtica de todas maneras, pero en la
que ni tu ni yo arriesgamos nada, fíjate, ¡qué cobardía la mía! que aún
sabiéndolo te seguía como si fueras mi último aliento…Yo no quería enamorarme y
me enamoré. Te seguí por caminos tortuosos, donde la curiosidad era la dueña de
mi entrepierna, esclavizándome a tus apasionadas maneras de amarme, arrancando
de mi boca palabras ardientes de amor, casi cayendo en la vulgaridad, como si
hubiera estado acostumbrada toda la vida a ese lenguaje soez. Hasta me gustaba
y me regodeaba sonriendo para mis adentros con su recuerdo, imaginando mil
bellaquerías más que hacer en la próxima cita, porque habría más. Muchas citas
sin sospechar siquiera que me estabas arrastrando a tu propio infierno, donde
prendías la chispa de mi deseo, con la llamarada de cada encuentro ardiente y
rocambolesco. Me abrazabas como si quisieras coronarme como la reina de los
infiernos... tu infierno. Nunca pude imaginar lo que me empezó a gustar eso de
reinar, que hasta la vanidad femenina se hizo la dueña de mi vida, sin
importarme nada ni nadie. Tan sólo era yo la protagonista de mi propia
película, ya lo ves mi amor, qué banalidad… Me mostraste el camino a seguir con
tus inquietas manos y revoltosa lengua, mientras mi cuerpo se retorcía con la
boca llena de frases ansiosas…Y aprendí, ¡vaya que aprendí! Despertaste a la
hembra dormida. Me convertí en la más descarada de las mujeres, de forma que
empezó a nacer en mí una auténtica fiera en el querer. Empecé a usar el látigo
con la lengua viperina de la vehemencia, donde cada día te dejaba completamente
desarmado. Era una auténtica amazona dominando la situación. Poco a poco
descubrí la certeza y el poderío de verte bajo el yugo de mi pasión, y te lo
hice saber, ¡vaya que sí! Que cada vez que querías besarme, te sometía a las
intensas órdenes de mi voz, apasionándote la boca con suaves besos en
retroceso, y soplándote en el oído… te deseo, te deseo y te deseo… acompañada
del vals de mi cuerpo…Si ese baile que tú me habías enseñado y mostrado cada
giro a seguir, sólo que ahora la alumna había adelantado al maestro, ese
maestro que antes tenía las llaves de la cárcel de mi cuerpo. Ahora era yo la
dueña del candado y la que tenía el mando de tus pensamientos. De repente
empecé a tener miedo del poder que ejercía sobre tus sentimientos…Y te dio por
espiar cada expresión de mi rostro. Cada palabra, cada gesto nuevo, te hacía
pensar que ya lo había practicado con otro, hasta lo dabas por hecho y
empezaste a dudar de mi lealtad. No podías imaginar que una aprende rápido y se
espabila pronto. Ni siquiera te paraste a pensar que cualquier mujer conoce
cada recoveco de su esqueleto, ¡ignorante de ti! Eso es lo que te llevó a la perdición
y por eso me hacías preguntas comprometedoras, poniéndome entre la espada y la
pared. Casi me ahogabas con insistentes interrogatorios, siempre preparados
como para caer en alguna trampa. Estabas obsesionado con absurdos comentarios.
Seguías cualquier gesto de mi mirada, pensando que podría hacer lo mismo con
cualquier otro…Tienes razón mi amor, sé que puedo estar con cualquiera… No, con
cualquiera no, sino con el que yo elija. Ahora ya sé quien soy, cómo soy y
hasta dónde soy capaz de llegar. Tenía miedo de mí misma, un miedo tremendo. Me
superaba tanto poder en mi alma. Era como si hubiera encontrado la piedra
filosofal. Y por eso te dejé marchar. Ya no hay vuelta atrás…Y de nuevo aquí
estoy yo sin ti, y tú no dejándome ir... Siempre ahí esperando una mirada
complaciente, una sonrisa para volver a mis brazos, para decirme que me quieres
y que sin mi te mueres… No me digas que estoy con otro y por eso te he dejado,
no me humilles tanto… No me digas que estás triste y apenado… No me mires con
lágrimas en los ojos… No me hagas de llorar, no me hagas de sufrir y no me
busques más… No me digas que te duele el corazón, no me lo digas más por Dios,
que son demasiados juegos peligrosos y nos estarán viendo desde el cielo…
No hay comentarios:
Publicar un comentario