jueves, 20 de diciembre de 2012

ADIÓS CEUTA, ADIÓS.-

Mi tierra está situada en la costa septentrional de África, a la entrada de la embocadura oriental del Estrecho de Gibraltar. Si llegas en barco lo primero que ves es El hacho, ese monte donde está la ermita de San Antonio y van las chicas a pedir novio...
A su falda se extiende la ciudad desparramada a lo largo y ancho y mires por donde mires, ¡agua! Siempre agua de mar salada...
Ceuta es una ciudad pequeñita pobladísima de militares. Entre ellos lo que más destacan son los soldados pues hay cuarteles repartidos por todos los barrios, lo mismo que los moros. Cuando era niña, siempre iban vestidos con la típica chilaba, esa túnica larga de lana o algodón. A veces llevaban los pantalones bombachos llamados también puchos. Calzaban las babuchas y en la cabeza los pañolones enroscados, o los gorritos esos rojos llamados fez. También vivían muchos indios que eran los dueños de todos los bazares del centro. Éstos vestían a la española, casi todos con pantalones grises, camisa blanca y corbata gris o negra. Las mujeres llevaban el sari que es un vestido de una sola pieza y se ajusta al cuerpo sin costuras ni emperdibles, que ellas con mucha gracia se lo cruzaban por la cintura, llegando hasta el hombro y cayendo una tira ancha hacia atrás, y otra por lo alto de la cabeza como si fuera un velo precioso y brillante. La mayoría son de seda y los filitos dorados. Eran muy guapas y tenían unos signos de tinta azul en la frente y en la barbilla. No sé cómo serán ahora, pero en aquella época eran así, lo mismo que entonces tan sólo habían dos barcos muy grandes, el que iba a Melilla, amarillo, y El Correo Virgen de África, blanco con una enorme chimenea con los colores de la bandera española...
Apoyada en la baranda del gran barco dije adiós al Hacho, que inmóvil, el monte apenas se inmutó... Ni siquiera volvió la cabeza cuando de su costa me alejaba... Majestuoso, como un soberano poderoso, quedó allí para siempre, cuidando de mi tierra, protegiéndola del crudo viento que entre tempestades venía corriendo...
Adiós querida Ceuta, adiós amada mía, te dejo a la chiquilla que corría como una lagartija cuando las vacas no la veían. Puede ser que regrese algún día para que me devuelvas la infancia mía y cuente con alegría la dicha de sentir tu vida junto a la niña. Adoptaré a la rima como hija, ¡es tan socorrida...! Recurriré al pareado, ¡es tan salado...! Hasta un soneto saldrá con besos, que mis dedos enamorados escribirán los versos que ahora en la distancia te ofrezco...
Un diminuto punto negro cada vez más pequeño se alejaba en el horizonte, lo mismo que un pasaje literario, atrás quedaron los años perdidos entre las gaviotas que eran las comas, y el faro aquél, entre comillas con las campanas de la iglesia catedral. Un paréntesis en el aire separaba la tierra del mar, mientras las olas exclamaban: ¡Que me pillan, que me pillan...! Conmigo sólo cielo, mucho cielo, agua y una brisa marina sonriendo como diciendo: ¡Ya no eres una niña! Unas garras imaginarias me estaban atrapando robándome la infancia...
Los delfines saltaban en el agua mostrando una sonrisa traviesa y zambullendo la cabeza dejaban ver su lomo plateado. Parecían pedazos de luna cuando están de lado. Brillantes como las estrellas, iluminando las olas que agradecidas reían, salpicando de mil gotas mis brazos y mi boca, refrescándome la cara de nostálgica curiosidad al saber que iba a travesar la línea que separa el cielo del mar, ¿qué habrá detrás...?
Una estela brillante se iba dibujando tras de mí, reflejando el agua de mil colores que pintaban los rayos del sol cegándome la mirada. Apenas podía vislumbrar la costa que se alejaba mientras que el morro del barco surcaba el ancho mar, serpenteando con agua salada un rastro de espuma de blanca, adornando las olas de pompas que los delfines juguetones explotaban con sus bocas...
El peñón de Gibraltar se mostró ante mí extendido, donde los bloques de pisos y casas sobresalían a lo largo de él. Parecía un gigante de ancho y de grande. Oscuro, negro, ¡qué impresionante! Visto desde la otra orilla parcía un barquito a la deriva de las olas, y cuando había niebla, apenas se veía... Rodeándolo, el barco siguió adelante hasta que llegamos a Algeciras, donde la adolescencia se presentó sin darme cuenta...

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