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Sí, era Gabriel. El corazón me dio un vuelco y me desperté. Había sido
sólo un sueño. El caso es que me levanté contenta y con ganas de salir para que
me diera el aire. Me duché cantando y
salí a pasear un poco por mi jardín, y como tenía fuerzas me fui hacia la
calle, entonces vi a Gabriel y esta vez estaba despierta. Empecé a caminar más
de prisa. Como estaba bastante apartado, aligeré más el paso y al hacer ese esfuerzo
me caí al suelo. Entonces él vino corriendo hacia mí, se agachó y me dijo que
no me preocupara de nada, ya que me cuidaría, y que no tuviera miedo. Me
levantó en volandas y me acompañó hasta el hospital más cercano. Cuando abrí
los ojos, el médico me estaba auscultando, y después de un exhaustivo
reconocimiento vinieron unos camilleros, me llevaron a una habitación y me
transfundieron. Me quedé completamente dormida. No sé qué clase de inyección
intravenosa me pusieron, el caso es que no paré de soñar con Gabriel. En mi
sueño, Gabriel y yo caminábamos por la orilla del mar cogidos de la mano, y él
me sonreía. Siempre me sonreía y me decía algo que no puedo recordar, pero sé
que eran palabras tranquilizadoras, por que me encontraba estupendamente.
Además sentía una paz interior y una serenidad que sólo el que está en mi lugar
lo puede entender. Así que me dejé llevar de su mano sin miedo a nada…Cuando
abrí los ojos, Gabriel fue el nombre que acudió a mi mente. ¿Dónde está
Gabriel? Le pregunté a la enfermera. Nadie sabía quién era. Entonces, ¿quién me
ha traído aquí? Como ninguno sabía de
qué estaba hablando, ni por quién preguntaba, pensé que lo habría imaginado, y
así estuve una semana entera dándole vueltas a la cabeza. A las dos semanas me
dieron el alta. Adam y mi hija Ellen vinieron a por mí y me llevaron a casa. A
Loret no le dijeron nada para no preocuparla, además estaba muy lejos. Mi amiga
Silvi se quedó conmigo hasta que me puse mejor. Al cabo de un mes, vino mi
hermano José con su mujer y Cecilia. Antes de llegar, habían pasado por
Barcelona a recogerla. Estuvieron diez días conmigo haciéndome compañía, y
aunque no me decían nada, yo sé que vinieron a despedirse de mí. No me dejaron
sola ni un instante. Me cuidaron con todo el cariño del mundo. Son tan buenos. Para
mi hermana Cecilia fue muy gratificante el haber compartido esos días con José,
por que tenía una idea muy equivocada de él, y gracias a mi enfermedad, se
conocieron los dos. Se dio cuenta de la bellísima persona que era, sobre todo
la gran humanidad que tenía. Por que realmente, la condición de las personas,
salen a flote en los peores momentos, y es cuando se conocen como son cada uno.
Antes de irse, le hablé a mi hermana Cecilia de Gabriel. Le dije que me había
llevado al hospital y que luego desapareció como por encanto. Que nadie lo
había visto y no sabían ni quién era. Cecilia se quedó muy extrañada y me dijo
que a lo mejor lo había soñado. Le juré por todos los santos del mundo que no,
que lo conocía desde que yo tenía dieciocho años. Que era el hermano de unas
amigas de Ceuta, y que siempre había estado muy enamorado de mí, además que
cada vez que tenía un problema, él aparecía como por arte de magia. Se quedó
callada. Seguro que se creía que estaba loca por que el médico le dijo que me
habían salido unos bultos en la cabeza y que me estaba afectando, pero yo sé
que no, que lo vi con estos ojos que Dios me dio.…
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