No sufras
por mi, no me busques más, no me esperes mi amor, que cada vez que te veo se me
sale el corazón… Si, se me salía cada vez que te veía pasar, ya ves, qué
tontería, quizás me ocurriera lo mismo que a ti, y fíjate cómo estamos, perdidos,
en medio de una encrucijada de la cual ya no sabemos qué hacer, ni adonde ir,
pero de la cual no sabemos salir ilesos…La vida nos puso a prueba y como niños
caímos en la trampa de la edad madura. Caímos en una red llena fuegos
ratifícales, de mentiras a medias y verdades camufladas con leves trazos de
amor. Estábamos muertos de hambre, ¡vaya que sí! Esa hambre insaciable que mata
por dentro a las personas cuando carecen de pasiones, y nosotros teníamos
tanta…Estábamos locos por entregar lo que llevábamos dentro de nuestro corazón,
todo llenitos de deseo. Esos que se tienen cuando se es joven, si, si, ese que
es el más fuerte y traicionero. Queríamos saciarlo a golpes de pasión
desenfrenada y ahora ni siquiera distinguimos la fantasía de la realidad, pero
en la que ya es imposible salir...Esos cruces de caminos, ese destino
insospechable, esa encrucijada de marcha forzada sobre la eterna mirada de la
juventud, ¡madre mía! Eso es lo que nos arrastró a éste infierno, a la pena y
al dolor…Y ese hombre engreído que no para de provocar una sonrisa y un deseo
en mi alma…Ese hombre que busca lo imposible por calles solitarias y jardines
entre matas…Ese hombre medio desnudo, taciturno, apático, de andar lento y como
pensando…Ese hombre triste, que apenas sabe distinguir los pasos del camino que
le traza el destino…Ese hombre de mirada perdida, de rostro casi mudo, con la
pena temblando en sus labios…Ese hombre tan serio y aplicado, que parece que
está siempre de duelo buscando y buscando algo que le falta a su vida apagada,
ya en el límite de la madurez al alba…Ese es el hombre de mi vida…Ese hombre es
el que hace y deshace cada vez que salgo a la calle. Me busca por todas partes,
me espera por las esquinas, se hace el encontradizo y me persigue como gato felino
buscando su presa, ¡vaya que sí! La presa fácil que hay en mí y a la que no
quiero renunciar jamás…Esa que sigue caminando por los senderos revueltos de
los juegos prohibidos, deseos carnales, pecaminosos, sexo compartido entre
infieles…Y ese hombre que yo un día seduje con mis besos lascivos y burlescos,
ese hombre ya no me deja vivir ni un momento, y yo que lo sé, me aprovecho de
sus ansias de apagar el fuego que lo quema por dentro… Si, ese fuego que echa
su mirada cuando se sumerge en la coquetería de mis andanzas…Cuando ve como me
miran los otros hombres que estaban en su misma balanza, si, esa balanza que
sopesa entre la familia unida y la muerte anunciada del desamor y la felicidad
ensañada…Hasta los pensamientos se le escapan con cada movimiento de mi cuerpo,
y yo, vampiresa perdida que lo sé, lo provoco con la mirada de mis deseos,
balanceo mis caderas de manera descarada y sabiendo el mareo de sus pupilas
dilatadas, me detengo frente a él con los brazos en jarra, le sonrío, le guiño
un ojo y le tiro un beso y me lo llevo a mi terreno perdiéndonos en los
jardines del deseo…Y enamorado como lo tengo, lo zarandeo por el cuello, me lo
como a besos y hace lo que quiere con la picaresca de mi cuerpo. Nos entregamos
a los caminos del infierno, donde tan sólo las paredes y el asfalto son los
testigos de sus miedos y mis atrevidos movimientos…Y cuando menos se lo espera
lo arrebato con el ansia de su entrega y mis locas maneras...Y entre medias me
dice muy bajito en el oído que me quiere, que soy la mitad de su vida y que si
lo dejo ya no le quedará nada…que su vida no tendrá sentido…y yo que lo miro a
los ojos tan sólo un poco, se lía a besarme como un loco y me abraza de manera
apasionada, me ahoga casi en el grito de sus latidos y luego me dice en un susurro
que me necesita como el aire que respira… Apenas puedo pensar sin estar él
dentro de mis pensamientos, ni puedo ya vivir sin su existir y si no lo veo un
momento casi me muero de deseo y de celos…Y ese hombre que antes caminaba
triste y apagado, ahora brinca como un galgo, y yo perra salvaje, lo sigo como
si fuera el guardián de mi embalaje…
sábado, 27 de septiembre de 2014
martes, 16 de septiembre de 2014
NO ME HAGAS DE LLORAR.- (MICRORRELATO)
Y aquí estoy yo de nuevo otra vez
dejándome llevar por ese vaivén tuyo… Esa manera fácil tuya de quererme siempre
en tu presente, ¡vaya que sí! Como si nunca hubiera existido un pasado en el
cual los dos jugamos a la última carta, si, esa que tenemos escondida bajo la
manga. Esa carta traidora, vengativa y auténtica de todas maneras, pero en la
que ni tu ni yo arriesgamos nada, fíjate, ¡qué cobardía la mía! que aún
sabiéndolo te seguía como si fueras mi último aliento…Yo no quería enamorarme y
me enamoré. Te seguí por caminos tortuosos, donde la curiosidad era la dueña de
mi entrepierna, esclavizándome a tus apasionadas maneras de amarme, arrancando
de mi boca palabras ardientes de amor, casi cayendo en la vulgaridad, como si
hubiera estado acostumbrada toda la vida a ese lenguaje soez. Hasta me gustaba
y me regodeaba sonriendo para mis adentros con su recuerdo, imaginando mil
bellaquerías más que hacer en la próxima cita, porque habría más. Muchas citas
sin sospechar siquiera que me estabas arrastrando a tu propio infierno, donde
prendías la chispa de mi deseo, con la llamarada de cada encuentro ardiente y
rocambolesco. Me abrazabas como si quisieras coronarme como la reina de los
infiernos... tu infierno. Nunca pude imaginar lo que me empezó a gustar eso de
reinar, que hasta la vanidad femenina se hizo la dueña de mi vida, sin
importarme nada ni nadie. Tan sólo era yo la protagonista de mi propia
película, ya lo ves mi amor, qué banalidad… Me mostraste el camino a seguir con
tus inquietas manos y revoltosa lengua, mientras mi cuerpo se retorcía con la
boca llena de frases ansiosas…Y aprendí, ¡vaya que aprendí! Despertaste a la
hembra dormida. Me convertí en la más descarada de las mujeres, de forma que
empezó a nacer en mí una auténtica fiera en el querer. Empecé a usar el látigo
con la lengua viperina de la vehemencia, donde cada día te dejaba completamente
desarmado. Era una auténtica amazona dominando la situación. Poco a poco
descubrí la certeza y el poderío de verte bajo el yugo de mi pasión, y te lo
hice saber, ¡vaya que sí! Que cada vez que querías besarme, te sometía a las
intensas órdenes de mi voz, apasionándote la boca con suaves besos en
retroceso, y soplándote en el oído… te deseo, te deseo y te deseo… acompañada
del vals de mi cuerpo…Si ese baile que tú me habías enseñado y mostrado cada
giro a seguir, sólo que ahora la alumna había adelantado al maestro, ese
maestro que antes tenía las llaves de la cárcel de mi cuerpo. Ahora era yo la
dueña del candado y la que tenía el mando de tus pensamientos. De repente
empecé a tener miedo del poder que ejercía sobre tus sentimientos…Y te dio por
espiar cada expresión de mi rostro. Cada palabra, cada gesto nuevo, te hacía
pensar que ya lo había practicado con otro, hasta lo dabas por hecho y
empezaste a dudar de mi lealtad. No podías imaginar que una aprende rápido y se
espabila pronto. Ni siquiera te paraste a pensar que cualquier mujer conoce
cada recoveco de su esqueleto, ¡ignorante de ti! Eso es lo que te llevó a la perdición
y por eso me hacías preguntas comprometedoras, poniéndome entre la espada y la
pared. Casi me ahogabas con insistentes interrogatorios, siempre preparados
como para caer en alguna trampa. Estabas obsesionado con absurdos comentarios.
Seguías cualquier gesto de mi mirada, pensando que podría hacer lo mismo con
cualquier otro…Tienes razón mi amor, sé que puedo estar con cualquiera… No, con
cualquiera no, sino con el que yo elija. Ahora ya sé quien soy, cómo soy y
hasta dónde soy capaz de llegar. Tenía miedo de mí misma, un miedo tremendo. Me
superaba tanto poder en mi alma. Era como si hubiera encontrado la piedra
filosofal. Y por eso te dejé marchar. Ya no hay vuelta atrás…Y de nuevo aquí
estoy yo sin ti, y tú no dejándome ir... Siempre ahí esperando una mirada
complaciente, una sonrisa para volver a mis brazos, para decirme que me quieres
y que sin mi te mueres… No me digas que estoy con otro y por eso te he dejado,
no me humilles tanto… No me digas que estás triste y apenado… No me mires con
lágrimas en los ojos… No me hagas de llorar, no me hagas de sufrir y no me
busques más… No me digas que te duele el corazón, no me lo digas más por Dios,
que son demasiados juegos peligrosos y nos estarán viendo desde el cielo…
jueves, 4 de septiembre de 2014
ME ENGAÑASTE.- (MICRORRELATO)
Me engañaste, ¡vaya que sí! que me
engañaste como a una quinceañera y me perdí. Me perdí buscándote por todas
partes. Me perdí en las pelambreras de mi cabeza y encontré una maleta llenita
de letras... y mientras las ordenaba pensando que eran tus cartas, una ráfaga
de viento me las arrancó y se las llevó volando afuera... y cuando quise darme
cuenta me encontré subida en una cometa… Yo te había creído, siempre te creí, y
pensando que me buscarías, fui dejando pistas para que me encontraras. Tenía la
esperanza de que me buscaras y me llevaras a bailar, si a bailar un tango
juntitos y pegados, como si fuéramos una pareja de baile, fíjate qué ignorante soy,
nunca aprendo, debo ser la última romántica del siglo, porque mujeres así ya no
existen ni en las novelas de amor. Se quedaron con Corín Tellado… Ahora son más
directa ¡vaya que sí! Que van al grano y a la primera de cambio se arrojan a
los brazos del chico que les gusta y punto pelota… Hacen bien porque mira que
queda cursi esto de ser tan modosita… Todos los días me vestía guapa por si te
veía, fíjate hasta qué punto te esperaba. Iba por la calle con los ojos
abiertos como platos, mirando cada rincón, cada callejuela, hasta entré en la catedral
por si se te hubiera ocurrido entrar, sabes bien que una vez te lo dije, ¿te
acuerdas? pero no, no te veía por ningún sitio, creo que no querías ni verme, que
me odiabas y no sé por qué… me atraías tanto… estaba tan enamorada de ti, ya
ves qué estupidez, enamorarme a mi edad… Cada vez que pienso en las pista que iba
dejando para que tu la vieras me entra una rabia… Hasta me enfado y me maldigo
mil veces por ser tan estúpida, y es que estas cosas del amor le ponen a una, una venda
en los ojos y no ven más allá de sus narices… A veces me sublevaba revolviéndome
contra mí por lo payasa que me hacías parecer, y pensaba que si te encontrara
en ese momento frente a mí, te retorcería el pescuezo, porque de hombre ya no
tienes cuello, sino de gallo altanero, pero lo que tú no sabías es que te
enfrentabas a una gallina, si, si, a la gallinita ciega, esa que de pequeña jugaba
con mis hermanas y menuda éramos…Otras veces me quedaba mirando fijamente a algún
hombre como queriéndote reconocer, y lo único que conseguía era que me siguiera
un buen rato hasta que me lo quitaba de encima, y es que para decir la verdad,
los hombres no cambiáis nunca ¡eh! Vaya, parecen que no han evolucionado y con
tal que una los mira un rato ya se imaginan que quieren acostarse con él… Allá
donde iba colgaba una fotografía para que me vieras, para que supieras lo
bonita y linda que estaba, pero nada, tú no aparecías por ninguna parte. Me recorrí
toda la ciudad, buscándote en cada rostro, en cada mirada, imaginando tu cara,
pues no te conocía y la única foto tuya que tenía era del año la nana, así que
tenía que imaginarte en las huellas del tiempo en ella… Tenía esa
desventaja, en cambio, tú sabías perfectamente como era yo porque me espiabas
desde lejos y en la distancia… Estuve más de una semana recorriendo avenidas y
plazas, hasta quedé con amigos míos de la infancia para que me vieras, para que
sintieras celos y nada… Los días pasaban y pronto tendría que regresar, y había
perdido toda esperanza de encontrarme contigo. Una tarde de lluvia que iba
caminando tranquilamente, empezó a caer un chaparrón tan grande que tuve que
correr hacia la parada del autobús y en ese momento es cuando alguien llamó mi
atención. Si, sí, eras tú, no podía equivocarme. Fue un gesto, tu mirada, el
mohín de tus labios, estaba segura de que eras tú. Pasaste por mi lado, me
miraste y agachaste la cabeza enseguida y despareciste. Se me desbocó el corazón.
Casi se me sale del pecho, ¡vaya que sí! que parecía una potranca indomable. No
te podía dejar escapar. No estaba dispuesta a ello. Llevaba más de una semana
desesperada recorriendo la ciudad de punta a punta. Ni me lo pensé. Salí tras de
ti, pero el semáforo fue tan cruel que se puso rojo. Había mucha gente y te
mezclaste entre ellos, pero yo te seguía con la mirada desde lejos. Al momento
se puso verde y crucé corriendo y mientras corría, me vi reflejada en el escaparate
de enfrente. ¡Era patética la imagen que ofrecía! Yo, una mujer madura tras de
un ti. No me lo podía creer. Jamás he corrido tras un hombre, ¡eso no es darse
a valer! No lo dudé, me agaché y cogí un pedrusco del suelo y automáticamente
lo lancé contra el cristal y la imagen desapareció al momento de mi mente y
corrí. Corrí tras él como una colegiala. Tenía la edad de la libertad, esa edad
que no se detiene ante nada y no mira a la gente, ni le preocupa el qué dirán.
Esa era mi edad. El autobús estaba llegando a la parada y de un salto llegué
hasta la misma puerta. La gente se amontonaba en ella. Él estaba casi en
la entrada. Yo atrás. Entre codazos me abrí paso y subí al autobús. Estaba rodeada
de cuerpos grandes, brazos en altos y culos por todas partes, pero era tal mi ímpetu
que llegué justo hasta él. Me puse de frente y lo miré a la cara, a los ojos
directamente y ya se rindió. Nuestros cuerpos casi se rozaban y nuestras manos
se buscaron por los bajos y se enlazaron… De repente empezó a cruzarse imágenes
de nuestras vidas, era como si el bluetooth estuviera conectado a nuestra mente…Tenías
la mirada triste, como apagada, sin brillo. Sentí toda tu pena en mi alma y
empecé a acariciarte con mis ojos…Una cascada de lágrimas empezó a bañar mi
rostro y cuando me vistes me rodeaste con tus brazos los hombros atrayéndome
hacia ti. Te acaricié el oído con palabras de amor y me perdí en el laberinto
de tu ansiedad…Y antes de la última parada, bajé del autobús llorando y al
volver la vista atrás, mis lágrimas se arremolinaron con los suspiros de tu
garganta…
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