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Una tarde fría de invierno, veía cómo poco a poco el patio de la calle
se iba quedando vacío. Últimamente pasaba el rato con los codos apoyados en la
baranda de la terraza dejando el tiempo pasar. Tenía diecinueve años, y algo me
inquietaba en lo más profundo de mi corazón, y aunque sabía el motivo, a veces
el mal humor se adueñaba de mí. No vivía la realidad de la vida, y me dio por
pensar que quería ser actriz. Imagen no me faltaba ya que era guapa, y las
actrices de las películas de mi época, eran preciosas. Mi hermano José me decía
siempre que para ser una buena actriz tendría que estudiar arte dramático en
Madrid por que aquí, en mi tierra, no. Así que me desilusionaba. Otra cosa con
la que me quedé con las ganas, era la de cantar. Tenía una voz preciosa y ha
sido mi mayor frustración, por que para triunfar en la vida, hubiera tenido que
irme, si no a Madrid, al extranjero. Yo sabía que mis padres no podrían
costearme el viaje y la estancia, y aunque mi madre tenía un hermano en el
mismo centro de la capital viviendo, no me dejaban, porque entre otras cosas es
que la pobre con tantos hijos necesitaba de mi ayuda, así que tuve que
descartar la idea, cantando en casa o cuando estaba con mis amigas. He tenido
que renunciar a tantas cosas que ni me acuerdo. Unas veces por dinero y otras
por miedo. Jamás he tenido el valor de hacer lo que quería realmente. Me ha
tocado vivir una época en que la mujer estaba muy atrasada en todos los
aspectos, dependiendo mucho del hombre, no como hoy en día que viven como le
dan la gana, si temor a estar señalada, y aunque yo era bastante adelantada, muchas
veces la misma cobardía y el miedo me echaban para atrás. Luego, con el paso
del tiempo me espabilé.
Mientras tanto seguí soñando con cines y teatros, dejando los días
pasar. Estaba en un estado de lasitud bucólica en la que me centraba en vivir
un sin sentido que ni me apenaba ni me alegraba la vida, pero sabía que tarde o
temprano tendría que salir de este tedio.
Hacía ya más de un año que Jaime se marchó a la península dejándome a
la deriva del dolor, pero esa herida que
dejó en mi corazón cicatrizaba lentamente, dando paso a la melancolía
apaciguada de mis emociones. Ya no me sentía tan triste. Ahora estaba tranquila
y serena, por no decir aburrida...
Conforme pasaban los días, me iba adaptando a la nueva situación de
chica busca chico, así que volví a las salidas con mis amigas, a la caza de un
buen partido. Eso era lo único a lo que aspirábamos. La mayoría mocitas y
vírgenes, y no señalada con el dedo, o sea de buena reputación, cosa que a mí
me venía muy mal, pues lo primero que me preguntaban los aspirantes, era si
había tenido novio ya, o si me habían besado alguna vez, así que cuando les
decía que sí, me dejaban apartada, y aunque era la más llamativa de todas,
siempre me daban de lado, sobre todo si se enteraban por alguna chismosa que ya
me había acostado con mi primer novio. Entonces me colocaban el cartel de mujer
fácil, y empecé a tener muy mala fama. En esta pequeña ciudad y en aquél
tiempo, todo el mundo se conocía y cuando una va por la calle llamando mucho la
atención, enseguida los hombres pensaban lo peor. Solamente por que era guapa, alta,
morena y bien hecha. Por tener unas piernas perfectas, por que andaba contoneándome.
Porque tatareaba las canciones cuando bailaba. Por que sonreía si me miraban de
manera descarada. Porque tenía la boca grande de labios sensuales, pero sobre
todo por que tenía ojos de mujer fatal, yo ya era una mujer mala, de la vida, y
lo único que hice fue entregarme al único y primer amor de mi vida, por eso, y
tan sólo por eso, me perdí. Me perdí oyendo música de amor asomada en el quicio
de la ventana viendo a la gente pasar. Me perdí cantando para un público
imaginario, donde la gente aplaudían de pié, mientras gritaban bravo, bravo,
otra y otra…Me perdí, imaginando siempre que yo era la protagonista,
inventándome cada día una historia de amor. Me perdí en un mundo irreal donde
los hombres sufrían de celos y amor por mí. Que tenía un par de amantes y que
me querían a rabiar, y aunque a veces me decía que ya era bastante mayorcita
para tonterías, me deleitaba en esas aventuras, por que yo, realmente yo me di
cuenta, de que había nacido para amar y ser amada en un tiempo equivocado, y esa fue mi mayor perdición. Entre que soñaba
y mal vivía empecé a salir de este estado anímico saliendo cada día más. Atrás
quedó el invierno dando paso a la alegre primavera, y lo mismo que ella, en mi
corazón volvió a brotar la alegría de vivir, de cantar y de salir a divertirme.
Los días soleados nos íbamos todas las chicas a pasear por la orilla del mar,
que en aquella época daba gusto sentir el agua fresca en los pies, en las
piernas y casi en los muslos, pues casi siempre nos recogíamos el vestido hacia
arriba, y eso era uno de los placeres más grande que pueda sentir una jovencita
de mis tiempos, y ahora en este momento en el cual me hallo, aún puedo
recordarlo con tanta alegría, que es como si me inyectaran un poco de aire puro
a estos maltrechos pulmones, que estando tan encharcados, me alientan a seguir…
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