miércoles, 28 de noviembre de 2012

MI HERMANA LA MAYOR.-

Mi hermana Trini nació en el año de mil noveciento cuarenta y siete, a finales de febrero en la ciudad de Ceuta. Por lo tanto al ser la mayor de las hembras, aprendió antes y con tiempo a hacer todas las faenas del hogar. Entre mullir colchones, sacudir mantas y cambiar sábanas se pasaba la mañana y para colmo fregaba el suelo de rodillas y a mano. A los catorce años ya sabía cocinar, mientras mi madre no paraba de lavar en la pila del balcón restregando el jabón contra toallas, paños de cocina y un sinfín de ropa. Raro era el día que no la esperaba una montaña de telas de colores enredadas con vestidos, pañuelos y calcetines. Los sábados, entre las dos se dedicaban a hacer limpieza general poniendo patas arriba toda la casa, encerrándonos en el comedor viejo, encomiándonos que no saliéramos de allí hasta que no se secara el suelo. Menos mal que pronto se inventó una fregona nueva y mi padre la compró, la primera del barrio que yo recuerde, y que vinieron todos los vecinos a verla, pues antes de ahora, en casa se fregaba a cuatro patas, con estropajo y jabón. Un cubo de latón, todo llenito de agua, que mi hermana la mayor se dedicaba a echarla sobre el suelo con un trapo viejo chorreando. La pobre siempre arrodilladita, se liaba a fregotear el suelo con sus manos desnudas, ¡toda la santa mañana! escurriendo el trapo ¡más de mil veces! Así que cuando mi padre se presentó con ese palo alargado, o era de metal, ya no me acuerdo bien, pero tenía en la parte de abajo una esponja amarilla que se empapaba de agua y después se escurría tirando de una palanca hacia arriba, ¡menudo artilugio! Hasta tenía acoplado un cepillo de cerdas tiesas que cepillaban la casa como si fuera un vestido. A partir de entonces mi hermana Trini no volvió a quejarse ni del frío ni del sabañón, ni de las rodillas coloradas ni de la espalda encorvada. Más tarde le siguió una lavadora que hacía troco-trón, troco-trón, y cuando mi hermana Lola y yo metíamos las manos para coger la espuma, mi madre nos daba con las zapatillas. Después compraron una plancha que se enchufaba en la pared y una olla enorme a presión que tenía un pitorrito en la tapadera que cuando le daba la gana, se liaba a dar vueltas como una bailarina.
En verano, los soldados del cuartel pintaban la casa entera sin costarle a mis padres ni una peseta, mientras mi madre y Trini doblaban las mantas y las guardaban en un baúl con bolitas de alcanfor, pasando después el turno a las camas, deshaciendo colchones y almohadas, vaciándolos por completo y llenando el suelo de pegotes lanudos blancos, marrones y grises, ¡toda la casa llena de montañitas! Mis hermanos menores jugaban sin cesar, trepando como si fueran montes gigantes, sentados en lo alto y tirándose boca abajo hasta que llegaba mi madre gritando y con la zapatilla. Después entre mis padres y Trini se liaban otra vez a rellenar los grandes sacos y coserlos, ¡como me gustaba verlos! ¡pobrecita mi hermana! Mulle que te mulle los colchones con sus manitas, desnudos los dedos, arremetiendo con fuerza la tela esa tan basta del colchón, sin dejar un bulto sobresaliendo, mientras, nosotras estupefactas ante tantos pelusones repartidos en grandes montes, ¡qué barbaridad! No comprendía que pudieran caber dentro del saco aquél. Era testigo fehaciente de tanto desmadre en aquél momento de mi vida, igualito que una odisea llenita de aventuras, donde el entusiasmo y la alegría se combinaban con las faenas del hogar, reflejando en la limpieza, la belleza de la vida casera, entonando mi madre canciones de amor que marcaron mis días de niña, llenando mi corazón de júbilo y mi cabeza de imaginación...
En aquella época Trini era una adolescente escuálida, desgarbada y muy blanca, además tenía un millón de granos repartidos por toda la cara, que a la pobre la acomplejaba tanto, que se tiraba las horas muertas encerrada en el cuarto de baño delante del espejo extirpándoselos, y cuando salía estaba más colorada que un salmonete. Últimamente estaba creciendo mucho y casi todo le quedaba pequeño, sobre todo los zapatos. A veces la oía quejarse a mi madre, y llorando le decía que casi ninguna vecina quería salir con ella los domingos para ir al cine, por que se avergonzaba de cómo iba vestida, ¡siempre con lo mismo! Además se reían de ella por que apenas tenía pecho, ¡parecía una tabla! así que muchas veces se rellenaba el sujetador con algodones, ya que continuamente se comparaban a ver quién tenía más, pero lo peor no era eso, si no que en verano, le aterraba ponerse el bañador, ¡era más blanca que la leche! y por mucho sol que tomara, tan sólo conseguía ponerse colorada como las gambas, pero al otro día seguía blanca, blanca, blanca...

viernes, 23 de noviembre de 2012

MI HERMANO JUAN.-

El primer recuerdo que tengo de mi hermano el mayor es tocando una guitarra sentado en un baúl con las piernas cruzadas. En lo alto de la pared había un almanaque con un edificio tras un estanque, El patio de los Arrayanes de La Alhambra de Granada. Más tarde supe que lo compró cuando empezó a estudiar la carrera de medicina allí, aunque luego se marchó a la universidad de Salamanca...
Todos los veranos, por vacaciones, llegaba a casa en un barco blanco grandísimo con una chimenea que tenía los colores de la bandera española, el correo Virgen de África. Mi madre nos llevaba al muelle a esperarlo, ¡era todo un acontecimiento! Me encantaba la cantidad de gente que se aglomeraba en el mismo borde cuando a lo lejos se oía la sirena del barco. Al momento se veía el morro dar la vuelta tras el espigón del mar y mi madre se liaba a dar saltos de alegría, ¡ya viene mi hijo! ¡Ya viene! ¡hijo de mi vida y de mi corazón! Exclamaba cada vez más nerviosa, ¡míralo, ya lo veo con el pañuelito blanco haciéndonos señas! Según se acercaba, en las ventanas del barco se veían cabezas y manos agitando los pañuelos, y no sé cómo desde tan lejos, mi madre podía reconocerlo. Mi hermana Trini nos tenía a Lola y a mí agarradas de las manos, la pobre que tenía mucho miedo que nos acercáramos tanto al mismito borde. A nosotras nos encantaba ver los peces bajo el agua...
Poco a poco, el barco atracaba en el muelle, y antes de darnos cuenta, los pasajeros bajaban felices y contentos por la escalera, y mi madre, dando saltos de alegría se abrazaba a mi hermano llorando, lo mismo que Trini, que nada más verse, se echaban unos en los brazos del otro un tiempo indeterminado, y luego mirándonos, le decía a Lola lo bonita y alta que estaba, en cambio a mí, me sonreía como diciendo, ¡ésta sigue tan chiquitilla como siempre...!
Su regreso alegraba los corazones de unos y amargaba a otros. Para Inma y José era una auténtica pesadilla. No nos dejaba jugar en el llano, ni cruzar la carretera para irnos al Jardín Primero, y no digamos a la playa del Chorrillo, ni siquiera podíamos asomarnos al balcón, y a los más pequeños los vigilaba como si fuera un  perro guardián, y si pillaba alguno subido en la sillas al lado de la ventana, le ponía el culo como un tomate, ¡siempre huyendo como unas lagartijas! Nos tenía prohibido todo, pero cuando no nos veía nadie, arrastrábamos una silla hacia la ventana despacito y hacíamos pompas de jabón con una caña dentro de una lata de agua con los polvos Tide que mi madre tenía para la lavadora, mientras los niños de la calle las explotaba, hasta que un cachetazo en las nalgas nos hacía correr precipitadamente por el pasillo, acusándonos unos a otros...
Cuando se marchaba escribía muchas cartas que tan sólo se abrían a la hora de comer, ¡qué alegría! parece que todavía lo estoy viendo. Primero mi padre ponía la radio para oír el parte de las dos y media. Después el mantel seguido de ruídos de platos y cubiertos al entrechocar, y todos en silencio, sentaditos alrededor de la mesa con los dedos entrelazados y cavizbajos, esperando que terminara de bendecírla y ¡hala, a comer! Y entre que a mí me has echado muy poco y que a la otra le has puesto más, se tiraba mi madre dando coscorrones a diestra y siniestra con lo primero que tenía al alcance, dejándonos los pelos pegajosos perdidos... Pero lo que más recuerdo con cariño son aquellas cartas que mi padre leía en voz alta mientras comíamos, apenas sin hacer ruído, tan sólo roto por el llanto de mi madre, y al final cuando ponía eso de que nos echaba mucho de menos, un gallo en la garganta de mi padre se escapaba sin poderlo evitar...

jueves, 22 de noviembre de 2012

MI PRIMERA COMUNIÓN.-

Cuando hice mi primera comunión, mi madre me levantó tempranísimo para que la peluquera me hiciera la permanente, ¡estaba guapísima! El traje era de mi hermana Lola y me quedaba algo holgado, pero yo me sentía la niña más feliz del mundo, cuando en filita me puso la señorita con las demás niñas, en la entrada de la iglesia Virgen de África...
Después de hacer la comunión, mi madre me llevó para que me vieran todas las vecinas, las cuales me daban unas calderillas y hasta hubo una que me dió un billete de cinco duros, que ella automáticamente guardó en su bolso, y cuando llegamos a casa, lo primero que hizo es vaciar mi limosnera sobre su cama, y sin decirme nada empezó a contar el dinero y lo metió en su monedero como si yo no estuviera... Tan sólo me dejó dos reales y una peseta... A pesar de todo, yo seguía contenta, por que todo el mundo estaba pendiente de mí, ¡era la reina de la fiesta por primera vez en mi vida! Y además, por la tarde vivieron todas mis amigas a casa, ¡menudo banquetazo! Mi padre había hecho una olla enorme de chocolate espeso, espeso con galletas, y después en una cazuela, preparó palomitas...
A partir de entonces tenía que oír misa todos los domingos, por que si no, me castigaban sin ir al cine, además confesar y comulgar. A veces me inventaba los pecados por que me daba verguenza no contarle nada al cura aquél que me daba catecismo, y que algunos decían que era mariquita...
También tenía que rezar el rosario todos los días a las seis de la tarde junto a mis padres y hermanos. Todos alrededor de mi madre que pasaba las cuentas mejor que nadie, ¡todavía me acuerdo de los cinco misterios!
La pobre movía los labios con tal rapidez, que los Gloriosos y los Gozosos se fundían a la vez, y los Dolorosos con las Aves Marías. Sus labios parecían que estaban soplando una velita, y Kyrie Elisón, o ¡Aleluyaaa...! contestábamos todas juntas, ¡qué manía con la Letanía...!
Una vez vinieron misioneros de tierras lejanas, ¡menos mal que yo era muy chiquitilla! Mis padres y hermanas mayores se tenían que levantar antes del alba, y una vez que me asomé por la ventana, como una procesión pasaban cantando el Padre Nuestro que levantaba hasta a los mismísimos muertos, ¡qué miedo! Tres hombres con sotanas oscuras y un cordón atado a la cintura, con una cruz en el centro. Me fui a la cama corriendo y mientras me dormía unas voces lejanas gritaban el Ave María...

miércoles, 21 de noviembre de 2012

EL TAPIZ DE MI PASILLO.-

Cuando era pequeña allá en Ceuta, donde había tantas y tantas cuestas, en La Puerta del Campo, me estoy acordando que vivía en los pabellones militares, por supuesto, esto se da por hecho, aunque algunos no lo saben...
En la calle Doctor Fleming, después del portal, subiendo los escalones está la puerta principal, ring, ring, ring... - ¡Voy, voy, ya estoy aquí! - Gritaba mi madre de tanto abrir - ¡Estoy harta de vosotras! ¡me tienen fritas estas mocosas! ¡la paciencia se me está agotanto de tanto la puerta abrir y cerrando! ¡dejarme tranquila guisar en paz en la cocina! - Y abriendo aquella puerta trotábamos dispuesta, ¡corre, corre, que te pillo! cantábamos por el pasillo...
Era un pasillo largo con muchos lamparones y algunos desconchones. Tenía varias puertas, tres a la derecha, cuatro a la izquierda y una al frente mirándonos siempre...
Era un pasillo largo, grande y muy ancho. Jugábamos al escondite, a las cocinitas. Al un, dos, tres, pollito inglés. Al tren, pí, pí, pí, que nos vamos a Madrid. A la gallinita ciega. Al perro y al gato, corre, corre que te las pelas, que a tí te ha pillado escondida de medio lado...
Aquí hay una puerta que está un poco abierta donde me he tropezado con una chaqueta que mi padre había enganchado en aquella percha...
Era un pasillo largo y cominucativo, con el suelo tirando un poco a amarillo. Las puertas nunca están cerradas, sino abiertas... Primero la cocina y una ventana con unas cortinas a cuadros verdes y blancas. Una pila en el balcón donde daba mucho el sol, justo enfrente el comedor, nuevo, muy nuevo, precioso, de caoba, sí señor. Un cuarto de baño muy hermoso en medio de la cuestión. Siguiendo al viejo comedor, tres buenas alcobas. Una para la señorita Colcha, otra para mi hermano Juan, y la siguiente para los demás...
Me gustaba andarlo de arriba abajo restregando las manos y pintorrearlo con lápices de colores, a, e, i, o, u, ¡borriquito como tú que no sabe ni la u! ma, me, mi, mo, mu, mi mamá me ama, ta, te, ti, to tu, tomate... ¡Antón, antón, pirulero, cada cuál, cada cuál, que atienda su juego....! ¡Veo, veo! ¿qué ves? Una cosita... ¡Tengo una muñeca vestida de azul...! Y ahora te voy a contar el cuento de pan y pimiento...
Era un pasillo claro y muy amable, que nunca se enfadaba conmigo ni con mis amigos. Me llevaba a todas partes, allá donde no va nadie... Había mucha gente, espera que te la presente. Si miras allí verá el Tapiz, que mi madre había clavado con cuatro chinchetas a cada lado, arriba en lo alto, un poco ladeado, tirando hacia la derecha entre dos puertas...
Era un Tapiz lindo, lindo, muy lindo, alegre y divertido que vivía en nuestro pasillo cuando éramos unos chiquillos... Nos miraba de frente, de lado y hasta de reojillo... Era alargado y algo encarnado el fondo, bordado con hilos dorados, verde, amarillo, azul celeste y otros colores fuertes, adornando el pasillo...
Lo que más destacaba era aquella cara que tanto nos miraba, y que medio Tapiz ocupaba, donde un rostro de mujer muy hermosa, siempre me estaba mirando,¡fíjese usted! con una sonrisa preciosa y los labios pintados de rosa, una melena corta con la raya a un lado y algo ondulado...
Era una mujer guapa, guapa, muy guapa...A su derecha unas montañas, unos árboles y una cabaña... Unas nubes en lo alto de ellas con pájaros volando por allí, incluso hubo uno que se salió del Tapiz.... Detrás y a lo lejos un pastor muy viejo sentado en una piedra, cuidaba de sus ovejas, que si arrimabas las orejas se escuchaba cómo balaban, con un bastón en la mano izquierda y el zurrón posado en la hierba, mientras los perros ladraban a unas cuantas cabras que se alejaban brincando por el Tapiz y de un salto salieron de allí correteando por nuestro pasillo... En un camino había un molino con aspas y todo, y cuando hacía viento las movía un poco... Un riachuelo atravesaba ese pueblo tan pequeño y bello con el agua transparente donde nadaban los peces... Algunas aldeanas entraban y salían de unas casitas que estaban en el fondo, blanquitas, blanquitas... Guisando estarían por que de la chimenea salía humo dejando el pasillo entre nieblas...
Era un pasillo largo, largo, muy largo... Me gustaba atravesarlo brincando, brincando... Me dejaba entrar y salir cantando, cantando... Me llevaba a comer, a jugar y a dormir... Un bebé en la cuna llorando y llorando... El ruído de la cisterna que agua siempre está echando mientras en la cocina el fuego acechando cuando mi madre las patatas mondando y cortando para hacer una gran tortilla, ¡qué rica!
Andar en mi pasillo, soñar y soñar, igual que un pajarillo, volar y volar...

martes, 20 de noviembre de 2012

EL RECORRIDO DEL GRITO.-

Cada olor me recuerda pedazos de mi infancia que a veces añoro trayéndome a la memoria alegres momentos, como cuando mi madre molía el café en el molinillo, sí ese de la manivela que giraba y caía la molienda en un cajoncito, ¡me encantaba! Yo siempre estaba a su lado mirándola y escuchando aquellas canciones tan bonitas que la Montiel cantaba...
En casa de la portera había un brasero de carbón que despedía un olor raro, dándome la sensación de viejos, no sé por qué, pero era algo extraño, quizá fuera por que en mi casa siempre olía a bebé, y el talco y la colonia se fundían en un perfume delicioso...
La portera vivía con su padre, el señor Manuel que era un anciano muy flaco, flaco, enjuto diría yo, que siempre vestía del mismo color, unos pantalones grises con chaqueta marrón, y una boina negra que con su pitorrito tieso a todo el mundo le decía adiós. Todas las mañana bien temprano salía de casa con un par de cubos, y antes del amuerzo volvía con ellos enganchados en un palo muy largo, apoyados sobre sus hombros. Era una estampa preciosa que jamás he olvidado. Parecía un cuadro verlo andar tan despacio, casi renqueando, con aquella carga de almejas y pescado que vendía en la plaza del mercado... Ahora me viene ese día aciago cuando amaneció muerto en su cama y fueron las vecinas a velarlo. Todo eran gritos y llantos. Mi madre nos prohibió salir a la calle a jugar, y nos dijo que no hiciéramos ningún ruído en el portal, y menos que molestáramos llamando a su puerta, por que su hija, la portera no paraba de llorar. Estuvimos toda la santa mañana asomadas a la ventana, ¡no paraban de salir y entrar gente al portal! ¿Qué cosa tan grave será que las visitas no paraban de llorar? Nosotras eramos tan pequeñas que nos dió por reir de todos los que salían sonándose la nariz... En un descuido de mi madre, nos escapamos Inma, José y yo. Nos escondimos, nos agachamos y a cuatro patas gateamos despacito, lentamente, sin hacer ruído, ¡era de lo más misterioso! La ventana de la señora portera estaba casi a ras de tierra, ya que vivián en el bajo. Nos arrastramos hasta ella. La persiana, medio echada, nos dejó ver al señor Manuel en una mesa, cuan largo era, más tieso que un garrote, vestido con su traje de chaqueta, con los ojos cerrados y la boca abierta. Su hija no paraba de llorar, y su cuñada le estaba anudando un pañuelo blanco en la cabeza, sujetándole las mandíbulas, y otro sobre la cara, ¡nos tronchamos de la risa! Las demás personas se acercaban a ella y la besaban, ¡todas vestidas de negro! De repente alguien se acercó a la ventana echando la persiana, ¡seguro que nos oyó! Salimos pitando de allí riendo y corriendo a la vez hasta que llegamos al foso...
Días o meses después, era muy pequeña, pero que muy pequeña, tanto que ya no sé si yo existía o no, por que cuando una es tan chica, en las cabezas se forman unos líos que ni te cuento, el caso es que en el comedor pusieron todas las sillas pegadas a la pared y bajaron las vecinas a sentarse. De repente llegaron más gente y con caras muy tristes, le dan un beso a a mi madre, ¿qué ocurre? ¿por qué llora tanto Mamá? ¿por qué llora de esa manera tan desesperada? La señora del segundo piso la abraza, y la del cuarto también, pero mi madre no para de llorar, ¡está chillando como una loca con la boca completamente abierta! Las manos las juntas y las separa. Sus dedos se entrelazan como si estuviera rezando una oración. Todas las vecinas han bajado a consolarla, pero no existe consuelo alguno ante tanto dolor. Dolor de sufrimiento. Dolor de dolores. El dolor más grande del mundo cuando se entera que su padre ha muerto. Los gritos le salen de muy adentro, ¡del alma! el grito recorre todo su cuerpo, empezando en las entrañas, allí donde nadie ha ido todavía, va clamando por toda su sangre y en el estómago se hace aún más grande, explotando en el pecho para crecer en la garganta, y tropezandao con la campanilla, se ha partido en dos, y como una cascada desgarrada salía llenando toda la casa de pura agonía.... ¿Qué te pasa mamá? ¿Qué ocurre aquí?  Yo no entendía nada, era demasiado pequeña y esto parece un juego horroroso, además mi padre nos está encerrando en la cocina y en la calle todas las niñas miran para arriba y algunos hombres que pasaban decían: Algo pasa en casa de Afriquita para que ella hoy no cante... ¡Papá, papaíto! ¡Padre mío, que te has ido y no he podido besarte... ahora comprendo el llanto de mi madre. Ya sé qué camino recorrió aquél grito, ¡maldito destino, la muerte es tu sino...

sábado, 17 de noviembre de 2012

SEMANA SANTA.-

Nunca estrené nada, ni siquiera el Domingo de Ramos, que decían que la que no se pusiera algo nuevo se les caían las manos, y yo como era tan pequeña iba por la calle con las dos manitas juntas...
Mis padres no podían comprar ropa para todos, pero para mi hermana Trini sí, con eso de que era la mayor, iba la mejor arreglada. Mi madre decía que había que casarla y tenía que estar presentable para que los hijos de los oficiales se fijaran en ella, y es que la ilusión de mis padres era que se echara un buen novio, de familia acomodada, teniente o capitán. o al menos que tuviera una carrera, en una palabra, que hiciera una buena boda y no un bodorrio...
En Semana Santa, mi hermana Trini nos llevaba a Lola y a mí para ver las procesiones. Delante iba mi padre con Inma y José, mientras mi madre se quedaba con alguien arrullado entre sus brazos, dándole de mamar...
Felices y contentas llegábamos a la Plaza del centro, donde hay una fuente preciosa presidiendo la rotonda como si fuera una reina. El Mercado principal se encuentra enfrente del Paseo Marítimo mostrando un espacio aéreo reflejado en el mar abierto, y allá en el horizonte una rayita pegadita al cielo. Varios edificios a los lados con carteles colgados anunciando algún que otro refresco. Las calles y las avenidas están repartidas hacia abajo y hacia arriba, yendo a parar a distintos lugares, coincidiendo casi siempre con el litoral.... Una multitud la pasea de un lugar a otro, correteando y gritando los niños, atravesando los mayores la carretera, llenándose de gente las aceras. Mi padre nos coloca en el mismo borde, y sentaditas miramos a los penitentes vestidos de negro, con los capirotes puestos y unos ojuelos chiquitísimos, donde las pupilas se mueven de aquí para allá... Las señoras de los oficiales permanecen sentadas en las gradas, emperifolladas perdidas, presumiendo de bien compuestas, de bellezas y muy ricas, dándoselas de condesas, con sus mejores joyas. Los maridos vestidos de militar, llenitos de medallas de mil colores colgadas en un lado del traje de gala. Con la cara muy seria demuestran su rango a través de las estrellas puestas en los galones de los hombros y en el quepis... Los vendedores ambulantes contrastan con los soldados, curas y paisanos. Algunos gritan con todas sus fuerzas, otros llevan un barrilete con una rueda giratoria, ¡el barquillerooo...! ¡qué rico y qué buenooo...! ¡pruebe suerte señora que por dos reales le puede tocar tirar otra veeez...! También está el de la canasta llenita de bulgarillos, ¡a peseta el cartucho de bulgarillooo...! En medio de tanto tránsito se encuentra el muchacho de los globos. Los carrillos de golosinas aparcan en cualquier sitio, amontonándose la chiquillería a su alrededor. De vez en cuando pasa el señor de los altramuces y las chufas, ¡qué ricas! Mi padre nos compra un pirulí a cada una, y para mi hermana Trini un cartucho de almendra garrapiñada, y a mi madre le lleva una rueda de churros, ¡buenísimos! Pero ahora que se calle todo el mundo que empieza la procesión y los pasos se merecen un gran respeto. Los curas pasean el pequeño botafumeiro ahumando el aire de incienso, empujándolo el viento desde El Hacho hasta el mismísimo Tarajal.... Entre redobles de tambores y resoplidos de trompetas caminan por la Calle Real despacio, y tras los pasos, algunas mujeres descalzas, y allá a lo lejos está El paseo de la Marina en silencio, y casi a oscuras se encuentra el puerto iluminado por la luz de la luna dándole a Ceuta una belleza magistral... Más allá las montañas descansan dormidas, como si fuera una mujer muerta...

viernes, 16 de noviembre de 2012

LOS CUENTOS DE HADAS.-

Cuando era pequeña dormía en una cama grande con mis cuatro hermanos. Los dos de abajo nos metían los pies en la boca, y los tres de arriba nos tirábamos de los pelos, hasta que llegaba mi madre con la zapatilla y zás, zás, zás, ¡a dormir se ha dicho! Entre culetazos y codazos tirábamos de la colcha para taparnos la cabeza, y unas risitas lejanas, ji, ji, ji, se dejaban oír bajo las sábanas, al mismo tiempo que la voz de mi padre, ¡como vaya para allá os váis a enterar! Al momento enmudecíamos, no antes de oírse un cuesquecillo y una gran risotada seguida de cinco narices asomando al exterior...
A medianoche unas cuantas toses despertaban a mi madre que enseguida venía con su medicina, que era un poco de saliva que nos frotaba en la garganta, y como no veía nada, a mi me daba en la cara, a Lola en la frente, a Inma en los pelos a Marien en los dientes y como a José no lo encontraba le daba a la almohada, ¿dónde estará mi niño? Al suelo se había caído... Otras veces nos llevaba a su cama y nos contaba muchos cuentos, otras nos cantaba canciones de mujer enamorada... Mi hermana Trini dormía en una cama sola, y debajo tenía una caja de cartón llenita de cuentos de hadas, que ellas nos leía y cuando aprendí a leer me enamoré de la lectura. Eran los cuentos de hadas más hermoso que leyera jamás, ¡cuántos suspiros se me escaparon del pecho cuando el príncipe se quedaba con la princesita! Mil veces los leí y releí, hasta que me pasé a los cuentos que mi hermano Juan tenía, ¡eran de niños! ¡qué emocionantes! ¡cuántas aventuras! ¡cómo me gustaban! El Capitán Trueno, El Jabato, El Cosaco Verde... Y los tebeos de Zipi y Zape, las hermanas Gilda, Carpanta, Mortadelo y Filemón, ¡qué risa con La familia Cebolleta! Toda mi infancia leyendo, siempre, siempre... Fué entonces cuando me enamoré de la lectura, y los libros ya forman parte de mi vida, tanto es así que a los catorce años leí El Quijote, y cuando lo terminé, pensé que cuando tuviera más años tendría que volverlo a leer, por que en aquellos momentos pensé que no estaba capacitada para comprenderlo bien, y mira por donde a los cuarenta y séis años me gustó más todavía, recreándome en cada pasaje que leía, pensando que habiendo sido escrito hacía tantos años, lo encontraba actual...

jueves, 15 de noviembre de 2012

EL PARTE DE LAS DOS Y MEDIA.-

Mi hermano el mayor, Juan, nació en el año de mil novecientos cuarenta, y como todos los chicos de su edad, daba muestra de una gran rebeldía, lo que ocasionaba muchas discusiones con mi padre, hombre recto y autoritario...
¡La tuna! ¡Ya viene la tuna cantando por las calles de Ceuta! ¡Qué guapo estaba mi hermano vestido de tuno! Con su traje negro y la capa al viento, con una escarapela de cintas de colores que mi madre le había cosido al hombro. Por las noches se paraban todos los tunos a cantar debajo de los balcones y las chicas ruborizadas se asomaban a verlos. Mi hermano parecía un saltimbanqui con la pandereta, otros tocaban la guitarra, y un solitario cantaba: "Calvelito, clavelito, clavelito de mi corazón..." Mientras los demás lo coreaban...
Mi hermano siempre estaba estudiando en su cuarto. Iba al instituto, justo al lado de los pabellones militares, donde nosotros vivíamos, en La Puerta del Campo. A los catorce años tuvo un percance con la policía, por solidarizarse con sus compañeros, ya que al vivir tan cerca, no necesitaba coger la camioneta, pero los que vivían más lejos si, y al subir de precio, todos los estudiantes de Ceuta hicieron boicot, andando y gritando por la calle, rompiendo papeles y estrellando tinteros contra las paredes. Así que detuvieron a mi hermano y lo llevaron a la policía interrogándole insistentemente si pertenecía a algún partido comunista, ¡pobrecillo! Toda la santa noche declarando que era inocente, hasta que llamaron a mi padre, el cual le dijo que no tenía nada que ver con nadie. Finalmente regresaron a casa, por supuesto sermoneádole por todo el camino, eran muy diferentes....
Sentados alrededor de una gran mesa de madera, toda tiesa, cuadrada y de patas rectas, cuchara y tenedor mirando la olla, deseando de acabar la bendición. Las manos unidas, codo con codo, cada niña guardando la compostura muy quietecita en su silla, los ojos mirando hacia abajo rezando el Pan nuestro de cada día... con fervor y unas risillas... Mi madre mientras tanto mezcla oración con caldo, vaciandao el gran cucharón en los platos, dejando un rastro en el mantél de hule a cuadros azul y blanco, y por lo alto grita Amén con un coscorrón para dos o tres...
A las dos y media mi padre pone la radio para oír El Parte, y ¡hala a comer! De repente mi hermano Juan hacía un comentario, dando su opinión sobre lo que se oía en la radio, totalmente en desacuerdo con mi padre. Al momento se enzarzaban en una discusión, ¡cada vez las voces eran más altas! ¡Yo sentía un miedo horroroso! No os podéis imaginar cuánto sufría. Eran muy diferentes. Mi padre, militar, idolatraba a Franco. Mi hermano, estudiante revolucionario, se encaraba con él diciéndole: - ¡Es un dictador! ¡Un tirano! ¡Un golpista! - ¡Por favor, cállate ya, por favor, por favor! - Me decía para mis adentros temblando, ¡asustada perdida! ¡aterrorizada! No, no exagero ni un ápice. Esto es real como la vida misma y os juro con toda mi alma que yo sufría. Sufría con todas las fuerzas de mi ser mientras no paraba de llevarme la cuchara a la boca, apenas levantando la mirada, con la cabeza casi pegada al plato, igual que todos mis hermanos, en aquellos momentos ya éramos ocho, pues faltaba el último por nacer, pensando cosas terribles...
De repente un arrastrar de sillas hacía que mi corazón diera un vuelco, ¡parecía que se me iba a salir del pecho! Era un ruído que ensordecía el silencio atemorizado de nuestras mentes infantiles, imaginando las peores cosas del mundo...No sé... sentía como una punzada en mi vientre que atravesaba todo mi cuerpo, y en mi pecho un galope de caballos, brincando y brincando, y un nudo en la garganta... Quería gritar, quería decirles que se callaran... No se acababa nunca, ¡parecía que se iban a pegar! ¡qué miedo... qué miedo! Estaba muy asustada, ¡el corazón me temblaba! Yo no entendía nada de nada, Para mí el Generalísimo Franco era como Dios, por que lo decía mi padre... Mi hermano insistía diciéndole que había dado un Golpe de Estado, y que nadie podía hablar claro, pero que los estudiantes cambiarían el mundo... La palabras guerra, hambre, rojo, patria comunistas, cara al sol, Carrillo, falange y José Antonio Primo de Rivera y no sé qué más cosas se dijeron, pero cuando mi hermano dijo que los policías mataron a un poeta sólo por ser mariquita, eso fué el no va más, mientras en la radio, una voz grave y seria no paraba de hablar hasta que terminó con el Himno nacional...

lunes, 12 de noviembre de 2012

DOMINGO PLAYERO.-

Los recuerdos más bellos de mi infancia, son cuando todos los domingos, mis padres nos llevaban a la playa ¡cómo me gustaban! El Chorrillo en la puerta del Campo, donde me crié. La de Benítez en el barrio de Villa Jovita, El Tarajal cerca de la aduana, camino de Marruecos. La Almadraba, también llamada de la Pota por que allí recalaban los pescadores que hacían sus labores. La del Sarchal toda rocosa y salvaje, con espectaculares vistas de acantilados, yendo hacia Marruecos...
Hasta que la Virgen del Carmen no bendecía el mar, no íbamos a la playa y teníamos que esperar que los pescadores la pasearan en barca por la orilla, por que según mi hermana Trini, estando una vez un marinero perdido en alta mar, las olas no paraban de crecer, y él arrodillándose le rezó a esa virgencita cuando estaba a punto de caer, y una mano lo asió de los brazos salvándole la vida. Es por eso que el disciséis de julio de cada año se celebra el día del Carmen, ¡flischss, flischss...! ¡Todo el cielo encendido en un abanico de colores en el ambiente de los pescadores! Desde la orilla prendían los cochetes que hasta Gibraltar huían... Eran una fiestas espectaculares, donde los cohetes y las verbenas se hacían dueña de toda Ceuta.
Después del Carmen ¡hala! todos los domingos a la playa Benítez a comer, a la caseta de los militares, ¡qué bien! Aquél olor a tortilla de patata con su ajito picado y su perejíl, y los pimientos fritos y las berenjenas, y un tomate muy hermoso que mi madre nos partía por la mitad regado con un chorreoncito de aceite y unos granitos de sal. Todos sentaditos en la arena con el agua apenas rozándonos los pies, ¡era lo mejor del día! Ese sol que me adormecía... Yo me tumbaba y soñaba. Soñaba que estaba muy contenta de ser una niña por que si fuera un perro no sería así de feliz, ni tampoco si fuera un árbol o una roca, así que había tenido muchísima suerte de haber nacido niña, y así durante un buen rato perdida en mi alegre y fácil vida de niña contenta, hasta que unas patitas peludas andaban por mi espalda y me levantaba chillando como una loca, mientras mis hermanos pequeños corrían muertos de risa. Inma y José eran muy traviesos y se pasaban el día trepando por una roca, y en una lata iban echando toda clase de bichos, sobre todo erizos y cangrejos. Después de haber hecho la digestión, se tiraban de cabeza al agua, y a escondidas me asustaban diciéndome que había un pulpo para atraparme con sus tentáculos. Siempre la misma historia y que como una tonta me creía, saliendo corriendo que me las pelaba. Otras veces nos peleábamos por quitarle pellejos de la espalda a mi madre, ¡me encantaba despegarle un buen pedazo sin que se me rompiera! Se lo enseñaba como si fuera un trofeo y ella me sonreía... Adiós verano, adiós playa, adiós erizo, adiós pulpo, adiós cangrejo, adiós pellejos, adiós olas, adiós arena... Aunque no vuelva, jamás os olvidaré y os juro que algún día le contaré al mundo lo feliz que fuí con vosotros. Lo divulgaré a los cuatro vientos, porque esto son trocitos de mi vida que jamás volverán...

domingo, 11 de noviembre de 2012

EL MONTE HACHO.-

¡Al Hacho! ¡Que nos vamos al monte Hacho! Hoy es cuatro de noviembre y es el día de La Mochila, y todos los ceutíes van de gira al monte. Mi hermana Trini nos lleva a Lola y a mí con una bolsa llena de fruta, sobre todo de frutos secos, pues es una tradición muy antigua, y como todas las niñas de la vecindad vamos cantando: Al salir de capamento, al salir de campamento... Y no paramos de cantar hasta que llegamos a San Amaro, donde en la misma entrada hay un precioso jardín con una escalinata que nos invita a subir para ver unos periquitos de colores, y un pavo real que orgulloso, se pavoneaba abriendo su cola en un abanico, y nosotras admirábamos con placer. En la falda del Hacho había un pequeño parque zoológico donde los monos enjaulados hacían mil piruetas, haciéndome reír. Subiendo monte arriba nos paramos a descansar en un asiento de piedra de forma de media luna con una pérgola de madera rodeándola, como si fuera un artesonado, apoyada en unas columnas, donde la hiedra trepaba enroscándose en un abrazo interminable de tirabuzón hacia el techado, dando sombra a los que se refugia. Unos loros parlanchines hacían nuestra delicia mientras machacábamos las nueces. Después seguíamos por otra cuesta empinada y estrecha, donde los altos pinares embadurnaban el aire fresco de olor a bosque, a tierra húmeda y mil sensaciones llenaban mi alma de alegría y el corazón casi se me desbordaba haciéndome gritar más que cantar aquello de : Vamos a contar mentiras traslará... Eran unas tardes tan lindas, madre mía, tan bonitas que aún las puedo revivir como si estuviera bajo la sombra del árbol aquél, en el que me entretenía recogiendo piñas dejándomes las manos pegajosas... De repente, allí estaba la ermita de San Antonio, donde cada trece de junio, las chicas casaderas van a pedir novio para no quedarse para vestir santos... Era la ermita muy pequeñita, con un caminito de piedra y unos árboles a los lados que la hacían tan bonita, tan blanquita, bella como una estampita. Justo enfrente estaba el mirador con los pies de Franco, que nos contaba mi hermana Trini que desde allí, con un catalejo, veía a los moros cuando estaban en guerra... Vista desde allí, Ceuta aparecía tan hermosa y bella... ¡Qué bonita es mi tierra! Del Mediterráneo, una perla... En la cima del Hacho, una fortaleza que más de una vez decían por ahí, que estaba llena de prisioneros políticos, rodeada de una gran muralla agujereada de balazos, donde en la guerra habían sido fusilados los hombres del otro bando...

viernes, 9 de noviembre de 2012

LA PLAZA DEL MERCADO.-

Hoy vamos a la Plaza del Mercado, ¡qué bien! Mi madre nos lleva a Lola y a mí a comprar, mientras Trini se queda al cuidado de Inma y José, así que corremos por que la camioneta amarilla está llegando del Morro y tan sólo para unos minutos, y como mi madre está un poco gordita, la pobre sale pitando para coger asiento la primerita, en cambio a Lola y a mí, nos encanta engancharnos en la baranda del techo, pues con el movimiento no paramos de reír. Entre zarandeos y baches llegamos al centro de la ciudad, donde hay una plazoleta enorme con una fuente preciosa en medio, rodeada de los bazares que tienen los hebreos, ¡parecen los más ricos de Ceuta! Lo pienso cuando veo que sus mujeres llevan vestidos de seda largos, con un filito dorado. Frente al Paseo Marítimo, está la plaza del mercado, ¡es grandísima! Con varias plantas, y tiene entradas y salidas por todas partes, ¡parece un laberinto! En la puerta principal, un hombre gritando: "¡El Faro, el Faro!" Ofreciendo el periódico de Ceuta, mientras los transeúntes pasan cogiendo uno de la silla, dejando caer unas monedas en el platillo del suelo. Antes de ir a la plaza, mi madre me compra un coco y a Lola una palmera en la famosa cafetería La Campana, toda llena de gente desayunando. Finalmente entramos en esa gigantesca Plaza por un pasadizo oscuro y húmedo, algo inclinado, donde olía a fruta, verduras, carnes, todo junto a aquellos gallos vivos que el moro exhibía con las crestas rojas y tiesas, con unos colgajos a cada lado de su cabeza, con la mirada fija y penetrante, ¡me ponía los pelos de punta! sobre todo cuando se liaba a andar de un lado a otro, y ese pico, ¡qué miedo! Yo pasaba corriendo antes de que se diera cuenta, y llegaba hasta la planicie, donde se encontraban todas las moras sentadas en el suelo, unas al lado de la otra ofreciendo la mercancía en trozos de telas extendidas. El olor de la hierbabuena se confundía con el perejil, y en una canasta de mimbre tenían huevos y cuando pasaban la gente: ¡Huevuuus, huevuuus frescus, huevuuus frescuuus... ! Yo miraba al niño que tras ella me sonreía. Antes de llegar a los puestos de pescado, mi hermana Lola se lía a vomitar por que no soporta ese olor, así que mi madre la deja en el tenderete de la señora Antonia, sí, ese puesto que expone toda la ropa íntima colgada a la vista de todo el mundo, mientras nosotras nos adentramos hasta los puestos de verduras. Los gritos de los pescaderos no paran de chillar: ¡Qué buen boquerón! ¡Sardinaaas...! ¡Qué rica están las sardinaaas! ¡Y la aguja palá! ¡Pasen señoras y miren qué pescadilla, qué pulpo! ¡Almejas, almejasaa, vivas todavía! ¡Chocos, chocooos! ¡Calamares, calamareees...! Gritaban con las venas hinchadas del cuello... ¡Por las escaleras, hijita, rápido por las escaleras!  Y la ayudaba con un asa de la bolsa, mientras ella soplaba y resoplaba, cada vez más cansada, toda redondita, ni siquiera sabía que estaba embarazada de nuevo, ¡pobre mamá! Sube que te sube escalera arriba, hasta que llegamos al moro de arriba, sí, ese que tenía una chilaba a rayas marrón y blanca y su fez rojo, donde mi madre compraba la carne para hacer los pinchitos. Un olor penetrante a té moruno imperaba por todas partes, y el del apio, las ristras de ajos colgadas y las sardinas en arenques expuestas en lo alto de la pared, todas alineadas en perfecta circunferencias. Finalmente bajamos a recoger a Lola en en tenderete de la señora Antonia, donde mi madre compró dos bragas y un sujetador.

martes, 6 de noviembre de 2012

EL LLANO DE MI INFANCIA.-

El Llano era una explanada cuadrada frente al balcón de mi casa, rodeado de pabellones militares, donde de pequeña jugaba con mis hermanas a las casitas, a la tula, al escondite, a la comba, al rescate y a esconder los tesoros que después nunca encontraba. El Llano era mi infancia, toda llena de fantasía, de alegría y de vida... En los atardeceres del verano, las niñas cantábamos en corro dando vueltas y más vueltas con las manos entrelazadas: "El patio de mi casa es muy particular... "  Y también: "¿Dónde están las llaves matarile, rile, relo...?"  Las madres sonrientes se asomaban a los balcones, y algunas se sumaban a nosotras cantando: "Tiene mi tarara un vestido blanco que..."  Y ésta otra que tanto me gustaba: "Estaba el señor don gato sentadito es su tejado, miau, miau, miau..."  Los niños jugaban al fútbol, al pincho hincándolo en la tierra, al trompo y a las bolas que ellos mismos se hacían con barro, y después de secarse, las coloreaban. Otras veces se liaban a gritar jugando a las guerrillas y a los soldados disparándose con pistolas de palos, y al que alcanzaban se hacían el muerto tumbándose en el suelo. A los indios, a los romanos, a los vaqueros, a todo lo que tuviera que ver con malos y buenos. Cuando llegaba la primavera el cielo del Llano se llenaba de cometas volando. La mayoría eran hechas con cañas y papeles de colores de seda, como la mía que mi hermano el mayor, Juan, se tiraba toda la tarde recortando y pegando, y después él mismo la dejaba volar y cuando estaba en el cielo, me daba la bobina de hilo para que yo fuera devanando... Por San Juan, los mayores hacían una fogata enorme en el centro del Llano alumbrando la noche de amarillo, rojo y naranja. Los pequeños tiraban toda clase de objetos para avivar el fuego y las llamas crecían y crecían hasta arriba. Las madres en un gigantesco corro tocaban las palmas animando a los más jóvenes a saltar por encima. Era un espectáculo magistral. En invierno, antes de las fiestas navideñas, los vecinos compraban pavos y pollos vivos que dejaban picotear lo que les echaban alrededor, y al lado una lata llena de agua. Cada vecino sabía cual era el suyo por que los ataban justo frente a su balcón,. A nosotras nos encantaban llevarle la comida. Era de lo más entretenido, pero lo peor era cuando en la misma Nochebuena, mi madre tiraba de la cabeza, y mi padre de las patas y ¡zás! le cortaban el pescuezo con un cuchillo, y luego lo colgaban de una alcayata en la pared, para que la sangre se derramara en una cazuela. Más tarde se tiraban no sé cuánto tiempo, con las manos metidas en el fogón lleno de agua hirviendo para desplumar el pollo, ¡toda la cocina llena de plumas! Y nosotras mirando al pobre animal completamente desnudo. Mi hermana Inma con la pata tiesa, venía detrás de mí, ¡que te come, que te come...! Haciéndome correr por todo el pasillo, que por cierto, ésta última apareció de repente pegada a nosotras como si fuera una lapa, con los pelos castaños y tiesos de rata. Ni siquiera recuerdo su nacimiento, en cambio, si que me acuerdo, cuando una vez llegó una señora con un maletín a casa, y mi padre nos encerró en el balcón y nos dijo que estuviéramos pendientes del cielo por que iba a llegar la cigueña con un hermanito nuevo, y allá que estuvimos un tiempo interminable que no puedo describir con la mirada hacia arriba. Al momento los llantos de un bebé nos hizo correr al dormitorio y allí que estaba mi madre gusapísima con una sonrisa en la cara y un niño entre sus brazos. Era el bebé más hermoso del mundo, con los ojos negros y la cabecita llena de rizos. Pesó seis kilos y medio y todas las vecinas bajaron a verlo. Mis padres no cabían en sí de gozo, sobre todo mi padre, pues después de cuatro niñas, llegó éste gordito varón.

lunes, 5 de noviembre de 2012

LA FERIA.-

Un aire salado y fresco rociaba el cielo del puerto, impregnando de dicha y alegría todos los sentidos de mi vida. Bajando por la carretera esa tan ancha, mi hermana Trini nos lleva de las manos a Lola y a mí camino de la feria, mientras a un lado, el mar oscuro y quieto brillaba como un espejo reflejando las luces de la ciudad a lo lejos, pareciendo la más bella del mundo entero. Una estela plateada se mecía en el agua cantándole a la luna una nana y las barcas que estaban atadas, se dormían al escucharla. Un grisáceo y azulenco humo flotaba por lo alto formando figuritas de algodón, adornando el espacio a retazos como si fueran los angelitos de Dios, y el Hacho, ese monte tan grande y tan bravo, el guardián de las puertas del cielo. A su regazo y rodeándolo, el ancho mar sucumbía sereno y relajado. Unas cuantas barquichuelas se traslucían entre penumbras y a la deriva de las olas, con un hombre agachado y una farola encendida, y allá en lo hondo, en lo más profundo de todo, los peces se reían del espectáculo que ofrecían tan bello y hermoso... ¡A la feria, nos vamos a la feria! Los feriantes han llegado a Ceuta llenando el puerto de casetas, coloreando el aire de luces y papeletas. Los altavoces ensordecen a los transeúntes con tómbolas y muñecas, mientras la chiquillería corretea entre trenes cochecitos y vespas. En el aire los aviones vuelan subiendo y bajando de tal manera que algunos encajes se asoman revoloteando con coquetería, mostrando unas rodillas la mar de bonitas y los muchachos que las miran, chiflan con admiración y picardía... Los caballitos no paran de girar en un Carrusel variopinto de animales rosas, celestes y amarillos, y hasta un unicornio blanco precioso, el preferido de todos los niños. Una carroza gordota de color verde esmeralda, allí es donde me sentaba con mis hermanas pensando que era una princesa encantada. La Noria, esa rueda gigantesca y grandota se alza en medio del bullicio dando vueltas a lo alto, demostrando que es la reina de la fiesta, reclamando a todos los ceutíes que la bulla, la pachanga y la algarabía ha llegado, ¡menudo jolgorio! Los cohetes estallan en el cielo abriéndos en mil colores como si fuera un jardín de flores fluorescentes iluminando el puerto, resplandeciendo la sonrisa de la gente, atronando la ciudad con el sonido del Blím- Blám... En el Látigo, mi hermana la mayor en medio nos tenía abrazadas a Lola y a mí, y ¡qué risa! cuando en la curva aquella le decíamos adiós a papá con las manos, apenas nos daba tiempo de lo rápido que pasaba y ¡Chás! un trocito de papá. Luego en el Balancé, ¡qué miedo madre mía! ¡Socorro que me caigo! Mi culo no hacía más que despegarse de la banca, ¡cada vez se alzaba má alto! Mientras Lola se agarraba a la baranda, ¡con la cara más colorada que un tomate! Se le subía el vestido y se le veía, todo, todo, todo... Estaba de lo más gracioso, con sólo dos manos para sujetar. Yo la miraba y no paraba de reír, y Trini tan campante, toda ella a gusto, echada hacia atrás, con los brazos extendidos y la melena al viento, dejándose mecer como si de las olas del mar se tratase... ¡Papá la Noria, vamos, corre! ¡Qué bien, madre mía y qué alto! ¡Qué miedo! Trini nos tenía cogidas como si fuéramos dos melones bajo el brazo, apretadas contra ella. Yo miraba desde lo alto a todas esas hormigas iluminadas por las múltiples bombillas, que en un derroche de colores jugaban con el movimiento del mar, que pintadas aparecían en franjas, como un arco iris bailando con las barquitas, que en el puerto estaban atadas al noray, ofreciendo una acuarela como si de un cuadro se tratara, esperando que una lluvia de esplendor cayera sobre el mar... ¡Lola, mira que cohetes! ¡Papá, corre, que nos lo perdemos! ¡Todas las miradas hacia el cielo! y ¡Blím, Blám, Blúm! Un gran rosetón en el cielo abriéndose... Ahora verde, despues amarillo y un azul eléctrico de lo más bonito que han visto mis ojos, ¡todos los colores del mundo unidos en un gran chasquido! Y la gente aclamando, palmeando a la vez.... El Laberito que nunca me pierdo, y ¡qué risa en la Casa de los Espejos! El Tren de la bruja aquella tan fea con su escoba siempre a cuesta... El Circo de los payasos y lo leones mugrientos, el Teatro de Manolita-Chen...

domingo, 4 de noviembre de 2012

EL BARRIO DEL PRÍNCIPE.-

El Príncipe está en Hadú, subiendo la cuesta del Morro, y allí se aglomera toda la población musulmana. Es un barrio perférico y marginal, y cuando era muy pequeñita, allá por los años cincuenta y cinco, más o menos, estaba llenito de chabolas pintadas de azul. En el aire emanaba un penetrante olor a té moruno que es con hierbabuena. Unas cortinas de llamativos colores hacían de puerta, donde las mujeres despiojaban a sus hijos, que descalzos y con el culito al aire correteaban cuesta arriba y cuesta abajo. Al lado, los hombres vendían unas tortas grandotas, donde las moscas revoloteaban por lo alto. La mayoría de los moros se dedicaban al cambio, y venían andando desde arriba con sacos grandísimos cargándolos sobre sus espaldas llenos de cacharros, sartenes, platos, vasos, y un sin fín de artilugios caseros relativo al menaje de la cocina. Desde bien lejos se oían gritar: "Cambiuuus, yevu cambiuuus" Cuando pasaban por nuestro barrio, las vecinas se asomaban a los balcones llamándolos, y mi madre como siempre, la primerita, además es que vivíamos en el primer piso, así que el hombre, antes de seguir hacia arriba, se tiraba buena parte de la mañana de cambalache regateando con ella, que no paraba de mandarme al baúl para que le trajera la ropa que ya no le servía a mi padre, la cual, después de remirar y probársela el moro, cambiaba por alguna que otra fuente de cristal. ¡Cómo me gustaba verlos! Hasta que no estaban conformes los dos con el trueque, no se acababa, y las vecinas de arriba, cansadas de esperar, bajaban al rellano de mi puerta y se armaba tal jaleo entre unas y otras, que al final el pobre hombre se iba agotado de tanto tira y afloja. Otros se dedicaban al comercio de la carne en la plaza del mercado, incluso llevaban gallinas, pavos y gallos vivitos y coleando, incluso, traían cajas de cartón donde había más de mil pollitos haciendo pío, pío, sobre todo en la de Hadú que es muy grande y al aire libre, donde las mujeres musulmanas, sentadas en la tierra, exponían la mercancía en cestas de mimbre, todas llenas de hierbabuena, laurel, perejil y huevos. A veces las veíamos caminar por la calle cargadas como carretas, de tantas cosas que llevaban en las manos, sin olvidarnos nunca del bebé, que recogido en un pañolón en la espalda, se lo ataban a la cintura dejando ver la cabecita echada a un lado, dormidito en un plácido sueño. También vendían huevos de casa en casa: "¡Huevuuus, huevuuus frescuuus...!" Mi madre llamaba a mi hermana mayor para que preparara una olla llenita de agua, donde iban a parar la docena de huevo, y el que flotaba, es que estaba podrido. ¡Qué lista era mi madre! Pero la mora miraba el huevo a través de su mano cerrada y le decía que estaba bueno, ¡me cachis en la mar! ¡qué cosas tan raras hacían los mayores! Y yo, las escribo con todo mi cariño, pues aquellos recuerdos que tengo de mi niñez, ya no existen. Actualmente, Ceuta ha cambiado tanto, lo mismo que los musulmanes, tan modernos, sobre todo los adolescentes. La mayoría de las chicas jóvenes van vestidas a la española, tan sólo conservan el velo en la cabeza, y ya no se ven a ninguno gritar por la calle, pues casi todos conducen los taxis, y cuando atracan los Ferrys en el muelle, una cola de Mercedes esperan su turno para recoger a los múltiples turistas que en bandadas llegan a Ceuta para conocer tan bella ciudad.

sábado, 3 de noviembre de 2012

EL CINE DE LOS DOMINGOS.-

Lo mejor de los domingos es cuando por la tarde nos lleva Trini al cine Avenida, ¡qué contentas vamos las tres! ¡Nos encantan las pelis de romanos y las del oeste, que entre vítores y aplausos chupeteamos un trozo de chocolate Maruja, que tiene almendras y está riquísimo. Nada más llegar nos ponemos en la cola, que a las tres de la tarde es interminable de larga, por que hoy echan una de Tarzán, y claro la ventanilla no la abren hasta la y media, pero cuando aparece la mujer, empiezan los empujones. Nosotras vamos a butaca por que en balconcillo sólo hay soldados y huelen rarísimo, además arman un jaleo tremendo, sobre todo cuando el muchachito intenta besar a la chica, que realmente nunca llega a besarla del todo, por que según mi hermana que es muy lista, dice que la escena está cortada. Yo de esas cosas no entiendo, por que a mí lo que me gusta es ver la pantalla esa tan grande y cuando apagan las luces, ¡bien, hurra! Todos los niños gritando de alegría, y cuando se abren las cortinas, ¡hala, a tocar las palmas! A mí me entra un cosquilleo por el estómago que no puedo aguantar la emoción. Creo que es la primera vez que voy al cine. ¡Qué sala tan grande! ¡Cuántas butacas! Hay un hombre con una linterna acomodando a los niños que van entrando por que no es numerada y se está armando un  jaleo tremendo, menos mal que todavía no ha empezado la película. Primero hay una serie de anuncios que a mi hermana Lola y a mí nos vuelve loca.- ¡Éste para tí y éste para mí! -¡Qué risa! Es de lo más emocionante. No me entero de nada.- Trini, que me meo.- ¿Otra vez? ¡Que sea la última vez! - ¡Niñaaa, agacha la cabeza! - Perdone usted.- ¡Quédate quietecita, que empieza la película!- ¡El Nodo!- La voz inconfundible de Matías Prats: " El caudillo, jefe del estado mayor, el generalísimo don Francisco Franco Bahamonde, en compañía de su excelentísima esposa, doña Carmen Polo de Franco, y demás ministros han inagurado un pantano en..." ¡Cómo me gusta el cine! Y si ganan los buenos, ¡aplausos y más aplausos!... Cuando la película es para mayores tenemos que irnos al cine Astoria que está un poco más lejos, cuesta arriba, hacia Hadú, donde casi toda la población es musulmana, aunque realmente viven en la barriada de El Príncipe. 

viernes, 2 de noviembre de 2012

EL PUENTE DE CRISTO.-

Hoy es domingo, ¡viva, bien, hurra! Hoy no tengo cole, así que mi madre después de lavarme bien, me ha puesto el vestidito de los domingos. Sí ese que me gusta tanto, y que antes era de mi hermana Lola, y como se le ha quedado pequeño, me lo han pasado a mí. Está un poco usadillo, pero tiene dos volantes preciosos que me encanta. La verdad es que nunca he estrenado nada, ni siquiera el traje de comunión, con eso de que soy más pequeña que ella, casi toda su ropa la heredo yo. A veces me enfado con mi madre, porque casi siempre me llega cuando está demasiado viejo, o se le nota la de veces que le han descosido el dobladillo, por que antes fué de Trini, la mayor. De todas maneras estoy muy contenta por que me han comprado unos zapatos de charol negro preciosos, y eso sí que los he estrenado yo. El caso es que hoy como es domingo, mi madre me ha repeinado y me ha echado la colonia de una nueva hermanita que acaba de nacer y me encanta ese olor a bebé que tiene. Después de tanto aseo, Trini nos lleva de las manos a oír la misa, y por el camino jugamos al "Veo-veo" y es de lo más emocionante. Antes de llegar al Puente de Cristo, nos arrodillamos en los reclinatorios de piedra y repetimos la oración que ella nos dice en voz alta, mirando hacia el Crucifijo que está en la pared. Después nos alza un poco para que veamos el agua del mar que pasa por debajo. Mi padre dice que cuando él llegó a Ceuta era de madera, y para que los barcos pasaran lo levantaban con cadenas, pero ahora está acerado y tiene baranda de hierro a los lados. Lo que más nos gusta es cuando pasan las barquitas, por que llevan una velocidad inusitada, ya que justo allí, se unen los dos mares, el Atlántico y el mediterráneo, y por eso la corriente es más fuerte, llegando el agua hasta el otro puente, dando a la playa del chorrillo. Frente al crucifijo, está el Peñón de gibraltar, y debajo el Club Náutico, donde los yates permanecen encallados en la misma orilla, sobre todo cuando sube la marea. De repente un repiqueteo de campanas nos advierte de que ya son las doce y salimos corriendo para no perdernos la misa. ¡Tolón, talín, talán! La iglesia de la Virgen de África y la de la Catedral. El aire de Ceuta se llena de tañidos ensordeciendo a los pajarillos, que en bandadas alzan el vuelo, haciendo que los transeúntes levanten la mirada hacia el cielo. Las palomas corretean por la plazoleta, y hasta un perro que estaba echado como un trapo tirado, se aleja corriendo, ¡guau, guau, guau! ¡Qué bullicio! ¡Qué esplendor! Las chicas jóvenes pasean por la acera y algunos soldados las persiguen siseándolas. Otros silban de una manera muy pícara, y los más atrevidos les preguntan si tienen novio o marido, mientras ellas  se miran ruborizadas perdidas... Las mujeres de los comandantes y coroneles van vestidas con sus mejores galas, contoneándose como si fueran la reina de Saba. Los maridos como es domingo van de paisano, y después se irán al Casino Militar, donde se encuentra la flor y nata de la ciudad. Otros van hacia La Hípica, donde sólo los oficiales pueden entrar. Como es domingo, mi hermana nos lleva de paseo a la calle Real, al Paseo Marítimo, al Zoco donde los moros tienen sus comercios y venden unas telas preciosas y brillantes, y al final nos lleva a San Amaro, donde está el monte Hacho, para regresar a casa a comer.

jueves, 1 de noviembre de 2012

ESOS MOLESTOS BICHITOS.-

¡Cómo me pica la cabeza! Seguro de que estaré llenita de piojos. Me los han pegado en el colegio, y mi hermana la mayor que ha venido a recogernos a Lola y a mí, nos está dando pellizcos y codazos disimuladamente cuando nos cruzamos con los demás chiquillos, por que según ella, nos llamarán piojosas y ya no se juntarán con nosotras. Nada más llegar a casa, le comenta a mi madre que estamos plagaditas, y sin venir a cuento, nos arrastra a las dos al baño, y en una palangana vacía, primero a Lola y luego a mí, nos coloca la cabeza en ella, mientras Trini, la mayor, nos vierte una olla de agua hirviendo, que casi nos deja como a los pollos desplumados. Luego mi madre se lía a gritar y a maldecir esto y lo otro, como si tuviéramos la culpa de que nos lo hallan  pegado. Así que temblequeando con una toalla sobre los hombros, me deja, y al momento vuelve con una peineta, le entrelaza una hebra de hilo entre las púas y se lía a peinarme con unas fuerzas y una rapidez, que casi me arranca media cabellera. Si me descuido me deja hasta sin orejas, pero como tiene que hacer la comida, llama a Trini para que siga hasta que no se quede ni uno vivo, ¡me cachis en la mar! Yo la temo, por que la muy fresca se sienta en una silla, y a mi me arrodilla en el suelo, me coloca la cabeza en sus faldas un tiempo interminable, en el cual tengo que estar más quieta que una estatua, asfixiaíta perdida, ¡me hace un daño horroroso! ¡más aburrida que una ostra! ¿Cuándo se acabará? Ni siquiera puedo ladear un poco la cabeza para respirar, por que si lo hago, me tira de los pelos con la peineta reliada entre ellos, y me da coscorrones. Después me echa un producto matapiojos, llamado "Zeta-zeta" que huele una peste de mil demonios, además me escuece el cuero cabelludo una barbaridad, irritándome de tal manera, que me pica la cabeza a rabiar, pero si estamos en la calle, tengo que aguantarme, por que está feísimo que las niñas se rasquen delante de la gente. Como los piojos no se van ni a tiro, a mi padre se le ha ocurrido echarnos a mi hermana Lola y a mí "Flix"  ¡Un matamoscas! Era tan potente, que casi nos mata a nosotras, y no sabéis la verguenza que nos dió, cuando los niños del colegio pasaron por nuestro lado tapándose la nariz, y viendo que no daba resultado, trajo a un soldado del cuartel y nos ha pelado a rape a las dos, y durante un tiempo que no quiero ni recordar, hemos sido el hazmerreir de toda la vecindad...