lunes, 31 de diciembre de 2012

RELATOS CORTOS.- PACIENCIA.-

Paciencia, paciencia, no tengo paciencia...
Le he preguntado al señor Alonso, el de la fruta y me ha dicho que de eso no suele traer, así que me he ido al supermercado y las dependientas, que se les había acabado ya, y en las tiendas de "Todo a Cien", menos todavía, que no sabían ni lo que era...
De vuelta a casa me he encontrado a una amiga, y le he pedido prestada una poca y me ha dicho que sólo le quedaba para su niña y además le hacía muchísima falta. Entonces tuve que recurrir a mi marido y me ha dicho que la que tiene conmigo no me la podía dejar...
Hablando con mi hija por teléfono, se lo comenté y me dijo que con la boda que no contara con ella por que estaba impaciente...
Desesperada le he dicho a mi hijo que tiene un saco lleno que me prestara un par de kilos, y me ha contestado que hasta que no termine los exámenes, que no cuente con él para nada...
Al final he tenido que preguntar a mi madre, por que en vida siempre se había quejado de que tenía la paciencia del santísimo Job y me ha contestado en toda mi cara que me espere...
Me parece que me voy a tener que ir a una biblioteca y buscar en un libro de ciencia que me explique la esencia para tener paciencia, y mira por donde la portera, la señora Experiencia, me ha dicho que no me preocupe por que conoce un jardín llenos de unas flores preciosas y que las regalan. Entonces le he preguntado que me indicara el camino, a lo cual me ha contestado que estaba lejísimos y que todavía me quedaba mucho que andar...
pensativa he vuelto a casa con la sensación de haber visto antes a esa señora, pues su cara me era algo familiar...

sábado, 29 de diciembre de 2012

¡ÉSTE ERA MI PADRE! -

Ya hemos enterrado a mi padre, ya se ha ido con mamá, seguro que allí en lo alto, juntos nos esperarán...
Me quedo feliz y contenta, tranquila mi alma está, si felices en la tierra fueron, en el cielo lo estarán mucho más...
Mi padre era un hombre bueno, mi padre fué feliz...
Mi padre hizo siempre lo que quiso hacer...
Mi padre se casó con la mujer que más amaba... Su primer y único amor... Se casó muy enamorado...
Mi padre tuvo los hijos que le mandó Dios...
Mi padre vivió en su casa, durmió en su cama y además tenía la foto de mamá enfrente, si, esa de cuanado se casaron... Era un hombre afortunado...
Mi padre tenía buena paga, jamás le faltó nada y encima estaba rodeado de todos sus seres queridos...
Mi padre murió con noventa años, ¡me cachis en la mar! Noventa años sin estar malo...
Ni dolores, ni enfermedades, ¡ni hospitales! ¿Qué más se le puede pedir a la vida? ¡Era un privilegiado!
Y... aún... se quejaba de que le faltaba algo... Y yo le decía, ¿pero qué más quiere que te dé la vida papá...?
¿Y qué va a ser hija mía? Que tu madre me ha dejado...
Mi padre me obligaba a pedir perdón y dar un beso a mi hermana Lola cuando nos peleábamos de pequeñas... Por eso hoy no me cuesta nada pedir perdón...
Mi padre nos decía que corriéramos por la orilla del mar, por que no había más que una toalla para más de siete cuando salíamos del agua ateridos de frío... Por eso hoy soy más fuerte...
Mi padre decía que como éramos tantos tenía que llevar mi muñeca en brazos, mientras mi hermana Lola paseaba el cochecito de capota vacio... Por eso hoy no me cuesta nada compartir las cosas...
Mi padre no me daba dinero para ir al cine si había faltado a la misa de todos los domingos, y no me importaba aburrirme una eterna hora oyendo el sermón del párroco, por que estaba deseando de que llegara la tarde para ir con mi hermana Trini a ver aquella película que tanto me gustaba... Y por eso hoy no me cuesta nada sacrificarme...
Mi padre nos bañaba, nos cortaba las uñas de las manos y de los pies, lo mismo que el pelo. Nos curaba las heridas, nos quitaba los dientes que se movían con una hebra de hilo, nos vacunaba. Nos tapaba todas las noches con la manta cuando era invierno, de tal manera que parecía que estaba empaquetada, además nos llevaba en brazos hasta el cuarto de baño, ¡una por una! para que no mojáramos la cama, nos traía un vaso de agua, un beso y hasta mañana, pero antes nos ponía de rodillas para rezar con las manitas juntitas, las Cuatro Esquinitas, el Angel de la Guarda y en Jesusito de mi vida...
Mi padre bendecía la mesa antes de comer, partía el turrón a pedazos y lo repartía para cada una, las peladillas y el chocolate de almendra, y todos los domingos hacía unas migas riquísimas que luego echábamos en el café... Otras veces nos compraba una gigantesca rueda de churros cuando venía de oír misa, y cuando cobraba, compraba una docena de pasteles que estaban de rechupete...
Mi padre nos enseñó a jugar al Parchís, a la Oca, a las Briscas, a las Damas...
Así que fíjese señor lector, cómo era mi padre de grande, para mí el mejor, y aunque no me haya dado mucho dinero, ha hecho que todos mis hermanos seamos más competentes y más buenos, y por eso tengo el coarazón relajado y sereno.....

viernes, 28 de diciembre de 2012

POEMA DE DOLOR.-

                                        ¡Ya ha muerto mi padre!
                           Hoy lo vamos a enterrar...
                           ¡Repiquen todas las campanas!
                           ¡Que las trompetas suenen al viento!
                           ¡Que redoblen los tambores!
                           Y las banderas ondeen a media asta...
                           ¡Cuádrense los soldados!
                           ¡Saluden a su capitán!
                           Que aquí yace mi papá...

                                           1 de octubre de 2009

SENTIMIENTOS MÍOS.-

Hoy, 29 de setiembre de 2009, cuando he ido al hospital a ver a mi padre he sentido algo terrible. El pobre parecía un trapo flojo echado a la merced de sus pocas fuerzas, doblado su cuerpo, delgado sus brazos, los hombros enjutos, casi en los huesos y la cara muy triste... Con la mirada perdida, sin ver nada y opaca, casi nublada... Los labios apenas en una fina línea, con la nariz afilada y la piel de sus mejillas casi transparentes y lisa, brillantes como la porcelana, sin arrugas...  Cuando me vió sabía quién era yo, ya que jamás en mi vida he pasado un día sin verlo y el mirarme con esa sonrisa de alegría... Me quiere mucho....
Hoy me siento muy mal por que le he gritado riñéndolo, y eso me ha puesto muy triste, y me he dado cuenta de por qué hay hijos que se desesperan con sus padres. Mi padre no colabora en ponerse mejor y tiene una fuerza horrorosa. Es muy soberbio y no quiere abrir la boca para tomar la medicina. Confieso que no sirvo para estas cosas, no tengo paciencia y tengo miedo que le pase algo, pues si se muere no sé que va a ser de mí. Ya no tendré ni madre ni padre, será como estar desnuda y tengo muchas ganas de llorar...
Por favor, señor lector, no te enfades conmigo, pues yo sé que tú no eres ningún conocido para mí, ni tampoco eres mi amigo, ni mi hermano ni mi marido, y no tengo derecho en involucrarte en mi pena, pero no sé por qué tengo este nudo en la garganta tan grande que apenas me deja respirar, y si no echo esto fuera de mí me rebosará. Siempre me he considerado una buena hija y me han educado en que hay que respetar a los padres y a los hermanos mayores, pero hoy he sido la peor de las hijas... Dios mío, ¿por qué habré perdido los nervios? Mi padre no quiere comer, se quiere morir y me siento muy triste. Yo lo quiero mucho, aún necesito verlo y pasearlo en su silla de ruedas, pero cuando me ha tirado de un manotazo el vaso de agua con la medicina, han salido todos los demonios de mi cuerpo y no sabía que los tenía dentro de mí...

martes, 25 de diciembre de 2012

LA ESTRELLA INALCANZABLE.-

Tengo la satisfacción de haber llegado hasta aquí, completando con pequeños relatos éste libro, aunque yo diría mejor que ha sido como una gira por el monte Hacho, cuando de niña asombrada me quedé admirando el abanico de color de aquél pavo real, invitándome a subir la cuesta. Como un caminante me he sentido andando por la montaña parándome en alguna sombra a descansar. Otras veces me he perdido sin saber por dónde tirar, ¡menos mal que había muchos carteles indicando el camino! Pero yo sólo seguía los que tenían forma de corazón por que no me gustan las flechas. Después cuando llegaba a algún desfiladero, miraba hacia abajo, no sé por qué, y me metía en un follaje que no sabía ni cómo salir de él. Desanduve mis pasos. Unas veces tiraba hacia la izquierda, otras a la derecha, haciéndome unos líos tan grandes que sin darme cuenta caía rodando a una especie de jardín. Era como un laberinto de fantasía, así que me tumbé en la tierra para sentirme un poco aliviada, y mirando hacia arriba he visto como si hubiera un espejo por que resplandecía. Mientras subía y subía llegué hasta la cima, al lado de la Ermita de San Antonio, donde está lo que tanto brillaba, y resulta que era otro cartel en forma de estrella apoyado en un lucero, ¡qué raro! cuando era una niña no lo ví. Entonces me acerqué para leer sus letras y ponía:" Para mi madre, una madre que no la tiene cualquiera, para que siempre mantenga su corazón  joven, y su mirada infantil que nos cautiva a todos."
             De tu hija África.- 7 de mayo de 2000
Perpleja me he quedado mirando la muralla del Hacho que está muy vieja y llena de agujeros rodeando aquella fortaleza, que era como una prisión y he tenido mucho miedo ahora que tengo mi Estrella, la que creía inalcanzable. Brillaba tanto que su luz me cegaba, sin darme cuenta de que siempre la tuve en mis manos... Con mi Estrella a cuestas pienso bajar la montaña cantando, ¡esto es puro senderismo! Con cuidado de no caer rodando, despacio, tranquilamente, saboreando cada rincón del camino... Admirando el paisaje, bebiendo agua cuando tenga sed y comer cuando tenga hambre... Sentarme cuando esté cansada y jugar con todos los luceritos que me encuentre por el sendero... Mientras tanto esperaré a que el buen Dios se decida a hacer un milagro... Me conformaría con que tan sólo hubiera un pequeño sector que abriera mi blog y al leerlo les llegara al corazón. Por ellos pienso mantener siempre viva la llama de la esperanza y de la ilusión, y si te ha gustado a tí, gracias, muchas gracias mil...
Además he vencido al Tiempo, dueño del Destino, mensajero de calamidades, que hace y deshace a su antojo, que va arrasando todo lo que pilla en su camino, ¡masculino tenía que ser! Que como un niño travieso se ha dejado atrapar por la Curiosidad, dueña de la Sabiduría que con  tanta coquetería le ha detenido en éste Tapiz, pues con mis añoranzas, he sido capaz de recordar la Infancia, dueña de la Esperanza y de la Ilusión, que juntas de la mano recorren el camino ignorando al Destino...
                                                 
                        Felicidad Hurtado Sánchez                                   
                                        1- octubre -2009 - Córdoba                                                                            

                                                                                                         

lunes, 24 de diciembre de 2012

CARTA PARA LOS LECTORES.-

Este libro ha salido de lo más profundo de mi ser, lo he escrito por mi madre, creo que se lo debía. Es un homenaje a ella y a todas las mujeres que han pasado por tantas vicisitudes y que con tan poca preparación y escasos medios han sabido sortear los problemas que se les han presentado a lo largo de sus existencias. Quizás la llamada de mi hermana Inma haya sido la detonante cuando me dijo que mi hermana la mayor estaba muy malita. Esas palabras junto a la enfermera sentada en una barriga, han parido éste libro como si de un alumbramiento se tratase, saliendo de mi corazón como un gran chorro de lágrimas...
Algunos pasajes forman parte de mi fantasía, pero lo que concierne a relatos junto a mis hermanos son reales como la vida misma, tal como los viví en aquél momento de mi vida y siempre bajo la visión de una niña de aquella época y como era entonces la sociedad en Ceuta, pues hoy en día, como en toda España, las cosas han cambiado mucho. Espero que les guste y si no es así, les pido perdón, lo mismo que a las personas que se vean reflejadas en él...
Ahora que han pasado los años no sé por dondde empezar, he leído tantos cuentos que ya no distingo sueño de realidad. Lo importante es que quiero escribir y digo yoque esto será como la que empieza a correr, cada día un poquito más. Tengo tantas cosas que contar que me hago unos líos tremendos, y es que las palabras se me agolpan en la mente, además, estoy continuamente cambiando mis ojos de niñas a los de mayor y me cuesta situarme, ¿qué os parece si empiezo a hablar como si estuviera charlando con vosotros, así de tú a tú? Por que si me paro a pensar en cómo quedaría esto y lo otro, a lo mejor meto la pata y no me saldría tan natural. Solamente os pido que tengáis un poco de paciencia y seáis tolerantes, pues tan sólo soy una mujer sencilla y muy coqueta que siempre anda dispuesta para cualquier faena, y no es que pretenda al Planeta, al Goya ni al Cervantes, no soy tan ignorante, ¡esto no es una joya! Ni siquiera es una novela de caballero andante, tan sólo me gusta jugar con las letras haciendo frases sencillas, escribiendo para la gente de cerca, no todo en la vida tiene que ser una maravilla, ni una obra maestra...
Espero que me comprendáis. Mi historia es como la de cualquier familia española, normal, si no díganme señores míos ¿quién le escribe a la gente del barrio?

sábado, 22 de diciembre de 2012

CARTA PARA MI MADRE.-

Yo creía que las madres no se morían nunca, que sólo fallecían los abuelos, pero las madres no...
Hablar de mi madre es escribir un libro entero. Tengo tantos recuerdos de mi niñez, de cómo tocaba el piano y venían  todos los vecinos a verla... Me sentía tan orgullosa madre mía, tan orgullosa... Eras tan guapa, con ese pelo ondulado que te caía por los hombros, y esa sonrisa pintada en los labios que tú decías que tenía forma de corazón... Te hacía tan bella mamá, tan bella... ¡Dios mío, parece que todavía la estoy viendo! Y ¡cómo cantaba! Tenía una voz preciosa... ¡Ay mamaíta, cuánto te quiero! Te caístes mamá y durastes tres meses... Mamá, ¿por qué te caístes? Creo que esa fué la excusa que puso la muerte para llevarte, ¡te odio muerte, que con tu zancadilla me la arrebatastes para siempre! ¡Pobrecita mi madre...! A veces noto su presencia, como si no se hubiera ido del todo, y si me esfuerzo hasta la huelo...Yo no estaba preparada para vivir sin ella, nadie me había enseñado, pero se ve que la naturaleza sigue su ritmo... Ya no lloro tanto,  incluso me sonrío cuando canto sus canciones. Ahora tendremos que cuidar a papá por que últimamente está un poco olvidadizo...
He ido dos o tres veces al cementario y es lo más desolador del mundo... Leer su nombre en aquella lápida tan fría... Me produce tristeza mamá, mucha tristeza... No me gusta por que parece que realmente está muerta, y eso ya lo sé...
Todos los días hablo con ella, esta es la ventaja de tener a un ser querido muerto pues te puedes hinchar de hablar con ellos y ni siquiera te interrumpen...
Solitaria perdida hoy me siento cuando te recuerdo mamá, aquella tarde de invierno en que ni siquiera te di un beso mamá, porque yo tenía miedo de que fuera el último beso. Pensaba que si te lo daba ya no volvería a verte, que era la despedida definitiva. No sé por qué tenía ese mal pensamiento... Ya ves mamá, qué tontería más grande. Hoy te escribo para pedirte perdón por no haberte abrazado y dado un beso y decirte hasta dentro de cinco días. Me iba de viaje. Durante todo el trayecto estuve pensando en tu cara, en cómo me mirabas allí sentada en el sillón junto a la ventana, ¡adornabas tanto esa ventana! Con tu bata verde y el cinturón justo bajo el pecho por que ya no tenías cintura, parecías una albóndiga, toda redondita mamá...
Cuando salí volví la cabeza y aún seguía pensando que te quedaba poco tiempo, que los años pasaban y ya eras muy mayor, y aunque no me hacía a la idea de no verte más en casa, algo dentro de mí me inquietaba... No quería reconocer la realidad, no quería enfrentarme a no verte más...
Ya estabas muy malita mamá... Todos los días te dolía algo, no sé, el cuerpo, todo te dolía todo mamá y no lo quería ver... Mamá, perdóname por haber sido tan egoísta, por favor, perdóname...
Mamá me dejastes el nombre más bonito del mundo, y lo que es mejor, esos pájaros que volaban por tu cabeza se han pasado a la mía...
Mi madre era muy simpática y cariñosa, ¡la alegría en persona! Y tan soñadora.... Le encantaba vivir, le entusiasmaba la música, el baile, la comida, el mar... La gente, el aire, las montañas, el sol, la lluvia, el viento, el frío, el calor... Mi madre vivía en una nube, no le gustaba la realidad de la vida, y me parece que soy un poquito como ella...
Mamá, el día siete de mayo, mi hija me ha regalado un libro precioso y al leer la dedicatorio me ha hecho llorar, por que yo ya no tengo a quién hacerle un regalo ese día que tanto te gustaba...
Mamá estoy escribiendo un libro que te dedico a tí que se titula "El Tapiz" Me encantaría que me lo editaran... Es como una Estrella Inalcanzable...

LLANTO DE DOLOR:-

Mamá murió en mis brazos, mirándome, y yo le canté todas sus canciones por que me habían dicho que el oído era lo último que se perdía, así que no lloré nada y cuando mi hermano Carlos llegó y se puso a llorar lo eché disimuladamente de la habitación. Le dije que se fuera con mi padre a tomar café, pues ella no se murío hasta que él llegó. Creo que lo estaba esperando para decirle el último adiós... Después le canté y no lloré nada de nada... La amortajé y no lloré nada y a escondidas le abrí los ojos para ver si me veía por que a lo mejor estaba dormida, y no lloré nada de nada... Llamé a todos mis hermanos para decirle que mamá había muerto y no lloré nada de nada, ¡qué frialdad! ¿de dónde saqué las fuerzas? Antes de morir le dije que le diera la mano a sus padres que estaban en el cielo... No sé por qué se me ocurrió eso...
Cuando llegué a casa pensé que ya no la volvería a ver más... ¡Dios mío, es verdad! No me había dado cuenta de ese detalle, yo creí que morir era como dormir... De repente lo comprendí y no lloré nada, ¡dí alaridos! Verdaderos alaridos de dolor... ¡Grité y grité hasta más no poder! ¡Yo no era yo! Era una garganta gritando... Llamé a mi madre a voces... Grité mamaíta de mi vida con todas las fuerzas de mi ser... Me caí al suelo rotita por dentro... Todo mi cuerpo se derrumbó en un llanto desgarrado con madrecita de mi alma rompiéndose en mis labios... ¡Mamá, mamíta mía...mamá, mamaíta de mi vida...!
Bañada en lágrimas, alguien me levantó... Luego me dormí. Dormí hasta el amanecer y después lloré, lloré y lloré...

jueves, 20 de diciembre de 2012

ADIÓS CEUTA, ADIÓS.-

Mi tierra está situada en la costa septentrional de África, a la entrada de la embocadura oriental del Estrecho de Gibraltar. Si llegas en barco lo primero que ves es El hacho, ese monte donde está la ermita de San Antonio y van las chicas a pedir novio...
A su falda se extiende la ciudad desparramada a lo largo y ancho y mires por donde mires, ¡agua! Siempre agua de mar salada...
Ceuta es una ciudad pequeñita pobladísima de militares. Entre ellos lo que más destacan son los soldados pues hay cuarteles repartidos por todos los barrios, lo mismo que los moros. Cuando era niña, siempre iban vestidos con la típica chilaba, esa túnica larga de lana o algodón. A veces llevaban los pantalones bombachos llamados también puchos. Calzaban las babuchas y en la cabeza los pañolones enroscados, o los gorritos esos rojos llamados fez. También vivían muchos indios que eran los dueños de todos los bazares del centro. Éstos vestían a la española, casi todos con pantalones grises, camisa blanca y corbata gris o negra. Las mujeres llevaban el sari que es un vestido de una sola pieza y se ajusta al cuerpo sin costuras ni emperdibles, que ellas con mucha gracia se lo cruzaban por la cintura, llegando hasta el hombro y cayendo una tira ancha hacia atrás, y otra por lo alto de la cabeza como si fuera un velo precioso y brillante. La mayoría son de seda y los filitos dorados. Eran muy guapas y tenían unos signos de tinta azul en la frente y en la barbilla. No sé cómo serán ahora, pero en aquella época eran así, lo mismo que entonces tan sólo habían dos barcos muy grandes, el que iba a Melilla, amarillo, y El Correo Virgen de África, blanco con una enorme chimenea con los colores de la bandera española...
Apoyada en la baranda del gran barco dije adiós al Hacho, que inmóvil, el monte apenas se inmutó... Ni siquiera volvió la cabeza cuando de su costa me alejaba... Majestuoso, como un soberano poderoso, quedó allí para siempre, cuidando de mi tierra, protegiéndola del crudo viento que entre tempestades venía corriendo...
Adiós querida Ceuta, adiós amada mía, te dejo a la chiquilla que corría como una lagartija cuando las vacas no la veían. Puede ser que regrese algún día para que me devuelvas la infancia mía y cuente con alegría la dicha de sentir tu vida junto a la niña. Adoptaré a la rima como hija, ¡es tan socorrida...! Recurriré al pareado, ¡es tan salado...! Hasta un soneto saldrá con besos, que mis dedos enamorados escribirán los versos que ahora en la distancia te ofrezco...
Un diminuto punto negro cada vez más pequeño se alejaba en el horizonte, lo mismo que un pasaje literario, atrás quedaron los años perdidos entre las gaviotas que eran las comas, y el faro aquél, entre comillas con las campanas de la iglesia catedral. Un paréntesis en el aire separaba la tierra del mar, mientras las olas exclamaban: ¡Que me pillan, que me pillan...! Conmigo sólo cielo, mucho cielo, agua y una brisa marina sonriendo como diciendo: ¡Ya no eres una niña! Unas garras imaginarias me estaban atrapando robándome la infancia...
Los delfines saltaban en el agua mostrando una sonrisa traviesa y zambullendo la cabeza dejaban ver su lomo plateado. Parecían pedazos de luna cuando están de lado. Brillantes como las estrellas, iluminando las olas que agradecidas reían, salpicando de mil gotas mis brazos y mi boca, refrescándome la cara de nostálgica curiosidad al saber que iba a travesar la línea que separa el cielo del mar, ¿qué habrá detrás...?
Una estela brillante se iba dibujando tras de mí, reflejando el agua de mil colores que pintaban los rayos del sol cegándome la mirada. Apenas podía vislumbrar la costa que se alejaba mientras que el morro del barco surcaba el ancho mar, serpenteando con agua salada un rastro de espuma de blanca, adornando las olas de pompas que los delfines juguetones explotaban con sus bocas...
El peñón de Gibraltar se mostró ante mí extendido, donde los bloques de pisos y casas sobresalían a lo largo de él. Parecía un gigante de ancho y de grande. Oscuro, negro, ¡qué impresionante! Visto desde la otra orilla parcía un barquito a la deriva de las olas, y cuando había niebla, apenas se veía... Rodeándolo, el barco siguió adelante hasta que llegamos a Algeciras, donde la adolescencia se presentó sin darme cuenta...

EL ARROYUELO.- 1963-1966

Cuando a mi padre lo ascendieron a teniente, lo enviaron urgentemente a La Línea de la Concepción durante tres meses, por lo cual mi madre iba y venía en el Correo Virgen de África,casi todos los sábados para volver los domingos por la tarde, dejándonos al cuidado de mi hermana la mayor. Pasado el trimestre nos mudamos al Mixto, a unos pabellones de oficiales en el Convoy de la Victoria, y de una primera planta pasamos a la quinta. Yo tenía once años, y justo en ese otoño de 1963 asesinaron al presidente de los Estados Unidos, John F. Kennedy. Era la primera vez que oí ese nombre y durante mucho tiempo la gente no dejaba de comentar sobre él y toda su familia... Entonces las primeras antenas de los televisores empezaron a adornar las azoteas de toda Ceuta...
En las tardes de verano, corríamos por aquél descampado lleno de pedruscos y altibajos. Estaba plagado de hierbajos y terrenos resbaladizos con pendientes a los lados. Por un pequeño repecho bajábamos en cuclillas hasta el arroyo rodeado de unas rocas enormes, a ras del riachuelo, redondas y cobrizas, donde nos sentábamos con los pies descalzos metidos en el agua fresca y cristalina. A veces seguíamos el cauce sorteando los abstáculos a través de las piedras que sobresalían, hasta que el curso del agua se perdía entre cañaverales, divisándose tan sólo las ramas unidas en la cúspide como si fuera un puentecillo oscuro, muy oscuro... Una coral de ranas croaban a la par mientras que los niños se dedicaban a buscarlas siguiendo el caudal hasta otro punto de la ciudad, donde un centinela vigilaba desde su casetilla un solitario cuartel... La carretera apenas transitable, se retorcía cuesta arriba, guarecida entre árboles altos y frondosos a cada lado. Los chiquillos atajaban por una pequeña pendiente donde el follaje, siempre verde, se fundía con mil sonidos diferentes de pájaros, ranas y sapos chapoteando. Un millón de insectos bailoteando todos a tropel en alguna charca que la corriente del agua dejara entancada entre pedruscos, mientras lagartos y saltamontes juegan al escondite, cuando oyen el leve murmullo del arroyuelo fluyendo por las rocas, perdiéndose el cauce cada vez más pequeño entre los cañaverales allá a lo lejos...
Las niñas nos quedábamos continuamente con la oreja puesta mirando recelosas por todos lados por si algún sapo curioso se acercaba un poco. Un alor extraño envolvía el aire, tan fuerte que no sabría definir, trayéndome a la memoria aquél arroyuelo de aguas transparentes y nítidas que se llevó a la niña cuando se hizo mujer...

miércoles, 19 de diciembre de 2012

LA CIUDAD DE LA MEMORIA.-

Cuando era muy chica, mi padre nos ponía a Lola y a mí de rodillas en el suelo con los codos sobre la cama y las manitas juntas, ¡a rezar antes de dormir! Con el cuello estirado hacia arriba, mirando ese cuadro de la Virgen del Perpetuo Socorro, le rezábamos al niño: "Jesusito de mi vida, eres el niño como yo..." Después: "Cuatro esquinita tiene mi cama..." para acabar con  el: "Angel de mi guarda, dulce compañía..." También nos daba de comer, nos bañaba, nos vestía, nos cortaba el flequillo, nos calzaba, nos sacaba de paseo, y además si me peleaba con mi hermana me obligaba a pedirle perdón y darle un beso en la cara... Nos cosió las orejas con aguja e hilo, y después de unos días nos puso unas bolitas de oro preciosas... Vacunó a todas las niñas del barrio y a nosotras dos también...
Una vez se presentó con una radio muy grande de color marrón con un par de botones, unas rayas y un metro de cordón y la colocó en lo alto del aparador, y cuando la enchufó, Lola y yo corriendo por el pasillo, ¡corre, corre que te pillo...! Con las cabezas pegadas aguantando la respiración la oíamos con una gran risotada pintada en los labios... "¡Pulgarcitooo...! ¿dónde estaaás?" ¡Cómo me gustaba ese cuento! Y "La Caperucita Roja" "Los Tres Cerditos" "La Ratita Presumida" No nos perdíamos ni los anuncios, sobre todo el de aquél negrito: "Es el Cola-cao, desayuno y merienda..." Me encantaba tararear ese estribillo y aquél otro: "Tengo una vaca lechera tolón, tolón..." Mi madre nos miraba a Lola y a mí cuando hacíamos hicapié en el tolón, tolón. A Trini le gustaba oír un programa muy bonito que se llamaba: "Matilde, Perico y Periquín" pero lo que nunca se perdían mis padres era: "El Zorro" A mí lo que más me gustaban eran las canciones de amor, no sé por qué, pero ya desde muy chiquitita, me encantaban las historias relacionadas con amores y desamores, ¡cómo me acuerdo de "Esperanza, Esperanza..." que cantaba Enrique Montoya, y a Nat King Cole, ¡qué voz! esa de "Ansiedad, por tenerte en mis brazos..." Antonio Machín con "Cachito, cachito, cachito mío..." "Los angelitos negros" Jamás olvidaré los momentos junto a la radio en compañía de mis padres y hermanos. Tengo tantos recuerdos de mi infancia, que incluso los olores de hoy en día me lleva hacia atrás, como por ejemplo el del café cuando lo molía en aquél molinillo que tenía una manivela que yo giraba y giraba, cayendo la molienda en un cajoncito, ¡qué aroma más rico! y mi madre pendiente de la leche de vaca que hervía en una gran olla y que hacía una nata exquisita que ella dulcificaba con aquella canción: "Hay que ver, hay que ver, las faldas que antiguamente llevaban la mujer, creo yo, cre yo, que con una de esas faldas salen lo menos dos..." ¡Cómo me gustaba estar con ella!  Otras veces la ayudaba con el mortero dando vueltas a un huevo que había cascado dentro del almirez, y cuando no me veía me relamía los dedos de mayonesa, ¡qué rica! Mientras seguía cantando: "Por la puerta de Alcalá, los turistas vienen y van..." Pero lo que realmente me gustaba era cuando se liaba a coser en su másquina Alfa, ¡me encantaba observar! No podía apartar los ojos de la rueda plateada, que a escondidas giraba.-¡Plaf!- ¡Ahí no se toca! Me decía con una cachetada.- Chacachá, chacachá, corría la aguja dejando caer la tela hacia atrás, y mamá pedaleando a la par. Chacachá, chacachá, puntada a puntada, seguía cosiendo mientras de su garaganta salían canciones bellas y apasionadas: ¿Dónde estarán nuestros mozos que a la cita no quieren venir...? ¡Dios mío! Hay que ver de cuántas cosas me estoy acordando ahora, debe ser que en la ciudad de la Memoria hay muchos recuerdos que como los presos van saliendo de la mazmorra dejándose caer por las sábanas que les he ido anudando, una a una, a través de éstas páginas que sin querer van engrosando éste libro, que ya no sé cómo llamarlo si cuento o novela, quizás es una larga historieta o un diario tal vez, no lo sé, pero las palabras salen jocosas y del llanto se ríen como si fuera un gran chiste...

lunes, 17 de diciembre de 2012

EL FLECHAZO DE MIS PADRES.-

Mi madre nació en Ceuta en el año de mil novecientos quince, y la casualidad dueñas de tantos sinos que hay en la vida, llevó al abuelo a aquella plaza militar siendo teniente o capitán, durando el destino once meses, volviendo a Salamanca con toda su prole, y aunque le pusieron por nombre África por ser la patrona de Ceuta, la Virgen de África, ella siempre se sintió salmantina y orgullosa decía que era tierra de mujeres bellas y hermosas...
En el transcurso de mi infancia, mi madre me ha ido relatando trazos de su vida, y era tal el entusiamo que ponía, que la cabeza me la llenó de fantasía, siendo la alegría casi siempre la protagonista...
En la guerra pasó mucho miedo por que cuando sonaba la sirena tenía que esconderse con sus hermanos en los refugios... ¡El cielo se encendía! ¡Las bombas explotaban con un ruído ensordecedor! ¡Las mujeres y los niños corrían despavoridas de un lado a otro, muertitos de miedo y gritando de dolor! ¡El tiroteo no paraba! ¡Los camiones y los soldados por todas partes! La gente exclamaban: ¡Que vienen los rojos, que vienen los rojos! Cuando ella lo contaba abría mucho los ojos y ponía boca de lobo... ¡Pobrecita mi madre! ¡cuánto sufrimiento...! Otras veces se dedicaba a contarnos cómo era su padre, recto y disciplinado. Su madre preciosa y sus hermanas, todas muy guapas, pero que sus hermanos le hacían  la vida imposible, por que no la dejaban salir con ningún muchacho, que la espiaban y si llegaba tarde la reñían como si fuera una niña chica... Que les gustaba mucho el baile, el cine y el teatro, y que se iba con sus amigas todos los domingos a pasear por la Plaza Mayor y que los chicos las piropeaban sin parar... 
Mi madre estudió solfeo sacándose el título de música, y una tarde que estaba tocando el piano , se presentó su primo Arcadio con un amigo que tenía cara de pito y un bigote muy fino para que conociera a su hermana la mayor. Ese del bigote fino y cara de pito era mi padre...
Mi padre nació en el año de mil novecientos diecinueve en el seno de una familia muy rica, en un pueblo de Córdoba. A los dieciséis años se fué a La Falange con sus hermanos ya que sus padres se arruinaron, y al estallar la guerra se apuntó de voluntario, siendo herido en un cerro de Benamejí. Fué su bautizo de sangre... Más tarde, escondido tras unas montañas de Teruel, le retumbó una bomba en el oído dejándolo sordo perdido, y en Valladolid, en el año cuareta, le hicieron una trepanación de oído con martillo y cincel.
En el treinta y nueve acabó la guerra y como no tenía ni oficio ni beneficio, se quedó en el ejército. En San Roque en la provincia de Cádiz se preparó para sargento primero y desde allí lo enviaron a un batallón que tenía un regimiento que pertenecía a Salamanca, y miren por dónde, otra vez el destino hizo de las suyas llevando a mi padre a rescatar a mi madre para devolverla a la ciudad que la vió nacer... Y cogida del brazo de él le dijo adiós al barco y a su juventud. En un baúl puso sus ropas junto a una colcha amarilla, lo único que le regalaron sus padres y algo de dinero para que se comprara una máquina de coser Alfa. Llenita de ilusiones emprendió el camino de aquél valle de lágrimas como solía decir...
Lo que nunca imaginó mi madre es que al llegar a Ceuta con veinticinco años y un niño de la mano, regresaría con ocho más y estaría allí veinticuatro años viviendo. En Ceuta nacimos el resto con la ayuda de la matrona y mi padre en la cama de su habitación, menos el más pequeño que nació en el hospital militar de Hadú, donde se tiró tres noches con medio niño dentro y medio fuera, hasta que una enfermera se sentó en lo alto de la barriga dejando a mi madre traspuesta y el niño enterito fuera berreando como una fiera...

viernes, 14 de diciembre de 2012

MIS PATINES SANCHESKIS.-

Mis padres le compraron unos patines a mi hermana Trini por su cumpleaños, que fueron los primeros de mi vida. Eran unos Sancheskis de hierro que se ataban con unas correas de cuero. Tenía por debajo un tornillo para achicarlos a nuestras medida. Después de hartarse de patinar, nos enseñó a Lola y a mí, tirándonos cuesta abajo con una cuerda atada a la cintura, y en menos de dos días corríamos como galgos. Al año siguiente, por Reyes Magos, todas las niñas de La Puerta del Campo nos juntábamos para patinar en la acera ancha, sí esa que estaba cruzando el Jardín Primero. Desde la parada de la camioneta hasta abajo nos lanzábamos gritando ¡tonta la últimaaa...! Y antes de llegar al final de la acera, nos dábamos la vuelta, ¡qué alegría! Los niños nos perseguían tumbados en una especie de pedal, que ellos mismos se hacían con unos cartones colocados sobre los patines viejos, pues al ser de hierros, éstos se calentaban tanto que se quedaban casi sin rodamientos, pero ellos los ataban de tal manera que parecían carretas, mientras otros tiraban de ellos con cuerdas. Había unos árboles tremendos de altos con unos ramales repartidos que eran verdaderos troncos, donde casi todos los chiquillos trepaban, y cuando pasábamos por debajo nos tiraban unas pelotillas que arrancaban de ellos, y a más de una casi que descalabran. Otras veces se dedicaban a hacer columpio, tan bien hechos, que se tiraban todo el santo día trajinando para dejarlos perfectos. Las niñas les ayudábamos desde abajo, mientras ellos desde arriba, iban enlazando y anudando para acabar con unos tablones o cartones para sentarnos... Una niña sentada, un niño la balanceaba con fuerzas y con ganas... ¡Arriba y abajo! El aire traspasaba mi cara... ¡Arriba y abajo! Ten cuidado que me caigo... ¡Arriba y abajo! Empuja el columpio y no me toques el culo... Ya todas nos hemos paseado por arriba y por abajo, ahora le toca el turno a los niños. Uno sentado y dos empujando... ¡A la una, a las dos y a las tres! ¡Arriba, abajo! Gritos, risas y un batacazo, ¡pobrecillo, casi la vuelta ha dado!
En esa misma acera, al lado de la parada de la camioneta estaba la señora Martina con su carrito de golosinas sentada a la sombra de un álamo blanco, ¡cómo me acuerdo de la señora Martina! Siempre empujanado su carro con lentitud cuesta arriba y tan rápida cuesta abajo! Era una viejecita entrañable con un moñito perfecto en  lo alto de su cabecita que parecía una cebollita. Todos los domingo, mis padres nos daba una peseta para comprarnos un cartucho de pipas y otro de castañas asadas... Al lado había unas moreras grandísimas cargadas de hojas, las cuales arrancábamos para los gusanos de seda que mi hermana Lola y yo teníamos en una caja de cartón...
En verano, los pescadores echaban las redes ocupando toda la acera, con múltiples corchos bordeándolas unidos con cuerdas. Las estiraban para poder ver bien las roturas. Por las tardes, solían sentarse los hombres y mujeres en el suelo y las cosían con unas agujas muy largas, y cuando se iban, mis hermanos pequeños, Inma y José, cogían todos los corchos que podían y se hacían unos flotadores, que cuando llegaban a casa, escondían debajo de la cama, donde tenían sus más preciados tesoros...

jueves, 13 de diciembre de 2012

DESFILE MILITAR.-

Una vez se presentó mi madre con tres sombreros de paja, al estilo japonés. Rojo para Trini, azul para Lola y verde para mí, ¡qué contenta estábamos las tres camino de las playas de Benzú! Recuerdo que en la camioneta, la gente no paraban de mirarnos, entonces era una novedad, pero mi madre siempre fué una mujer moderna, y pasaba de comentarios jocosos...
La camioneta iba bordeando toda la costa, justo al lado de las rocas, donde las gaviotas correteaban sin parar de graznar. Algunas se echaban a la mar zambullendo sus cabecitas en el agua, y al rato salían con un pez coleteando entre sus picos sin poder escapar... A veces pasábamos tan cerca del agua, que las olas casi rozaban las ruedas, sobre todo, cuando el conductor subía despacio por las curvas. Yo no paraba de saborear cada rincón del paisaje, y entre vueltas y revueltas, nos adentramos en un bosque lleno de pinares donde el follaje era tan frondoso, que el día espléndido de sol se convirtió en una oscuridad como si la noche me hubiera sorprendido de repente, y llegando a lo alto de la montaña, Gracía Aldave, como en una atalaya, Dios creó la luz, hechizándome, apareció toda la ciudad desparramada, cautivándome la  mirada...
¡Qué bella es mi tierra! ¡Del Mediterráneo una perla!
Benzú está a las afueras de Ceuta y allí está la legión, ¡llenita de legionarios! No sabéis lo bien que desfilan, por que en mi tierra hay muchos desfiles, y cuando era pequeña, mi padre siempre nos llevaba a verlos...
¡Ay, qué alegría! ¡Pán, parapám! ¡Porróm, porrompóm! ¡Tí, tararí! ¡Tá, tarará! Y los platillos, ¡Chiás, chiás, chiás! a lo lejos un redoble de tambores, rápidamente, con fuerzas, parece que se va a romper el tambor. todo el mundo en silencio. No se oye ni una mosca. Un solitario con su trompeta al viento... ¡Tí, tirirí, titiií, tiririií...! El pobre con los mofletes hinchados, a punto de estallar, colorado como un tomate, ¡morado! ¡Dios mío, se les va a reventar...! ¡Miles y miles de soldados desfilando al ritmo del tambor! Ahora los de Regulares tres con el fajín verde, los de Artillería y los de Infantería. Todos amontonados, ¡qué multitud! Callados, esperando la comitiva... ¡Ya llegan, corre, que vienen...! Los altos mando se acercan. En el centro un soldado muy alto con el estandarte al hombro. De vez en cuando se lo cambia agitándolo de un lado para otro, y la bandera ondeando al viento, el pobre tiene que hacer un esfuerzo sobrehumano...
En el borde de la acera, Inma, Lola y yo, las tres sentaditas. A veces miro hacia a trás para cerciorarme que mi padre sigue allí con José montado a hombrillo. Mi hermana Trini tiene a Marién en brazos, la pobre con la cabecita echada sobre su hombro y los ojitos entrecerrados... Mi madre se había quedado en casa con Afriquita, la más pequeña, es un bebé, ¡más bonita! Además, estaba haciendo una enorme tortilla de patatas, que a la vuelta nos la comemos a la velocidad del trueno...
Los soldados perfectamente alineados, con la frente alta y los ojos clavados al cogote del que esta delante y ¡un, dos, tres! ¡Y un, dos, tres! El brazo derecho lo doblan hacia el pecho y el izquierdo dándos en la pierna. ¡Hay que ver, que no se equivocan nunca! ¡Pom, porompóm, cataplóm, pompóm! De repente todas las gorras al aire...¡Bien, bravo, hurra! La gente clamando al cielo... Y la Marina, ¡qué blanco sus uniformes! Con una rayita negra a lo largo de la pernera, ¡van perfecto! todos los pies a la vez...¡Alto! ¡Firme! ¡Ar! Y derecha, izquierda, un, dos, tres, un, dos..." Soy el novio de la muerteee..." "Cara al sol con la camisa nuevaaa..."

martes, 11 de diciembre de 2012

EL PIANO.-

Mi madre nos contaba que quería ser artista, cantar en los teatros y viajar por el mundo entero. Soñaba con el extranjero y ser de las películas la primera protagonista, ¡se quedó en pianista!
Los soldados del cuartel de mi padre trajeron un piano enorme y no sabéis la de jeroglífico que tuvieron que hacer para subirlo por las escaleras. Yo miraba a mi madre que con los ojos desorbitados y las manos entrelazadas, como si estuviera rezando una plegaria, no paba de decir: "¡Cuidado por Dios! ¡Ay mi piano! ¡Tened cuidadito! ¡Que no se arañe por favor!" Mientras los pobres reclutas sudando la gota gorda y las caras desencajadas hacían mil piruetas. Al fin llegaron al rellano de las escaleras, justo en la puerta de mi casa y... ¡arriba, abajo, de lado y al comedor! Colorados como tomates, saludando se fueron pitando...
Do, Re, Mi, Fa, Sol, La, Si... Hacía mi madre como si estuviera espantando moscas. Una vez que la estaba observando tocando el piano, me enseñó un papel donde había pintado a una señora retorcida con un poco de barriga y me la presentó como la Clave de Sol. Después a sus hijas, una se llamaba Blanca y otra Negra, que tenían unas primas muy feas que le decían Corchea y Semi Corchea, y unas tías muy ilusas a la que nombraban Fusa y Semifusa, ¡yo qué sé! Y en una ocasión que el piano se desafinó, mi madre llamó a un señor que decía que había aprendido a tocar el piano de oído y cuando éste lo abrió por detrás, ¿sabéis lo que apareció? Una cucaracha boca arriba, con las patas tiesas y amarronadas, tirando un poco a colorada, además que estaba gorda, ¿a quién se le ocurre meterse en un piano, tonta?
Era un piano de caoba, de color marrón, achocolatado, con dos candelabros en lo alto como si fueran dos centinelas guardando la fortaleza, y que cuando no me veía nadie, abría la boca del piano, que enseñándome los dientes blancos y las muelas negras, aporreaba sin piedad, con tal ligereza, igual que había visto a mi madre hacer, pero de allí no salía esa música, que con letras no puedo describir, pero que cuando ella dejaba caer sus manos sobre el teclado, ¡música celestial sonaba! Mi madre solía sentarse al atardecer y sus dedos veloces dejaban en libertad los sonidos que llenaban la casa de alegría...
Madre mía, ¡pinta en el cielo un gran pentagrama escrito con las notas negras y blancas que me enseñaste en la infancia! Dile al viento que las empuje hasta las playas de Ceuta esparciéndolas en aréolas libres, que aunque el rayo las fulmine, las olas en su resaca me las traiga, dejando a su paso un rastro de espuma blanca...
¡Pinta en el cielo un gran pentagrama escrito con las letras que salen de mi alma! Dile al viento que las empuje formando en Ceuta las nubes, que todos los ceutíes sepan que aquí hay una caballa escribiendo en la distancia, que aunque el rayo las fulmine, la tormenta descargará con fuerza una lluvia de risas y lágrimas...
Madre mía, me gustaría pintar en el cielo un gran pentagrama, tapizado con las notas negras y blancas de mi infancia. Gritaré al viento que sople con fuerza para que caiga el rayo en la marea de Ceuta y desde el Hacho se vea una estela dorada serpenteando con las letras de mi alma...

domingo, 9 de diciembre de 2012

LOS JARDINES DE MI INFANCIA.-

En Ceuta había tres jardines importantes: El Primero, El Segundo y El Tercero...
El Jardín Primero estaba cerca de donde vivíamos, sólo teníamos que cruzar la carretera de La Puerta del Campo. Mi madre nos llevaba algunas tardes, y una vez que estaba paseando, un soldado le dijo un piropo y vi una sonrisa coqueta pintada en su rostro como diciendo, todavía soy bella...
En las noches veraniegas, mi hermana Trini y su amiga Pilar, nos llevaba a Lola y a mí...
Era un jardín alargado, rectangular con unos bancos de piedra que se podía sentar por delante y por detrás. Mientras Lola y yo jugábamos en la tierra, mi hermana y su amiga se entretenían en observar a una pareja que seguro que se besaban en la oscuridad, por que cuando había luna iluminada se veía la silueta de dos bocas pegadas, y éstas envidian tendrían por que verdes las ponían...
Éste hermoso jardín estaba rodeado de unas frondosas matas ásperas al tacto, perfectamente podadas. Parecía una pared, tan sólo recortadas en las entradas para acceder. Lo cuidaba un guarda muy gordo que vigilaba continuamente, y al que veía arrancar las flores, lo perseguía sin cesar con el bastón en la mano, y un perrillo que siempre caminaba junto a él. A veces se paraba ante mí mirándome de tal manera que me asustaba un poco... En el seto crecían unas florecillas de colores, que se desprendían a cualquier roce. En invierno los caracoles se adherían a las ramas, y cuando llovía, Lola y yo nos entreteníamos en buscarlos a cuatro patas entre ellas para echarlos en una lata...
En un extremo del jardín había una rotonda mirando hacia El Morro, con el suelo enlosado y una mesa de mármol en el centro que descansaba sobre una columna. Estaba tapiado por una muralla con un asiento pegado a ella, sobresaliendo por detrás un pequeño jardincillo repechado, como si fuera una visera, cercado por un seto no muy alto, donde los claveles y las rosas crecían al amor del tiempo y en primavera, a escondidas del guarda, arrancábamos sin piedad...
Una mañana apareció un Cadillac rosa colgado en lo alto del muro, con las ruedas delanteras sobre la mesa rompiéndola por la mitad, y las de atrás en el aire. Las ventanillas estaban destrozadas con los cristales hechos añicos, llenando el suelo con miles de ellos repartidos por todas partes. El volante estaba completamente aplastado con manchas de sangre en los asientos. En la puerta delantera había huellas de manos y dedos. Los faros habían desparecido y una enorme abolladura en medio le dibujaba un mohín amargo, como si estuviera a punto de llorar, ¡pobre Cadillac! Con lo elegante que es, y ¡qué lástima da verlo empotrado en la pared...!
El Jardín Segundo está más abajo, casi donde termina el Primero. Lo separa una carretera ancha, donde pasan las camionetas que van hacia El Morro, Benzún y El Mixto. Entres estas direcciones, al fondo y en pendiente, había otra carretera donde se encontraba un solitario cuartel, justo en una vastísima curva...
Bajando unos escalones anchos aparece el jardín más bonito que yo conocí hasta entonces, de forma de abanico, con árboles grandes y altos que sombrean el camino ondulado a la izquierda, bancas de madera y camino de tierra. Unas cuantas parcelas llenas de lindas flores de mil colores, confundiéndose el rojo clavel con las rosas anaranjadas, y unas campanillas la mar de bonitas jugueteando con la calas blancas. Unas cuantas palmeras al lado. En el centro del jardín hay un estanque alargado, ribeteado con unos azulejos preciosos de colores llamativos. Unos sapos de barro grandísimos verdes y amarillos, brillantes, como si fueran de porcelana china, cada uno en un extemo, están con la boca hacia arriba dejando caer un chorro de agua, que llegaba hasta las hojas de nenúfares que flotaban alrededor del borde. La primera vez que nos llevó mi padre nos hicieron una foto, la primera de mi vida que yo recuerde y que guardaba en una billetera, y ahora está dentro de mi cabeza, por que alguien me la robó, y desde entonces la llevo grabada en el corazón... En un extremo del jardín hay otro estanque de forma exagonal, todo alicatado de azulejos celestes y blancos, con una palmera en el centro y unos cuantos peces que miraba como si fuera un acuario. Justo al lado había una muralla donde nos asomábamos para ver aquella vieja estación de tren, con los raíles oxidados y llenos de hierbajos resecos. Unos cuantos vagones del año la nana de madera casi podrida y una locomotora de hierro, ¡parecía un cementerio! Por mi cabeza pasaban mil cosas extrañas, pensando de qué manera habría llegado a Ceuta sin caerse al mar...
Los niños se descolgaban por la tapia y jugaban a las guerrillas con palos y tirachinas, escondiéndose dentro de los vagones y debajo de las ruedas, gritándose unos a otros, insultándose cuando los contricantes perdían, peleándose a puñetazo limpio y lanzando pedradas desde lejos que rebotaban en la carrocería, armando tal jaleo que parecía que luchaban de verdad. Las niñas se asomaban desde lo alto, ¡que brutos son! Tarde o temprano se descalabran, y pensaba para mí,¡menos mal que yo soy una niña...!
El Jardín Tercero está todavía más lejos y es inmenso. Ni redondo ni cuadrado, como si estuviera aprovechando todas las cuestas, llanuras y pedazos de tierra, hecho a lo basto, sin forma, por una parte estrecha y por otra como si tuviera un poco de pendiente, para terminar como le da la gana, con todas las flores plantadas en pequeñas huertas, rodeadas con hierbas recortadas haciendo dibujos. Rectángulos, círculos, incluso ondulados y hasta haciendo eses... En una parte del jardín hay árboles gordotes donde la sombra es la dueña del camino. Más adelante un conjunto de palmeras casi igualitas, altísimas. Había asientos de hierro desparramados por toda partes donde los enamorados se sentaban. Cuando volvíamos de misa de doce, mis hermanas mayores se paraban en la murallita que lo remataba como si fuera un encaje de bolillo... Y yo entre flores, fotos, sapos trenes y estanques me he perdido en éstos jardines tan bellos y hermosos...

miércoles, 5 de diciembre de 2012

RETRATO DE UN PAISAJE.- 1966

¡Trini, corre, date prisa...! ¡Lola, venga ya, que nos vamos a la costa...!
Hoy me voy a la Costa del Sol con mis dos hermanas mayores. Dicen que es el sitio costero de última moda, que hay muchísimo ambiente y que está llenito de ingleses, americanos y franceses, ¡todos los extranjeros del mundo entero! ¡Viva la revolución sexual!
¡Corre! Corren las cuatro ruedas por la carretera y me asomo. Saco mis brazos por la ventanilla, y siento el aire por mi rostro. La melena se va, se aleja de mi cara. Es la fresca brisa que me da la bienvenida. ¡libre, libre como el viento me siento! ¡Vuela mi alma! La mirada tras las montañas y allá a lo lejos está la cara de un indio muy viejo...
Desde la ventanilla del coche divisaba los árboles que bordeaban cada lado de la carretera. Eran de los colores más bellos y exóticos que jamás había visto. Morado, rojo, incluso anaranjado, violeta y amarillo. El azul con el rosa formaban una alfombra ribeteada de verde claro y verde oscuro, donde una pizca de marrón se asomaba entre pedruscos para decirme adiós, ¡todo un mundo de esplendor! Un paisaje multicolor ante mis ojos, siempre ávidos de traspasar más allá, se ofrecía alrededor gratuitamente, ¡cuánta belleza! Dios fue generoso con la naturaleza. No podía asimilar tanta grandeza plena de loca armonía, donde el alma mía se derretía de pura vida... Vida alegre, vida bonita, vida amable dulce e inagotable de transmitir mi existir en una lluviosa mañana otoñal, donde un laberinto de árboles lilas me daban la bienvenida, con las ramas bailando al son del aire que mueve el viento, y el tronco erguido, mientras las hojas me saludaban con candorosa sonrisa...
Era una carretera curvilínea, interminable y en pendiente, donde los coches pasaban a una velocidad desorbitada, ofreciendo una panorámica impresionante, toda rodeada de montañas y algunas casas de madera decorando su falda, que me recordaban las que de niña dibujaba en mi cuaderno de dos rayas...
De vez en cuando, entre valles, se divisaba un río precioso persiguiéndonos a lo largo del camino, mostrando árboles por todas partes, y entre subidas y bajadas, un poquito de agua, agua de mar salada... ¡Lola, el mar! ¡Trini, el mar! ¡mirar, qué bonito es! Desde aquí aparece un pedazo enorme de cielo con su línea pegadita al agua, y un barco a lo lejos hace buuu, buuuu....
Pequeñas lagunas aparecían por todas partes, hasta que llegamos a un bosque, donde las mesas hacían juego con las bancas a lo largo y ancho del frondoso parque familiar, donde hasta se podía acampar, incluso veranear, por que estaban al aldo de un lago artificial. Más bien parecía un ancho mar, con unas rocas llenas de pajarracos más negros que el tizón. Mis ojos no pueden abarcar la grandeza que en el infinito se pierde, ¡qué libertad de sentimientos! ¡qué derroche de fantasía! ¿todo esto es para mí? ¿cómo lo voy a dibujar con palabras para tí? Me sentía la criatura más importante del universo. Era la dueña de la tierra y el cielo, donde el aire y el viento coqueteaban con una tímida niebla, mientras una suave brisa se mecía en el lago salpìcando las rocas, que dichosas reían agradecidas... Un mar de nubes jugaban con las montañas pintando el horizonte de gris, y allá a lo lejos el agua y el cielo se daban un beso, ¡qué día más fresco! Una insinuante llovizna hizo aparición, cuando la lluvia se dejó arrastrar por el gran chaparrón que la tormenta ocasionó... Algunos árboles aparecían desnudos, con manchones blancos, ¡estaban ateridos de frío! Con el alma al aire y un  halo de tristeza los envolvía y cuando pasé por su lado les dije al oído: ¡No temas amigo, que aquí no te conoce nadie! Y sonrió con orgullo, y dando media vuelta entré en una caseta que estaba dispuesta para cualquier faena. Era de madera toda entera, con una puerta que se abría para adelante y para atrás, donde sólo una persona se podía sentar en una oquedad hecha en una tabla atravesada de medida universal...

domingo, 2 de diciembre de 2012

EL TRANSPORTE DE LOS RECUERDOS.-

A mi madre le encantaba el teatro, la zarzuela y la opereta y jamás se perdió una obra de éstas...
- ¡José María ponte la chaqueta que ya estoy dispuesta! - Y detrás de la puerta jadeaba subiéndose la faja - ¡Un, dos y tres! - Saltando hacia arriba para esconder la barriga. - ¡José María, ayúdame! - Y los dos riendos y colorados salían poco después... ¡Qué guapa está mi madre! Con un vestido negro de mil lentejuelas brillantes, un chal precioso y unos guantes que le tapan el codo, sale coqueta dando una vuelta... - ¿Qué tal estoy? - ¡Igualito que una reina! ¡eres una belleza! - Se ha puesto unas uñas postizas y las lleva de color frambuesa, sujetando un bolsito de raso con un broche llenito de estrellas... - ¿Dónde vas tan bella? ¡Qué zapatos más elegantes! - ¡Calla y sigue adelante, que la noche es fresca y nos espera llena de juerga! - Y cogidos del brazo se iban al teatro... Ahora ya sé de qué se reían los muy tunantes...
Una vez que la puerta se cierra, mi hermana Trini nos levanta a Lola y a mí y en una manta nos sentamos en el pasillo, coge la Sagrada Biblia que mi padre ha comprado y nos enseña las ilustraciones de Gustavo Doré, y nos explica lo que quiere decir. Después nos cuenta muchos cuentos y también jugamos al Veo-veo...
Hay que ver Señor mío, siempre juntas las tres hermanitas, toda nuestra infancia pegadas, pegaditas, como lapas... Donde iba la mayor, allí que estábamos Lola y yo, siguiéndolas a todas partes... Igual que un trébol de amor, tres hojitas unidas, muy unidas y ahora sólo tiene dos ésta flor... Dios se la llevó para que hiciera compañía a mamá, un día trece de diciembre, de dos mil tres, poco antes de navidad... Hasta en la adolescencia, cuando empezamos a viajar por pueblos y ciudades... ¡Y qué suerte la mía! Poder ir de un lugar a otro del tiempo con la mente, prodigioso transporte de locomoción que no conoce las barreras del reloj de la vida, traspasando los límites de la velocidad, sin pausa ni medida, yendo del presente al pasado sin prisas, incluso me atrevería a decir, adelantándome al futuro, ya que ellas no están aquí ahora, yo las traigo en éste momento con las letras de la memoria, haciéndolas renacer de nuevo a otro lugar de la existencia humana con tanta suspicacia... Sin dar explicaciones a nadie, tan sólo los recuerdos que van y vienen al libre albedrío del amor y los sentimientos almacenados en ese baúl que es el corazón, y que yo me atrevo a deslizar por Internet...
En una semana santa ya muy lejana, me fuí a Granada con mis hermanas. Una noche de regreso a casa tropecé con la gente que se amontonaba para ver al Cristo Yacente. La cruz la llevaban completamente echada como si fuera una tabla. Estaba atravesando un pequeño puente, y en la cima, justo en la misma cresta, la cruz parecía que se caía. Se le veían los brazos estirados y despegados de la madera y hasta el mismísimo clavo apuntalando sus manos. La cintura formaba un arco dejando que el fresco aire calmara los latigazos de la espalda. Tan sólo el culo rozaba el tablón cubierto por un pedazo de sábana blanca. Hasta las piernas parecían que temblaban, tan juntas como estaban, una encima de la otra, con los pies unidos por los golpes del martillo que al clavo hundió, dejando un rastro de sangre chorreando, pintando unas gotas en los dedos y en el talón...
El cielo estaba negro con unos reflejos de luz de luna, que compungida, envió desde arriba... Unos trazos de nubes alargadas con la silueta dorada, adornaban éste puentecillo tan bonito...
La procesión andaba con pasos tan lentos que parecía que de un momento a otro se iba a caer. La gente la seguía por detrás con un silencio descomunal, ¡se me pusieron los pelos de punta! Los penitentes con los capirotes caídos sobre las espaldas le daban un aire de terrorífica visión, ¡se me encogió el corazón! Y cuando se paró en medio, un escalofrío me recorrió por todo el cuerpo... Sentí verdadero panico al mismo tiempo que una extraña sensación embargó mi corazón llenándolo de dicha. No hay nada mejor que la alegría junto al temor de vivir aquella experiencia indescriptible en palabras, tan sólo la vivencia del inmediato momento retratado en el tiempo como una bella postal, ¡silencio total! La sombra de todas las cabezas de Granada estaban presente, alzada la frente para ver al Cristo Yacente... ¡Callad! ¡Que nadie ose siquiera respirar! Un sordo murmullo recorre el pequeño puente que en vilo, casi se sujeta al suelo. Era espeluznante sentir aquél silencio tan grande. Un halo misterioso envolvía la noche oscura iluminando los corazones de los allí presentes. Poquito a poquito agoniza Jesucristo, ¡muerte detente! ¡Maldito ritmo que tiene el delirio! ¡Que no diga nadie que en su entierro no estamos unidos! ¡Alzados los ojos mirando su rostro! ¡Todos! Del incrédulo, del ateo y del pagano, hasta en el peor de los cristianos, en sus caras aparecía una mueca enfervorizada... ¡Asombroso! Pasos, pasos y más pasos de alpargatas que casi te arrastran a su sentir...
La gente sucumbía ante tanto dolor allí latente, ¡apagen  las velas! Una humareda de cera se diluye con la suave ventolera, que ligera hace presa del aroma evaporándose por las calles, atrayendo a más gente, haciendo imposible la visión a los de atrás, que empujando casi tiran al pobre penitente, que desconsolado, los velones estaba apagando. Un chirriar de cadenas se dejaba oír como si fuera un lamento triste y callado a la vez, dejando un rastro de pies descalzos a su paso, como si fuera el gemido de la huella... De repente alzan de nuevo la cruz caminando poco a poco... Parece que se desliza por la pendiente con el Yacente siempre reluciente, y la barbilla pegada al pecho como diciendo: ¡Padre mío, me muero, que me muero...! Y llegando a la carretera se aleja el sufrimiento y la queja, dejando los ojos y la sonrisa seca... Difuminándose las sombras de las cabezas, volviendo el susurro, ahogándose las voces entre callejuelas y rincones, haciendo retroceder a la gente...Y ahora lo recuerdo con respeto y mucho miedo. Me asusta ver tantos santos a cuesta, medio volando, con las manos unidas y los ojos hacia arriba como diciendo: ¡Madre mía, madre mía...!