Me engañaste, ¡vaya que sí! que me
engañaste como a una quinceañera y me perdí. Me perdí buscándote por todas
partes. Me perdí en las pelambreras de mi cabeza y encontré una maleta llenita
de letras... y mientras las ordenaba pensando que eran tus cartas, una ráfaga
de viento me las arrancó y se las llevó volando afuera... y cuando quise darme
cuenta me encontré subida en una cometa… Yo te había creído, siempre te creí, y
pensando que me buscarías, fui dejando pistas para que me encontraras. Tenía la
esperanza de que me buscaras y me llevaras a bailar, si a bailar un tango
juntitos y pegados, como si fuéramos una pareja de baile, fíjate qué ignorante soy,
nunca aprendo, debo ser la última romántica del siglo, porque mujeres así ya no
existen ni en las novelas de amor. Se quedaron con Corín Tellado… Ahora son más
directa ¡vaya que sí! Que van al grano y a la primera de cambio se arrojan a
los brazos del chico que les gusta y punto pelota… Hacen bien porque mira que
queda cursi esto de ser tan modosita… Todos los días me vestía guapa por si te
veía, fíjate hasta qué punto te esperaba. Iba por la calle con los ojos
abiertos como platos, mirando cada rincón, cada callejuela, hasta entré en la catedral
por si se te hubiera ocurrido entrar, sabes bien que una vez te lo dije, ¿te
acuerdas? pero no, no te veía por ningún sitio, creo que no querías ni verme, que
me odiabas y no sé por qué… me atraías tanto… estaba tan enamorada de ti, ya
ves qué estupidez, enamorarme a mi edad… Cada vez que pienso en las pista que iba
dejando para que tu la vieras me entra una rabia… Hasta me enfado y me maldigo
mil veces por ser tan estúpida, y es que estas cosas del amor le ponen a una, una venda
en los ojos y no ven más allá de sus narices… A veces me sublevaba revolviéndome
contra mí por lo payasa que me hacías parecer, y pensaba que si te encontrara
en ese momento frente a mí, te retorcería el pescuezo, porque de hombre ya no
tienes cuello, sino de gallo altanero, pero lo que tú no sabías es que te
enfrentabas a una gallina, si, si, a la gallinita ciega, esa que de pequeña jugaba
con mis hermanas y menuda éramos…Otras veces me quedaba mirando fijamente a algún
hombre como queriéndote reconocer, y lo único que conseguía era que me siguiera
un buen rato hasta que me lo quitaba de encima, y es que para decir la verdad,
los hombres no cambiáis nunca ¡eh! Vaya, parecen que no han evolucionado y con
tal que una los mira un rato ya se imaginan que quieren acostarse con él… Allá
donde iba colgaba una fotografía para que me vieras, para que supieras lo
bonita y linda que estaba, pero nada, tú no aparecías por ninguna parte. Me recorrí
toda la ciudad, buscándote en cada rostro, en cada mirada, imaginando tu cara,
pues no te conocía y la única foto tuya que tenía era del año la nana, así que
tenía que imaginarte en las huellas del tiempo en ella… Tenía esa
desventaja, en cambio, tú sabías perfectamente como era yo porque me espiabas
desde lejos y en la distancia… Estuve más de una semana recorriendo avenidas y
plazas, hasta quedé con amigos míos de la infancia para que me vieras, para que
sintieras celos y nada… Los días pasaban y pronto tendría que regresar, y había
perdido toda esperanza de encontrarme contigo. Una tarde de lluvia que iba
caminando tranquilamente, empezó a caer un chaparrón tan grande que tuve que
correr hacia la parada del autobús y en ese momento es cuando alguien llamó mi
atención. Si, sí, eras tú, no podía equivocarme. Fue un gesto, tu mirada, el
mohín de tus labios, estaba segura de que eras tú. Pasaste por mi lado, me
miraste y agachaste la cabeza enseguida y despareciste. Se me desbocó el corazón.
Casi se me sale del pecho, ¡vaya que sí! que parecía una potranca indomable. No
te podía dejar escapar. No estaba dispuesta a ello. Llevaba más de una semana
desesperada recorriendo la ciudad de punta a punta. Ni me lo pensé. Salí tras de
ti, pero el semáforo fue tan cruel que se puso rojo. Había mucha gente y te
mezclaste entre ellos, pero yo te seguía con la mirada desde lejos. Al momento
se puso verde y crucé corriendo y mientras corría, me vi reflejada en el escaparate
de enfrente. ¡Era patética la imagen que ofrecía! Yo, una mujer madura tras de
un ti. No me lo podía creer. Jamás he corrido tras un hombre, ¡eso no es darse
a valer! No lo dudé, me agaché y cogí un pedrusco del suelo y automáticamente
lo lancé contra el cristal y la imagen desapareció al momento de mi mente y
corrí. Corrí tras él como una colegiala. Tenía la edad de la libertad, esa edad
que no se detiene ante nada y no mira a la gente, ni le preocupa el qué dirán.
Esa era mi edad. El autobús estaba llegando a la parada y de un salto llegué
hasta la misma puerta. La gente se amontonaba en ella. Él estaba casi en
la entrada. Yo atrás. Entre codazos me abrí paso y subí al autobús. Estaba rodeada
de cuerpos grandes, brazos en altos y culos por todas partes, pero era tal mi ímpetu
que llegué justo hasta él. Me puse de frente y lo miré a la cara, a los ojos
directamente y ya se rindió. Nuestros cuerpos casi se rozaban y nuestras manos
se buscaron por los bajos y se enlazaron… De repente empezó a cruzarse imágenes
de nuestras vidas, era como si el bluetooth estuviera conectado a nuestra mente…Tenías
la mirada triste, como apagada, sin brillo. Sentí toda tu pena en mi alma y
empecé a acariciarte con mis ojos…Una cascada de lágrimas empezó a bañar mi
rostro y cuando me vistes me rodeaste con tus brazos los hombros atrayéndome
hacia ti. Te acaricié el oído con palabras de amor y me perdí en el laberinto
de tu ansiedad…Y antes de la última parada, bajé del autobús llorando y al
volver la vista atrás, mis lágrimas se arremolinaron con los suspiros de tu
garganta…
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